martes, 26 de marzo de 2024

Muertos del cólera morbus de 1833 en Colotlán

Por: José Alonso Serrano Campos

Los primeros meses de ese fatídico año transcurrieron con aparente normalidad, registraban un promedio de seis muertos por mes hasta la mitad del período de 1833, no podrían imaginarse en esa época lo que les depararían los próximos meses a los pobladores de Colotlán y comunidades aledañas, era la pandemia que más muertes causó en el siglo XIX en prácticamente todo México.

La enfermedad “colera morbus” llegaba a México desde Canadá, Estados Unidos y se infiltró por los estados norteños de Coahuila y Zacatecas hasta llegar a Jalisco, enfermedad provocada quizá por las malas condiciones de higiene de la época, las heces fecales en el agua y condiciones poco salubres que ocasionaban copiosas diarreas, vómitos y por ende severa deshidratación que detonaba en pocas horas la muerte de los enfermos.

En el recuento que hizo el historiador de Colotlán Antonio García Rivera (1814-1902) narra que en el año de 1833 "Ymbade por primera vez el Colera Morbo a este lu­gar sus estragos fueron terribles, esta enfermedad cau­saba la muerte en dos o tres horas, consistía en ata­ques de calambres que daban por todo el cuerpo, evacuaciones y bascas y eran tantos los muertos que no bastaban las sepulturas sino que abrían vallados, y hubo casos que venían muertos de los ranchos y los que venían cargando heran seputados juntamente con el cadaver que habían cargado. De esta enfer­medad murió el mejor hijo de Colotlan que sacrifico su ínteres y bien estar por la libertad de su pueblo gobernándolo con iquidad y justicia, el guerrero D. Marcos Marcelo Escobedo”.

La tragedia llegaba a Colotlán a finales de julio de aquel 1833, en una ardua investigación se descubrió cómo quedó documentada en el libro de Actas de Entierros de la parroquia de San Luis de Colotlán, al que se le colocó en la página 19 la leyenda “COLERA” que registraba a partir de ese momento a todos los muertos, fueron en total 339 defunciones registradas por la misma causa, para una población de apenas cientos de habitantes significó una merma importante del grueso de los que entonces vivían en Colotlán.

Durante los siguientes meses de agosto a noviembre fueron registrados los cuerpos que iban siendo depositados en los cementerios de la capilla del Señor San Lorenzo y en el de Santiago, principalmente, unos cuantos privilegiados eran sepultados en el camposanto, frente al atrio de San Luis. Aún el cementerio de la Cruz (hoy secundaria foránea) no se cunstruía, fue hasta mediados de siglo, menos el de Guadalupe que fue hasta finales de los 1800.

El entierro de la primera víctima de la enfermedad, depositada en Santiago fue la señora María Josefa Rosales, adulta que fue casada con José Rivera, indígena que recibió los sacramentos de la confesión y extremaunción, no testó por pobre y murió de la epidemia del Cólera Mórbus y para que conste lo firmó como párroco Don Tadeo Suarez. En el mismo día se sepultó en el cementerio de San Lorenzo al cadáver de Eleuteria Escamilla, hija de Lauriano Escamilla y Josefa Pacheco, el presbítero Don Rafael Cornejo fue quien dio fe.

El día 1 de agosto se sepultaron a cinco personas, los siguientes días fueron incrementando drásticamente; el día 2 fueron once personas, el día 3 ocho, el día 4 once y el día 5, considerado el mas terrible por el número de defunciones, fue de 22 personas.

El día 6 agosto se enterraron en San Lorenzo 12 cuerpos, uno de los presbíteros era Fausto Antonio Veliz, junto con el señor cura párroco Don Tadeo Suarez no se daban abasto, dieron cristiana sepultura a Don Martín Corona, indio del barrio de “Sollatitán” (así escrito en el acta), casado que fue con doña Camila Covarrubias.

Al día siguiente hubo 19 muertos de la epidemia del cólera mórbus, se enterraban juntos a los esposos, incluso hay un matrimonio de la Mesa Colorada donde también el hijo de los mismos fue depositados sus restos en el mismo lugar y registrado con la misma firma del señor cura, habiendo para entonces pocos lugares en los camposantos de San Lorenzo y en el de Santiago.

Para el día 8 de agosto prevalecía el caos, el miedo y los enfermos, fueron dieciséis los muertos ese día, diecisiete el día 9 y drásticamente 29 el 10 de agosto, en un respiro solo se registraron tres el día 11.

Los siguientes días así se registraron las muertes: día 12 de agosto: 5, día 13: a 13, 14 de agosto: 18 difuntos, día 15: 14, día16: 10, día 17: 19, día 18: 14, día 19: 16, día 20: 8, día 21: 4, día 22: 6, día 23: 2, día 24: 4 y día 25 a 2 mas.

Historiadores de Jalisco recuerdan que el martes 13 de agosto de 1833 la muerte asoló las calles de Guadalajara, como en otras epidemias; en el transcurso de ese día fueron 238 personas muertas a causa del cólera en aquella ciudad. 

El 26 de agosto fue el primer día de tregua de la enfermedad en Colotlán, no hubo defunciones registradas. Los días 27 y 28 fueron tres en cada día. El día 29 se registraron dos muertes, pero solo una fue del cólera, la otra especificó otra causa distinta.

Perecía el final de la pandemia el último día del mes, fueron 3, el 1 de septiembre se registraron 4, para el día 3 subió a 6. Dato curioso del día 5 de septiembre: El trato a los españoles era un poco diferente, “En el campo santo parroquial de Colotlán sepultó con entierro mayor horas, vigilia y misa de acompañados al cadáver de don Juan Antonio Suarez, español vecino de esta ciudad, casado que fue con doña Gertrudis Cabrera, recibió los santos sacramentos de penitencia, eucaristía y extremaunción y habiendo hecho su disociación testamentaria murió de cólera morbus”. Tres personas fallecieron también en ese día con destino diferente, fueron depositados en San Lorenzo.

Los días siguientes del mes variaba de uno a tres difuntos, varios días no había víctimas, en total lo que restó del mes fueron 18 fallecimientos.

