Con motivo de la restauración que se lleva a cabo en la parroquia de Colotlán, viene a mi memoria que en el tiempo que trabajaba en Tlaltenango, los archivos parroquiales de aquel lugar minuciosamente fueron intervenidos por expertos que limpiaron, restauraron y ordenaron esos documentos de los más antiguos con que cuenta esa ciudad. Sirva pues este documento para recordarlo y si fuese el caso, procurar lo bueno de aquellas acciones para nuestro pueblo.
Pp Alonso
INVENTARIO DEL ARCHIVO PARROQUIAL DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE, TLALTENANGO, ZACATECAS OBISPADO DE ZACATECAS
Luis Román Gutiérrez
Coordinador
SÍNTESIS HISTÓRICA
El municipio de Tlaltenango de Sánchez Román se encuentra al suroeste del estado de Zacatecas, a 170 km de la capital del estado cerca de los límites con el norte de Jalisco. Es una de las regiones más productivas por su clima semitropical y por sus tierras fértiles para la agricultura y la ganadería. Pero al mismo tiempo se ha caracterizado por el alto índice de migración a los Estados Unidos de Norteamérica.
La base de su economía sigue siendo predominantemente la agricultura, las remesas de dinero que llegan de los migrantes también es un rubro importante, y de manera sistemática el comercio va creciendo y ganando terreno, pues la ciudad de Tlaltenango es el núcleo de una región integrada por los municipios zacatecanos de Teul de González Ortega, Florencia de Benito Juárez, Santa María de la Paz, Tepechitlán y Momax; y otros más pertenecientes a Jalisco como Colotlán, Totatiche, Villa Guerrero y Bolaños con todas las comunidades que los componen.
La palabra Tlaltenango es de origen náhuatl y significa “Sitio amurallado” o “Lugar entre murallas”. A la llegada de los españoles en el siglo XVI esta región estaba poblada por indios caxcanes, un pueblo que, inicialmente, se opuso a la conquista, participando en la “Guerra del Mixtón”, de 1541. El primer encomendero de Tlaltenango fue Toribio de Bolaños quien, murió entre 1558 y 1560. Desde entonces, y a lo largo de tres siglos, Tlaltenango, Jerez y Fresnillo conformaron una alcaldía mayor, hasta fines del siglo XVII cuando se convirtieron en una subdelegación de la intendencia de Zacatecas.
Finalmente, con la constitución de 1825 del estado de Zacatecas, Tlaltenango quedó instituido como una de las 13 municipalidades. Volviendo a los inicios de este valle, desde 1540, ya existía un templo y alrededor de 1550 ya había un “cura beneficiado” en Tlaltenango. Miguel Lozano ostentaba este título en 1585 el mismo año en el que falleció, Francisco Manuel Salcedo en 1630 y Manuel Sarmiento en 1663. Destaca la actuación de tres párrocos tanto en las cuestiones espirituales como en los materiales, dentro de la sociedad, a cien años de distancia uno de otro: Domingo Cavero y Castro alrededor del año 1750, Rafael Herrera para 1857 y Antonio Quintanar en la década de 1940.
El 21 de febrero de 1771 un sismo sacudió el Valle de Tlaltenango provocando la caída de la parroquia, dejando solamente algunos muros en pie. Para su reconstrucción, los pueblos de indios de los alrededores se organizaron trabajando por jornadas, en las diferentes tareas; otros (como los del Teul) no pudieron participar por atender los daños que sufrió su propio templo. Algunas cofradías participaron también aportando reses o maíz para la alimentación de los trabajadores. La bóveda de la parroquia terminó de colocarse el día 14 de marzo, aunque no sería el final de la obra, pues en total, se tardaron tres meses y concluyeron hasta el día 18 de mayo, en que se habían colocado todos los santos, muebles y colaterales, pues, mucho de ello, se había trasladado al, Hospital Mayor, capilla de San Diego, y casas de particulares. Toda la obra estuvo a cargo del cura Domingo Castro Cavero.
Por su parte, Rafael Herrera, en tiempos de la Reforma, con apoyo del gobernador J. Jesús González Ortega formó la actual biblioteca de la parroquia, de la que se comentará más adelante. Finalmente, Antonio Quintanar fundador del colegio “Cultura y Restauración” y promotor de la construcción de un puente que necesitaba la población —ya que debido a las constantes crecidas del río quedaban incomunicados—, así como de un campo deportivo para beneficio de la juventud.
Historia del proceso de rescate de los fondos
A principios del año 2009 se publicó la convocatoria del Fondo Estatal para la Creación Artística de Zacatecas (FECAZ), que incluía por vez primera la categoría de Difusión del Patrimonio Cultural.
En una visita previa de reconocimiento a Tlaltenango se había previsualizado el tipo y cantidad de documentos que la Notaría Parroquial resguardaba; además, con el entusiasmo y la autorización del párroco Pbro. Gabriel Medina Magallanes, fue posible consolidar esa idea en el proyecto que poco más tarde se vería aprobado.