Octubre vio casi el final de la pandemia, entre el 3 y el 27 de octubre fueron 5 muertes por esa causa. Fue hasta el día 9 de noviembre que se reportó un fallecido de cólera en la Hacienda de Víboras. Afortunadamente todo terminó el día 29 de noviembre, fue el último registro, del cuerpo de María Gertrudis Arellano, vecina de esta población de Colotlán, de cuyos restos quedaron en el camposanto del pueblo.

lunes, 25 de marzo de 2024

Billetes colotlenses de 1915

Por: José Alonso Serrano Campos

Nuestro pueblo, Colotlán, situado en la zona norte del estado de Jalisco, desde mayo de 1913 hasta marzo de 1914, la región estuvo casi totalmente dominada por las fuerzas villistas. En respuesta a llamados de ciertos sectores de la población, el Gobernador envió al General del Toro con una fuerte columna de soldados a la región. 

Diez días después de su llegada a Colotlán, los villistas al mando del general Pánfilo Natera y los Bañuelos, con un ejército de más de tres mil hombres, sitiaron la localidad el 6 de abril de 1914. El general del Toro logró huir, pero dejó a sus soldados leales que perecieron: la gente del pueblo se dedicó a saquear e incendiar edificios, casas comerciales y viviendas, particularmente en el centro de la ciudad.

Al momento, mientras los tiempos permitían a la sociedad volver a la aparente calma y normalidad, los dueños del poder establecían un sistema monetario suplementario, a continuación se presentan algunos documentos rescatados, notas que provienen de un período posterior a los hechos anteriormente citados.

La Administración de Rentas

El billete de $1 tiene espacios para las firmas de Toribio Benigno Argüelles como Administrador de Rentas y otro espacio sin firma para quien servía como Interventor, aún no localizado en los documentos existentes.

Cuando Toribio Benigno Argüelles De la Torre nació el 12 de febrero de 1891, en Huejúcar, Huejúcar, Jalisco, México, su padre era Juan José Felipe Argüelles Flores, tenía 41 años y su madre, Josefa De la Torre Valdez, tenía 39. Se casó con María Elena Raygoza Rodríguez el 4 de noviembre de 1911, en Colotlán, Jalisco, México. Eran padres de al menos 4 hijos y 6 hijas. Vivió en Pinal, Arizona, Estados Unidos en 1920. Murió el 10 de febrero de 1971, en Chihuahua, Chihuahua a la edad de 79 años.


Pagaduría General de la 2a. Brigada Bañuelos

J Félix Bañuelos Bañuelos se incorporó a la lucha armada contra Porfirio Díaz a finales de 1910. Como subteniente combatió en Zacatecas, Durango y Jalisco y con la victoria de Maderos se incorporó al 26º Cuerpo de Rurales. Luchó con las fuerzas constitucionalistas entre 1913 y 1917, participando en las fuerzas de Pánfilo Natera y estando presente en los sitios de Colotlán, Jeréz y Zacatecas. 

Algunas fuentes señalan que fue villista hasta 1920, liderando las batallas de El Ébano, San Luis Potosí, contra el general Jacinto B. Treviño. Adhirió al Plan de Agua Prieta en 1920. Fue jefe de la guarnición de Celaya, Guanajuato, desde ese año hasta 1923, cuando ascendió a General de Brigada. 

Entre 1924 y 1936 ocupó varios nombramientos militares. En 1936 fue elegido gobernador del estado de Zacatecas y posteriormente fue gobernador del territorio de Quintana Roo. En 1946 fue fundador y director de la Academia Militar de México. Se jubiló en 1944 y falleció en la Ciudad de México el 2 de septiembre de 1948.

Un billete de 50 centavos y un peso, fechados el 15 de septiembre de 1915.


Pagaduría de la Brigada M. Triana

Billete de un peso fechado el 4 de noviembre de 1915.

En 1911, Martín Triana se unió al movimiento armado contra Porfirio Díaz, luchando en la región de Lagunera y ocupando Sombrerete en mayo. Cuando Villa luchó con Obregón en Celaya en mayo y junio de 1915, Triana desertó y se pasó a los carrancistas y fue gobernador provisional de Aguascalientes desde el 10 de agosto de 1915. al 13 de junio de 1916. En 1917 se retiró a la vida privada y falleció en la Ciudad de México el 9 de febrero de 1934.

En esta zona operaba la Brigada Martín Triana, derrotando a las fuerzas del General Bañuelos, a mediados de 1915.

La historia se seguirá registrando conforme se vayan encontrando más documentos de la época en que se vivió la revolución mexicana.

sábado, 16 de marzo de 2024

Andrés López de Nava (1808-1862) cura de Colotlán a mediados del siglo XIX

Compilado por José Alonso Serrano Campos

Nació el 2 de febrero de 1808 en Paso de Sotos –actual Villa Hidalgo–, Jalisco uno de los más importantes, controvertido y hoy poco conocido sacerdote que ha dirigido la Parroquia de San Luis de Colotlán, en aquellos años el Curato de Colotlán.

López de Nava ingresó al Seminario Conciliar de Guadalajara, donde cursó Latín y el Curso de Artes de Filosofía, el cual concluyó en 1826 bajo la conducción del catedrático José de Guadalupe Espinosa.

Luego siguió sus estudios de Teología. El 12 de enero de 1835 solicitó las órdenes sagradas, y al no haber obispos en todo el territorio nacional, por la presión del rey de España al papa para que no nombrara obispos en sus antiguos reinos, junto con Agustín Rivera y Juan José Caserta emprendió a caballo el viaje de Guadalajara a Tampico, para de ahí embarcar hacia Nueva Orleans, donde el obispo de la localidad lo ordenó sacerdote.

A su regreso a Guadalajara impartió el Curso de Artes de Filosofía en el Seminario Conciliar, el cual concluyó en 1836. Por sus travesuras y sus superficialidades por las que se caracterizaba, fray Manuel de San Juan Crisóstomo Nájera llegó a decir con gran severidad: “Lo que más ha perjudicado al Seminario en los últimos años, son las ideas racionalistas de Ortiz, la superficialidad y pedantería de Orozco y la inmoralidad de López de Nava”. 

En la Universidad de Guadalajara, el 5 de marzo de 1835 recibió el grado de licenciado en Teología, y el 19 del mismo mes y año obtuvo el grado de doctor en la misma Facultad.

Al concluir su labor como catedrático del Seminario, el obispo Diego Aranda lo nombró vicario cooperador de varias parroquias foráneas. Luego fue cura interino de Hostotipaquillo, Jalisco, y finalmente ganó por oposición el Curato de Colotlán: “Pero –escribe Agustín Rivera– como aquel hombre no tenía rey ni roque, a la hora que se le antojaba y con algún pretexto se iba a pasear a Guadalajara y a México, donde tenía muchos contertulianos y gastaba muchos pesos [en el juego de los naipes]”.  

En 1845 fue electo diputado al Congreso de la Unión por el Estado de Jalisco, por lo que pasó a radicar a la capital del país. Pero el Congreso fue disuelto y se quedó sin cargo. El 24 de diciembre de 1846 ocupó la vicepresidencia de la república el doctor Valentín Gómez Farías, quien en ausencia del presidente Antonio López de Santa Anna expidió la llamada “Ley de [bienes] de manos muertas”, que afectaba los bienes de la Iglesia. El problema era que nadie quería ocupar el Ministerio de Justicia y Negocios Eclesiásticos para firmar el refrendo de dicha ley.

¿Cómo ocurrió, entonces, el nombramiento del doctor Nava para tan delicada y comprometedora responsabilidad?

Pasó este diálogo entre el vicepresidente y algunos de sus amigos:

–Nombra ministro de Justicia a Andrés de Nava y él expide la ley.

–¿No es López de Nava el cura de Colotlán en el Obispado de Guadalajara?

–El mismo.

–¡Hum! ¡Un cura autorizar esa ley!

–Pues Andrés López la autoriza. Tú no lo conoces. Es muy liberal y tiene una cabeza muy singular y grandes energías individuales.

–Tráiganmelo.  

Y luego de ser oficial mayor, fue nombrado ministro de Justicia y de Asuntos Eclesiásticos, como era de esperarse refrendó la citada “Ley de manos muertas” del 11 de enero de 1847, ante la enérgica protesta de los obispos y de la prensa. En cuanto dejó de ser útil al régimen liberal, lo despidieron y se encontró sin ningún peso. Entonces regresó a Guadalajara el 5 de mayo inmediato, donde el obispo Diego Aranda lo obligó a retractarse:

–Si no se retracta usted públicamente de haber autorizado la Ley del 11 de enero, le quito a usted el curato [de Colotlán].

–Sí Ilustrísimo Señor, estoy en la mejor disposición de retractarme por la prensa, y doy de fiador al Pato.

–¿Quién es [el] Pato?

–Marianito Guerra.

–¡Puf! ¡Qué modo de tratar a un señor capitular! 

Antes de regresar a su parroquia de Colotlán, muy ufano repartió el texto de su retractación, ante la indignación de los liberales radicales.

Durante la Guerra de Reforma fue muy perseguido por las tropas del general Jesús González Ortega, por lo que huyó a Guadalajara, donde publicó sus afamadas “Cartas a un amigo”, en las cuales ridiculizó duramente al citado general. Por lo que, al triunfo de los liberales, el 3 de noviembre de 1860 huyó a la sierra de Nayarit, ahí permaneció escondido durante más de un año, en medio de grandes penalidades.

Siempre fugitivo, durante siete meses sirvió el Curato de Huaynamota, del Obispado de Durango, de ahí pasó a San Juan Capistrano, a la Hacienda de Ameca y a otros lugares más, hasta que el 4 de enero de 1862 fue hecho prisionero.

El gobierno del estado de Zacatecas le dio permiso para residir en Valparaíso, Zacatecas, donde pasó enfermo sus últimos días y falleció el 19 de agosto de 1862.

Escribió diversas obras, de las que destacan: A mis discípulos [del Seminario] (1836); Comunicación al Ilustrísimo Sr. Obispo de Michoacán sobre su nota de 22 de enero sobre la ley de bienes de manos muertas (1847); Retractación de sus actos como oficial mayor y ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1847); Carta al presbítero D. Juan Navarro, redactor en jefe del Boletín del ejército constitucionalista (1859); Carta que en estilo sarcástico y virulento ataca y ridiculiza a D. Jesús González Ortega, gobernador del Estado de Zacatecas y a otros constitucionalistas, entre otras. 

Federico Anaya Gallardo, destacado investigador, escribió en dos de sus columnas periodísticas publicadas los días 6 y 14 de diciembre de 2022 acerca de las historias de nuestra gran guerra civil en Jalisco, relató que en 1857 el párroco de Colotlán, Andrés López de Nava, había golpeado en la plaza pública a un hombre de Colotlán o Santa María de los Ángeles, Ramón Rodríguez. El historiador Will Fowler usa este incidente para subrayar cómo –justo al inicio de la hecatombe– cambió la percepción social de personajes prestigiosos. López de Nava era un erudito (doctor en teología), orador mediano y buen predicador.

Expediente 6706.- Fowler reporta que “desde el púlpito muchos feligreses se encontraron con que su párroco de siempre, su entrañable padre confesor de toda la vida, predicaba ahora “contra las personas [liberales del pueblo] que le son odiosas designándolas con sus nombres y apellidos, y contra el Supremo Gobierno cuyas disposiciones califica de heréticas”. Su fuente es un largo expediente de 1857 que relata los agravios de Ramón Rodríguez, vecino de Santa María de los Ángeles –la última población antes de entrar a tierras de Zacatecas. Rodríguez se queja del cura de Colotlán, Andrés López de Nava por haberle golpeado y tener una conducta reprobable.

Al parecer Rodríguez y López se encontraron en la plaza de Santa María y el primero no se quitó el sombrero, por lo cual el segundo lo agarró a golpes. Es probable que el cura haya usado un bastón, pues el “facultativo” que examinó a Rodríguez reportó que este tenía la cabeza descalabrada, “cuatro verdugones” en la espalda y moretones menores en un brazo. El agraviado declara, en oficio al gobernador liberal, que él bien habría podido responder al golpeador; pero que el jefe político le recomendó proceder conforme a la ley. De hecho, se gastó unos siete reales en papel sellado para conseguir diversas “certificaciones”. Una, en la que consta el dictamen del médico facultativo, le costó un real (más lo que le haya cobrado el galeno).