Los recursos obtenidos por la beca se emplearon en la adquisición de materiales (estantería, cajas, carpetas, papelería, etcétera), así como para sufragar gastos de alimentación y parte del combustible para la trans- portación de personal.
El rescate, la ordenación y catalogación de los fondos manuscritos y bibliográficos se llevaron a cabo por un grupo de docentes-investigadores, alumnos y egresados de las licenciaturas en historia y filosofía de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Esta misma institución también apoyó con transporte, combustible y hospedaje. Finalmente, la Asociación Zacatecana de Estudios Clásicos y Medievales (AZECME) facilitó equipos de cómputo y fotográficos para su realización.
La primera fase consistió en la capacitación de personal en las técnicas requeridas para el trabajo con los acervos. ésta fue mediante diplomados en paleografía, archivonomía, biblioteconomía y latín; así como talleres sobre limpieza, conservación y digitalización, impartidos en las unidades académicas de filosofía e historia del periodo comprendido entre abril y junio de 2009.
En el mes de julio de 2009 iniciaron las actividades en la notaría parroquial. Primero se procedió a la limpieza de los fondos que estaban contenidos en alrededor de 60 cajas de archivo tamaño carta y oficio, dando un aproximado de 400 libros y 30 metros lineales de documentos: para después revisar una por una, separar los materiales y ubicarlos en sus respectivos acervos (documental y bibliográfico).
Dentro del acervo documental se comenzaron a clasificar los manuscritos por fondo, secciones y series; siguiendo el esquema o cuadro de clasificación propuesto en el proyecto, al mismo tiempo que se ordenaban cronológicamente.
En cada una de las cajas, carpetas y libros manuscritos se iba colocando una etiqueta provisional con la siguiente información: área, sección, serie, número de caja, número de carpeta, fechas extremas y observaciones.
La labor continuó de agosto a noviembre y se procedió a la organización de expedientes y a la elaboración de instrumentos de consulta siguiendo, el mismo esquema del cuadro de clasificación. Sin embargo, éste a medida que avanzaban los trabajos se decidió modificar a fin de sujetarse a la naturaleza del archivo.
Se creó una base de datos donde, en 1036 fichas, se registró el contenido de cada carpeta y libro manuscrito de las 270 cajas que resultaron como producto de este proyecto, más siete libros manuscritos que quedaron fuera de las cajas debido a sus dimensiones físicas.
Se elaboraron e imprimieron las etiquetas definitivas para cada caja con los siguientes datos: fondo, sección, serie, número de carpetas, fechas y observaciones. Al igual que las etiquetas definitivas para cada carpeta y libro manuscrito con la siguiente información: área, sección, serie, número de caja, número de carpeta, fechas extremas y observaciones.
Se hizo un inventario del contenido de cada una de las cajas con el área, sección, serie, número de caja, cantidad de carpetas, fechas extremas y observaciones. Finalmente se creó una relación por área, sección y serie dando la ubicación y la cantidad de documentos de cada uno.
BIBLIOTECA ANTIGUA
Orígenes
Desde el siglo XVI pocos años después del arribo de los primeros españoles a nuestro territorio, también llegaron los primeros acervos bibliográficos de carácter particular. Posteriormente con la presencia de las órdenes religiosas, titulares del conocimiento dominante de la época, se crearon las bibliotecas conventuales para la formación de religiosos y para cumplir con sus funciones de evangelización y educación. Estas bibliotecas, acrecentadas en los siglos XVII, XVIII XIX y aún en el XX, son el reflejo de las ideas que prevalecieron en distintos tiempos sobre el mundo, el hombre, la sociedad y Dios.
Aunque a lo largo de los siglos XIX y XX fue desapareciendo aquella imagen del predicador novohispano, conservamos parte de los acervos de las bibliotecas de los conventos de San Francisco, Santo Domingo, San Agustín, Nuestra Señora de la Merced, San Juan de Dios, la de la Compañía de Jesús, la de la Parroquia (hoy Catedral) y la del Colegio Apostólico de Guadalupe.
La actual biblioteca que se conserva en la parroquia de Tlaltenango originalmente formó parte de la biblioteca del Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe de Zacatecas. Su fundador, de acuerdo a las primeras crónicas de este colegio, fue el mismo fray Antonio Margil de Jesús, quien en 1707 encargó a España una porción de libros, que (sostiene fray Antonio Alcocer en 1788) hoy son los más útiles que tiene la librería. Dicha biblioteca fue aumentando con los libros que se adquirían desde la metrópoli o por los ejemplares que dejaban los mismos frailes a su muerte.
En 1859, el gobernador liberal, Jesús González Ortega puso en práctica las leyes de Reforma expedidas por el gobierno de Benito Juárez en Zacatecas, decretando la expulsión del estado de todas las órdenes religiosas masculinas. El primero de agosto del mismo año los frailes del colegio padecieron la exclaustración dejando el convento en manos del pillaje. Fray Ángel de los Dolores Tiscareño, último cronista del colegio y religioso a quien también le tocó vivir dicha expulsión se quejó expresando:
“Pero el pillaje y el despilfarro llegaron a su colmo en la biblioteca. Situada en la parte superior de la sacristía y con las mismas dimensiones de esta […]. Conteniendo aproximadamente de doce a quince mil volúmenes, incluso los de la selecta en departamento separado, figuraban en ellas muchísimas obras de importancia, algunas de las cuales se hallaban duplicadas y aún triplicadas procedentes de los expolios (sic) de religiosos difuntos”.