¿Quién era ese cura? Andrés López de Nava tenía 49 años cuando golpeó a Ramón Rodríguez en la plaza. Era un hombre colérico. 

Un contemporáneo –el historiador jalisciense (también cura, pero liberal) Agustín Rivera Sanromán– decía que a López de Nava se le escuchaba con agrado y se le reconocía talento. Pero también recordaba que “no tenía rey ni roque”, es decir, que era impulsivo y no obedecía. Y que gustaba de los lujos y que apostaba en los naipes tanto en su región, como en sus metrópolis (Guadalajara y en México), recordaba que “era de alta estatura, de cuerpo gallardo, membrudo, blanco, de hermoso rostro. Doctor en Teología, de instrucción superficial en varias materias, orador mediano, pero era escuchado con agrado por su claro talento, fácil palabra y excelente elocución (lo oí predicar), muy audaz, de genio socarrón, tremendo escritor público y muy afecto a tertulias, a vestir con lujo, a la buena mesa, al juego de naipes, a mirar todas las cosas por su lado ridículo, a los buenos caballos, a las buenas armas de fuego, al lenguaje de la plebe y a dar buenas bofetadas”.

Podemos imaginarlo como violento defensor de los derechos del clero. Pero sus aficiones sibaritas también denotan a un hombre de mundo (por eso Rodríguez lo denuncia por escandaloso). De nuevo, su contemporáneo Rivera nos reporta que “como aquel hombre no tenía rey ni roque, a la hora que se le antojaba y con algún pretexto se iba a pasear a Guadalajara y a México, donde tenía muchos contertulianos y gastaba muchos pesos [en el juego de los naipes].”

De hecho, López de Nava fue electo diputado federal por Jalisco en 1845, en la víspera de la Guerra con EUA. Iniciadas las hostilidades, López de Nava seguía en la capital federal y vendió su firma para él expedir la Ley sobre bienes de manos muertas que expidió Gómez Farías –por segunda ocasión al frente de la Administración Federal. Otra vez, los afanes reformistas de Gómez Farías quedaron en nada. Cuando López de Nava regresó a Guadalajara escribió una retractación pública para demostrar su lealtad a la Iglesia conservadora (pues el obispo amenazaba con quitarle su curato en Colotlán). Ese era el hombre que golpeaba ciudadanos en Santa María de los Ángeles en 1857.

El cura denunciado nos muestra un patrón: miembro de una élite cuyo interés esencial es mantener sus privilegios económicos y sociales. Si para lograrlo deben humillar o agredir a sus feligreses, no les importa. Se justifica señalando que defiende el orden institucional.

Cuando la Revolución de Ayutla (1854) encumbró a los liberales puros en un nuevo gobierno nacional, López de Nava escogió las banderas conservadoras. “Audaz, de genio socarrón [y] tremendo escritor público” (otra vez Rivera Sanromán) atacó por todos los medios a los liberales. Durante la guerra civil (1858-1861) el cura de Colotlán publicó desde Guadalajara un librito satírico (67 páginas) bajo el título Carta al presbítero D. Juan Navarro, redactor en jefe del Boletín del ejército constitucionalista (1859). Gracias a la Universidad Autónoma de Nuevo León, tú y yo podemos leerlo en siete archivos de formato PDF. (Liga 1.) Al perder los reaccionarios, López de Nava huyó a las montañas del actual Nayarit. Luego, el gobierno liberal de Zacatecas le permitió regresar a su región, residiendo en Valparaíso hasta su muerte en agosto 1862. (Liga 2.)

Pasemos ahora a su víctima: Ramón Rodríguez, vecino de Colotlán o de Santa María de Los Ángeles. Gracias al expediente 6706 del Archivo Histórico del Estado de Jalisco (AHEJ, Gobernación, Iglesia, G.4, 1857, Caja 2), sabemos que en 1857 el cura López de Nava le dejó la cabeza descalabrada, cuatro verdugones en la espalda y moretones en un brazo. También sabemos que Rodríguez se gastó al menos 7 reales en documentar la agresión. Casi un peso fuerte (que tenía 8 reales). Aparte, Rodríguez pagó médico, servicios legales y correos. Lo hizo pese a que podría haber “arreglado” el asunto a golpes –según explicó en su oficio al gobernador liberal de Jalisco el 25 de mayo de 1857. No usó la fuerza porque un jefe político le había recomendado usar el camino de la Ley.

Ramón Rodríguez fue un ciudadano común y corriente –a quien los garrotazos del cura López de Nava le hicieron nacer la consciencia. Paradojicamente, quien ayudó a encontrar más datos de Ramón Rodríguez fue su verdugo. El cura de Colotlán y Santa María de los Ángeles describió con cierto detalle a su víctima en su Carta de 1859.

En su Carta, López de Nava se centra en su desgracia personal: “…herido en el corazón por un tal Jesús González Ortega, llamado gobernador de Zacatecas, por haberme robado éste siete escelentes caballos, quince muy buenas mulas aparejadas, y después de todo esto, condenádome él mismo á muerte, … me propuse ponerlo en ridículo en cincuenta cartas…” (Mantengo la ortografía original.) El cura reaccionario sólo alcanzó a escribir dos cartas y en ellas, sus quejas retornan obsesivamente, una vez tras otra, a sus caballos y mulas. Por cierto, que el mismo López de Nava reconoce que el general González Ortega le extendió recibo por las bestias –porque se trataba de una confiscación en tiempo de guerra y no de un robo.

Es en el cuento de la confiscación de las bestias de López de Nava que aparece Ramón Rodríguez. Lo presenta como el “secretario nocturno” de González Ortega, a quien la crisis del golpe de Estado de 1858 había llevado a la gubernatura liberal-constitucionalista en Zacatecas. Reporta también que Ramón era apodado El Roto y tenía un hermano llamado Manuel, también apodado El Roto o El Quijote. Este último –según López de Nava– era el loquito del pueblo en Colotlán.

Ramón sale a cuento cuando González Ortega recorrió la región de Colotlán en 1859. El cura conservador describe así a la tropa liberal: “más de cuatro mil léperos de ambos sexos, que eran capaces, por sus espantosas figuras, de infundir terror a los mismos demonios”. Ramón era cabo de milicias (es decir, era un guardia nacional). Según López de Nava, por confiscarle sus caballos y mulas, fue ascendido a cabo.

En “el operativo” de la confiscación, Ramón habría comandado cincuenta guardias nacionales. López de Nava había mandado a sus criados que escondiesen sus bestias en un barranco, pero Ramón las localizó porque se había confabulado con “los indios Antonio Usquiano y Brígido Mendoza” para que vigilasen la casa del cura. Usquiano era un exsacristán –quien estaba enemistado con López de Nava. El cura nos explica en una nota de pie que debe desconfiarse de todos sacristanes (quienes eran usualmente indígenas). Según él, Usquiano le habría explicado que “este es el tiempo de los sacristanes; …para ser gobernador, general de división, ministro de guerra, debe servirse primero de una sacristía”.


En resumen, Ramón el golpeado de 1857 para 1859 es parte de una conspiración general de los “inferiores” que pretenden igualarse con “sus señores”. El cura relata que González Ortega arengó a Ramón Rodríguez diciéndole que “¡Un soldado del pueblo jamás se humilla!”. Aquí inserta el cura otra nota de pie, en la que compara al soldado del pueblo con los soldados veteranos del Ejército permanente: el miliciano como Ramón Rodríguez es gente “sin disciplina, sin moral y sin religión, [que] no sabe sino robar, asesinar alevosamente, blasfemar y por último arrancar. … al fin, como … lleva una conciencia manchada con sus crímenes, lo asusta hasta una pulga. No así el soldado veterano que, bien disciplinado, y ambicioso de honor y de gloria, pelea siempre a pecho descubierto por defender su religión, su patria y su familia. Y con su serenidad y bravura ha hecho y hará siempre morder el polvo a los sacristanes generales, a los gobernadores poetas, a los abogados sin clientes, a los médicos prostituidos y a todos los infames e impíos reformadores”.

Y con todo, esas “basuras” que la tormenta social había levantado del suelo (expresión del cura reaccionario)… esas “basuras” ganaron la guerra civil y vencieron más tarde al Imperio de Maximiliano. Lo lograron porque antes de ser milicianos de las Guardias Nacionales se habían vuelto ciudadanos. Recordemos: en mayo de 1857 Ramón Rodríguez, alias El Roto, hermano del loquito Manuel El Quijote, hubiese podido golpear a su agresor. No lo hizo. Cumplió el procedimiento que marcaba la nueva Ley liberal. Ciertamente, el agresor quedó impune; pero dos años después, cuando llegó el fuego purificador de la Revolución Liberal, los nuevos ciudadanos construirían un nuevo orden, mejor y más justo que el heredado de la colonia.


martes, 5 de marzo de 2024

La posesión de la tierra: origen y causa de rebeliones indígenas en el gobierno de San Luis de Colotlán

Siglo XVIII (1700) 

Por: José Rojas Galván


Durante le época de la Colonia, los capitanes protectores del gobierno de Colotlán, tenían entre sus principales obligaciones la de velar por los habitantes de la frontera, incluidos españoles e indios; sin embargo, no siempre cumplieron al pie de la letra, ya que una vez que la frontera se encontró prácticamente pacificada, a principios del siglo XVII, comenzaron a incurrir en irregularidades y abusos contra la población india. Tal fue el caso del capitán Jerónimo Ramiro, quien en el año de 1616 fue acusado por los indios de las fronteras de Colotlán, ante el visitador Juan Dávalos Toledo, de haber cometido una serie de abusos en su contra pues vendió a dos indios chichimecas pacificados, uno llamado Alonso, casado natural del pueblo de Axcaltlán San Lorenzo, y el otro Diego, soltero natural del pueblo de Santiago.

De igual forma, se le acusó de incurrir en el repartimiento de mercancías, situación que, en opinión de los indios afectaba la paz de la región, pues por andar vendiendo ropa y otras cosas en este pueblo y en la sierra de Tepeque y otras partes [que va a comprarla a Zacatecas... [en su] recua... a descuidado su jurisdicción [en consecuencia) los indios chichimecos de este pueblo se han ido a la sierra..."

El repartimiento de mercancías fue un instrumento que descubrieron y utilizaron para enriquecerse los alcaldes mayores y otros funcionarios de la Nueva España, a partir de las últimas décadas del siglo XVI. Mediante este sistema repartían a los indígenas de sus jurisdicciones diversas mercancías a cambio de un pago futuro. El repartidor era quien establecía los precios de lo repartido y lo cobrado, la ganancia de ahí provenía.

Asimismo, los indios de Colotlán denunciaron la invasión de sus tierras por parte del español Gabriel Trejo, quien se había asentado en el terreno conocido como El Ojo Caliente a dos leguas de Colotlán, sin tener título.

El visitador Dávalos, en respuesta a tales denuncias comunicó al capitán protector, que, en lo tocante al repartimiento de mercancías, dicha actividad defraudaba la alcabala real de que no está exceptuados soldados ni capitanes ni es oficio que le usen... asimismo que de aquí en adelante teniendo semejante cargo en los casos de que pudiere conocer no condene a estos ni a otros indios a servicio personal, contra lo mandado por su majestad.... de lo contrario... será castigado gravemente como quien usa de jurisdicción que no es suya.

Si bien el repartimiento de mercancías a través del tiempo fue cayendo en desuso, los capitanes protectores, aunados a otros españoles, continuaron por mucho tiempo buscando la oportunidad para apropiarse como fuera de la mano de obra indígena, así como de sus tierras, máxime si estas últimas eran aptas para la agricultura o contenían yacimientos minerales. Tal situación no dejó de crear conflictos que en varias ocasiones ocasionaron que los indios se sublevaran.

Las rebeliones de indios que se presentaron en la Nueva España, a lo largo del período colonial, son muestra palpable de la inconformidad de los indígenas, de su devenir histórico plagado de resentimientos y movilizaciones, de un constante proceso de explotación" y despojo de sus tierras.

En lo que respecta a las rebeliones indígenas que se suscitaron en la Nueva Galicia, la mayoría tuvieron el carácter de sublevaciones contra autoridades o contra medidas de gobierno, sin embargo, hubo una que tuvo el rasgo de insurrección contra la dominación española: la rebelión del Mixtón. Los factores principales que permitieron estructurar y aglutinar a grupos indios tan disímbolos en dicha rebelión fueron: la severidad del colonialismo y la imposición de una concepción del tiempo, del pasado, y del mundo, muy diferente de la que tenían.