De igual manera, explica el destino de la biblioteca que llegó a formar parte de la Biblioteca Pública del Estado, la actual Biblioteca Elías Amador ubicada en el Museo Pedro Coronel. Sobre el destino de la otra parte de la biblioteca del colegio relata que:
“[…] no muy pequeña, fue conducida de la misma manera; esto es, en carros descubiertos y al arbitrio del conductor, a Tlaltenango por disposición del señor cura licenciado don Rafael Herrera, quien por la amistad que mantenía”.
El 12 de julio de 1859 el gobierno de Benito Juárez promulgó la Ley de Exclaustración compuesta de 25 artículos, estableciendo la secularización de los bienes eclesiásticos, la separación de la iglesia y el estado, la supresión de las órdenes religiosas y la prohibición de fundar nuevos conventos. Además, se consideraba que los templos y todos los bienes inmuebles, así como los objetos destinados al culto pasasen al domino de los obispos y que los libros, pinturas y objetos de arte fuesen entregados a los museos nacionales.
“con González Ortega […], obtuvo el permiso necesario para disponer de esos libros y otros muchos objetos preciosos del Colegio de Guadalupe.”
Tiscareño consideraba al padre Herrera como un eclesiástico de moral intachable y celoso de su pastoral, pero encuentra discutible la acción arriba mencionada. Si bien Tiscareño padeció la exclaustración de 1859, el tomo cuarto de El Colegio de Guadalupe fue publicado hasta 1909, por lo que posiblemente la historia de este lote de libros de la biblioteca la adquirió del libro Los hijos de Jalisco o sea catálogo de los catedráticos de Filosofía publicado en Guadalajara en 1897. Agustín Rivera relata con idéntico sentimiento el destino de la biblioteca.
En la misma época (1859) González Ortega exclaustró a los monjes de Guadalupe, y el compadre (Rafael Herrera) se llevó a Tlaltenango todos los libros de la gran biblioteca del convento, dizque para que no (se) perdieran, siendo así que una cosa en ninguna parte estaba más perdida que en manos de Herrera.
“Empacados de prisa aquellos desgraciados libros i por las zafias manos de soldados, se los llevó el cura en carros, en tiempo de lluvias (agosto), i sabe Dios cuantos se perdieran i cuantas obras quedaran truncas. I como Herrera no era un Arias Montano, el bibliotecario del escorial, ni aún estantería tenía, encerró todos aquellos libros en una bodega, donde quedaron en extraña confusión las obras de San Agustín i La Vida de la Muerte del Padre Bolaños, monje del mismo convento de Guadalupe, la Summa de Santo Tomás de Aquino con sus Videtur Praetera Sed. Contra Respondeo dicendum, i Los Amantes de Teruel de Hertzenbusch […].”
Esta misma historia vuelve a ser retomada por el profesor Cuauhtémoc Esparza quien relata con las mismas palabras los mismos sucesos, sin establecer juicio contra la figura del padre Herrera. En los meses de agosto y septiembre del 2009, la biblioteca de la parroquia de Tlaltenango cumplió 150 años de antigüedad.
El presente inventario tiene como fin su rescate y promoción.
Los resultados de este trabajo arrojan datos interesantes, fueron 410 libros los que se catalogaron y ordenaron. El libro más antiguo fue editado en 1610 y el más reciente es de 1964. Por lo que se infiere que la biblioteca siguió creciendo después de 1859.
Los lugares de edición varían desde Salamanca, Madrid, Cádiz, Murcia, Zaragoza, Pamplona, Burgos, Bilbao, Venecia, Roma, Génova, Paris, Amberes, Brujas, Ratisbona, Bélgica, Leipzig, Padua, Lovaina, Chicago, Buenos Aires, México, Puebla y Zacatecas. Por lo que los idiomas en que se encuentran los libros son el español y el latín especialmente; pero también el francés, inglés, italiano y solamente uno en alemán.
Las materias que dominan son: religión, teología, derecho canónico, filosofía, historia eclesiástica, historia, literatura, geografía, gramática, moral, música, mariología, apología, medicina y física.
Con el presente inventario, se pretende no solamente rescatar un acervo bibliográfico que formó parte de una de las instituciones más importantes del mundo novohispano del siglo XVIII, sino darlo a conocer a investigadores ya sean literatos, historiadores, filósofos, etcétera; además de lograr su preservación.
Los acervos documentales no solamente ofrecen material escrito (manuscrito o impreso), prueba de ello son las magníficas imágenes, tal es el caso de los grabados de las obras, así como las ilustraciones sueltas (testigos) que se encontraron entre las páginas de los libros, por ejemplo una imagen mariana en color sepia.
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