La historia de todo régimen dominante y la historia de la conspiración son dos historias paralelas que se remiten de manera mutua. Donde se encuentra el poder secreto, se localiza, casi como su producto natural, el contrapoder, igualmente secreto, en forma de conjuraciones, complots, o bien de sediciones, revueltas o rebeliones, preparadas en lugares impracticables o inaccesibles.

En este trabajo he decidido utilizar como similares los diversos términos de rebelión, sublevación, levantamiento y alzamiento, por lo que, avalando la idea de Silvia Soriano, rebelión es "toda reacción directa, inmediata y espontánea a una vejación precisa. En consecuencia, he considerado descartar el concepto de insurrección por considerar que es un movimiento encaminado a trastocar el orden establecido, es decir, que sus objetivos son mucho más profundos.

El propósito de este trabajo es mostrar cómo, a partir del despegue del auge minero de Bolaños en la séptima década del siglo XVIII, la interrelación social de los grupos de poder 'y contra poder' del gobierno de Colotlán, cayó en crisis por la disputa de las tierras cultivables de los indígenas. Los indios norteños, ante la posible pérdida de sus tierras, buscaron la manera de hacer valer sus privilegios de fronterizos, como su principal arma de defensa en contra de la codicia de los españoles.

La Corona, en la mayoría de los litigios, dio su apoyo a los indios como una manera de evitar que se sublevasen y pusieran en riesgo la estabilidad de la frontera y, por tanto, la producción de plata en Bolaños. Sin embargo, cuando decayó la producción argentífera, a partir de 1790, el gobierno de los borbones decidió hacer una serie de reformas para hacer de nueva cuenta productivo el territorio de Colotlán. Una de tales innovaciones fue el repartimiento de tierras a españoles, objetivo que, como se verá, se logró sólo en algunos pueblos fronterizos.

En el año de 1735, un grupo de indios del pueblo de Huejúcar, ante la posibilidad de perder sus tierras comunales que tenían arrendadas al español Pedro de Nava, acudieron a la ciudad de Zacatecas, ante el Teniente de Corregidor Lucas Alonso y Valle, para solicitarle la reproducción y certificación de sus títulos de propiedad territorial que, por razones de uso y del paso del tiempo, se encontraban en mal estado, pues databan del siglo XVI.

El hecho de que los indígenas de Huejúcar conservaran sus antiguos escritos y que, además, buscaran la reproducción de los mismos, no sólo comprobaba que eran los legítimos dueños, sino que, además, significaba la conservación de la memoria histórica de su pueblo.

La práctica de los indios fronterizos de arrendar sus tierras comunales a españoles, se daba con la intención de obtener algunos ingresos para el funcionamiento de los cabildos indianos, que se encontraban en un marco permanente de carencia de recursos.

Las diligencias sobre el litigio se llevaron a cabo en buenos términos en favor de los indios, ya que, por medio de los documentos, se comprobó que los verdaderos propietarios de las tierras en cuestión eran precisamente los indios de Huejúcar.

Además, el virrey Juan Antonio Vizarrón y Eguiarreta, arzobispo de México, ratificó la fidelidad de los indios a la Corona, así como sus privilegios de militares y fronterizos, ya que habían observado con puntualidad la disciplina militar y obediencia a su jefe, en toda ocasión que se había requerido. Especialmente en la sublevación de más de veinte pueblos fronterizos en el año de 1705, donde los indios de Huejúcar acudieron con sus armas y caballos a someter a los sublevados.

El levantamiento al que hacía referencia el virrey obispo, había tenido graves repercusiones en la zona fronteriza, pues a raíz de la poca respuesta a los litigios que sobre tierras tenían varios pueblos de indios con españoles, acaeció no sólo la quema de viviendas de los blancos y el robo de sus pertenencias, l' sino también la muerte del capitán protector Silva, en manos de los indios de Nóstic, en 1705. En consecuencia, la respuesta por parte de los peninsulares y de los indios aliados de Huejúcar, como lo señalaba el virrey, fue terrible para los rebeldes.

Las alianzas que se dieron entre españoles e indios fronterizos traían beneficios para ambas partes. Así lo demostró el virrey Marqués de Casafuerte, cuando ratificó a los indios de San Juan Bautista de Mezquitic sus privilegios militares, por su ayuda en la empresa punitiva que se realizó en la provincia de Nayarit en el año de 1724.

Los españoles y sus indios aliados del territorio de Colotlán en ocasiones respondían al llamado de la Corona para someter a cualquier grupo de indios sublevados, no sólo en la región fronteriza, sino aún más allá, donde había importantes intereses mine-ros. Así se confirmó con la rebelión que se suscitó en Guanajuato, el 1° de julio de 1767, la cual, se ha atribuido al descontento de la población por la expulsión de los jesuitas.

El entonces Visitador, José de Gálvez, previendo las posibles consecuencias de dicha rebelión, se dio a la tarea de proteger como fuera las minas de la región. Para esto, envió un comunicado al Corregidor de Bolaños, en julio de 1767, en el que le ordenaba que reclutara el mayor número de gente armada posible, a efecto de dar un digno castigo a los sublevados y habiéndolo puesto en excusión alisto y se alistaron voluntariamente más de seiscientos hombres compuestos de Indios flecheros, españoles y Gente de Rason...quines estando ya prontos a emprehender su marcha a expensas suyas repitió segunda carta... [el Visitador]...ordenando que no se moviesen de sus recidencias respecto a tener ya paciguada la provincia...

La buena respuesta que dieron los habitantes de Bolaños y del resto de las fronteras al llamado de Gálvez, sin duda se debió al interés de los mineros por exterminar con cualquier intento de insubordinación que se presentara en las regiones mineras de cualquier parte del virreinato, puesto que, de llegar a extenderse, podría afectar los intereses que tenían en dicho real tanto la Corona como la élite de las fronteras.

Los pactos de alianza que se dieron entre los indios y su capitán protector, llegaron a romperse por el incumplimiento de alguna de las partes, siendo por lo regular el capitán protector el primero en incumplir lo pactado. Tal como sucedió en el año de 1754, cuando un grupo de indios de Huejúcar pugnaron porque las elecciones de sus autoridades se realizarán en su pueblo y no en la cabecera, esto es, en Colotlán. El capitán protector, Juan Antonio Romualdo Fernández de Córdoba, no estuvo de acuerdo con el hecho, debido a que era él quien decidía qué personas del pueblo tomarían los cargos de gobernador, y demás oficiales de República, y no los indios.

La rencilla electoral tenía su origen en el incumplimiento de la promesa que había hecho de Fernández de Córdoba, de ayudarlos a recuperar ciertas tierras que tenían en litigio y, con ese pretexto, los obligaba a trabajar para él sin darles compensación alguna.

Ante la negativa de los pobladores de Huejúcar de acudir a Colotlán a realizar sus elecciones, el capitán protector convocó la gente de tres pueblos, Tlacosahua, Santa María y Santiago Tlatelolco, para que armada y con "aparato de guerra", condujesen a Huejúcar a los elegidos por el capitán y les entregasen las varas y diesen posesión de ellas y, al mismo tiempo, aprehendieran a muchos naturales rebeldes, en especial a su cabecilla, de nombre Alonso Soriano.

A consecuencia de los disturbios suscitados en Huejúcar, el virrey Revillagigedo dictaminó que los indios debían acudir a la cabecera a celebrar sus elecciones, con asistencia de su cura y su capitán protector." Esto representó un golpe para los indios de Huejúcar, ya que la costumbre en la región fronteriza era que se dejase a los indios hacer libremente sus elecciones, con la sola asistencia del cura.

El cabildo de los diferentes pueblos de indios fronterizos del siglo XVIII, tenía como base la tradición de los tlaxcaltecas que llegaron a la región durante el siglo XVI.

Ellos tomaron ambas tradiciones, la mesoamericana y la española, y lograron crear una institución diferente por medio de negociaciones y ofertas a la Corona. En el cabildo indígena de la región fronteriza, existía un gobernante que surgía de los barrios, renovable año tras año. De esta manera, se aseguraba la cohesión que proporcionaba el gobernante, pero además se promovía que los barrios tuvieran intercambio de burócratas, de esa manera, en el cabildo habría siempre personas de todos ellos.

La disposición del virrey sobre las elecciones en Huejúcar, se tradujo en la prohibición de que cierto grupo de indios de dicho pueblo tuvieran acceso a empleos honoríficos, por los graves delitos que se les imputaron." Esto provocó la formación de grupos de indios antagónicos dentro del gobierno de Colotlán, los que estaban a favor de su capitán protector, por los beneficios que esto les significaba, y los que discrepaban de la constante intromisión en sus asuntos internos y abusos por parte de las autoridades de la cabecera: Colotlán.

Por ello, la relación entre la cabecera y el resto de la región, fue un semillero de conflictos, a causa de la supeditación en que estuvieron los segundos respecto de los primeros.

En los documentos se puede percibir una intensificación de los levantamientos indígenas en el gobierno de Colotlán, a partir del auge minero que se presentó en Bolaños durante 1771, cuando Antonio Vivanco tuvo una participación muy importan-te. A él se le atribuye este nuevo despegue por las grandes inversiones que realizó para desaguar las minas que adquirió en el real minero, así como la utilización de mano de obra indígena para sus minas y haciendas.

No obstante, también debe de tomarse en cuenta la forma ilegal en que Vivanco logró hacerse de tierras fértiles de los indios, las cuales proporcionaron los víveres necesarios -—maíz, trigo y otros granos—, a los reales mineros de Vivanco y de otros españoles que constituían un importante grupo de poder, cuya influencia —como se verá en el siguiente capítulo— se extendía más allá de Bolaños y del territorio colotlense.

La ambición de Antonio Vivanco por hacerse de nuevas tierras, lo llevó a incurrir en una serie de irregularidades, en perjuicio de la población india. Todo empezó cuando Vivanco, en contubernio con el entonces capitán protector de Colotlán, Felipe del Villar, quien era su "compadre fiador e íntimo amigo", logró hacerse de una porción de tierra fértil del pueblo de Azqueltán, denominada "La Ciénega", ubicada al suroeste de Colotlán y norte de Bolaños, en el año de 1778.

Antonio Vivanco se valió de mecanismos de represión para posesionarse de "La Ciénega", utilizando a sus "baqueros para que quemasen los jacales y las chosas que en el referido paraje tenían los naturales" y así formar "rancho para mantener y agostar (la) mulada [del] dicho don Antonio..."

Pero Vivanco no fue el único beneficiario de las tierras de los de Azqueltán, ya que Del Villar vendió una parte considerable de ellas a un español que se apellidaba Miranda, vecino de Tlaltenango. 

Estos hechos, ocasionaron que los indios afectados comenzaran a buscar la forma de protegerse de los abusos de su capitán protector, pues Del Villar los había amenazado con ir personalmente a su pueblo a darles un escarmiento si continuaban oponiéndose a lo realizado por él.

Ante el temor de una represalia, los de Azqueltán, teniendo conocimiento de que los indios de Mezquitic y Nóstic gozaban de cierto favoritismo por parte de Del Villar, les escribieron solicitándoles su ayuda para que el día en que fuera dicho capitán, acudieran a interceder por ellos. Pero las misivas, de alguna manera, fueron a dar a manos del capitán, quien las interpretó como una sublevación o conjuración contra su persona.

Ante tal situación, el capitán Felipe del Villar, con la intención de dar escarmiento a los rebeldes, solicitó la ayuda de Vivanco, quien le proporcionó en pocas horas pólvora, balas y un buen número de indios flecheros de los pueblos inmediatos al Real de Bolaños. Pero, además, y ante el temor de que el conflicto se extendiera, Vivanco dejó en Bolaños para su resguardo a cien hombres bien armados y montados a expensa suya.

La posibilidad de un ataque a Bolaños era factible, pues años antes sucedió que ...un grupo de indios se asercaron a las orillas de este Real... con tambores batientes, y vanderas desplegadas, y hasiendo alto en ellas, consiguieron con amenasas llevarse todos los indios que estavan empleados en los trabajos de Minas y Haciendas...

La represalia que llevó a cabo Felipe del Villar en contra del pueblo de Azqueltán, fue tal, que no sólo se limitó a apresar y azotar a los indios principales, sino que a las mujeres que ocurrían a la cárcel a ver a sus maridos, mandó les quitasen a sus hijos para repartirlos en diferentes casas de españoles. Asimismo, a las mujeres que no acudían a la casa de Del Villar a servirle "de Amas de leche, nombradas vulgarmente chichiguas", las en castigaba mandándolas poner en depósito," y las que lograban escapar corrían el riesgo de quedar muertas en la sierra, ya fuera de hambre o por el ataque de alguna fiera. 

Sin embargo, antes de encarcelar a los supuestos insubordinados, y abusar de las mujeres y sus hijos, Felipe del Villar se dedicó al ..saqueo de las casas y chosas de los indios, en las que no dexo cosa alguna de valor, ni aun trastos de cosina, ni metates, y apocecionado de todos los bienes, ganados, y demas pertenecientes a los vecinos de Asqueltan, mando matar mas de cincuenta reses de las pertenecientes a dichos naturales, lo que se ejecuto prontamente y repartidas las carnes a los soldados, mando le pasasen a su casa los cevos, untos y pieles... asimismo [mandó] que hasta las gallinas que estuvieran con sus pollos las pasasen a su casa, y las demas se repartieran a los soldados...

Los anteriores acontecimientos en las fronteras, fueron denunciados por un grupo de indios caciques de la "nación" tlaxcalteca de la frontera de San Luis de Colotlán ante el virrey Bucareli, por medio del apoderado de los indios el licenciado Jacinto Alarcón,* en año de 1777. Los indios destacaron, entre otras cosas, que desde que Felipe del Villar asumió el cargo de capitán protector, "han experimentado notables opreciones, angus-tias, y cuidados, a causa del modo con que se maneja y conduce en el ejercicio de su cargo dicho Felipe...".

Del Villar, también fue acusado de abuso de poder en otros pueblos de la frontera, ya que, al igual que a los de Azqueltán, a los indios de Temastián los despojó de una parte de sus tierras nombradas la Mesa de Copete, que vendió a José de Contreras. Además, mandó tirar las mojoneras que tenían puestas como señal de dominio en sus respectivos linderos, con el pretexto de que el dinero que había obtenido de la venta era para remitirlo al rey. 

Otra acusación en contra del dicho capitán, fue la haber despojado a los indios del pueblo de Santiago Tlatelolco de una labor de maíz para sembrarla el Capitán por su cuenta. La posesión de esta tierra por parte de Del Villar, vino a causar grandes perjuicios a los indios, debido a que dichas tierras se ubicaban en una parte elevada y eran las que proveían de agua al pueblo, ocasionado incluso, la suspensión de la obra de construcción de la iglesia por falta de agua.

En total, eran siete pueblos de los veintiséis que comprendían la jurisdicción de las fronteras de Colotlán, los que estaban obligados a sembrar y cosechar para el capitán Del Villar media fanega de maíz. En cuanto a los pueblos más distantes, en lugar de maíz, debían de pagar anualmente cada uno seis pesos, más ocho pesos por servicio personal.

Las denuncias de los indios afectados, tenían como finalidad no sólo la defensa de sus intereses, sino también dejar mal parado a dicho capitán ante el virrey Bucareli, por lo que denunciaron los excesos y faltas a su empleo de protector de las fronteras, pues desde el cinco de junio de 1776, en que Del Villar había tomado posesión de su empleo, estuvo en Colotlán tan sólo cinco días pues, el diez del mismo mes, se retiró a la Villa de Aguascalientes, y no volvió hasta el veintisiete de agosto para asistir a las fiestas que él mismo dispuso.

Los caciques indios señalaron al virrey que concluidas las festividades, Felipe del Villar decidió cambiar su lugar de residencia de Colotlán a Aguascalientes. Para tal efecto, dio órdenes a don José de Santiago Celis, gobernador del barrio de Tlaxcala, en Colotlán, para que...remitiese mulas con todo el avio necesario y carretas en que conducir todos sus muebles y considerable (número] de gente de servicio tanto para los fines expresados como para que trayeran cargadas en los hombros aquellas prendas del omenage de cassa que podrían maltratarse viniendo sobre las mulas o carretas...sin embargo no hubo pago de los fletes de mulas y carretas, ni menos ministro cosa alguna, aun para sus precisos alimentos a todos los individuos que se ocuparon en el destino expresado...

Además de las anteriores exigencias, Del Villar ordenó al gobernador Celis, a principios de agosto de 1776, que se juntasen cincuenta hijos de cada pueblo de la frontera: en total mil cuatrocientos hombres, con sus banderas, para que en enero del siguiente año recibieran a su mujer en las afueras de Colotlán, a quien titulaba "la señora generala".

Concluido el recibimiento de gala hecho por los indios de Colotlán, Del Villar ordenó inmediatamente que se hiciesen fiestas de toros, convocando para ello a todas las personas de los alrededores. Después, se continuó con juegos prohibidos como "Albures, Chuza: Bolichi", tanto en las Casas Reales como en la plaza pública, y que por otorgar dichas licencias, el capitán recibió cien pesos.

Así, pues, los recursos obtenidos por los festejos en Colotlán fueron a parar a los bolsillos de Del Villlar, situación que sin duda vino a ensombrecer más aún el panorama social de la cabecera. Ante la ausencia de ingresos al cabildo es posible imaginar el estado del lugar: calles sucias, puentes a punto de caerse, constantes epidemias debido a las malas condiciones sanitarias, incluso, el techo del cabildo podía tener goteras.

Las denuncias de los indios repercutieron de manera importante en el gobierno de Colotlán, ya que dieron pie para que el gobierno central pusiera atención en el desempeño de Del Villar. Lo primero que hizo el virrey fue comisionar al Alcalde Mayor de Jerez, Antonio de Jáuregui, el dieciocho de noviembre de 1777, para que realizara las pesquisas correspondientes al caso. Jáuregui dispuso que Del Villar se retirara de las fronteras hasta nueva orden, con la intención de que su presencia no influyera en los testimonios que debía recabar el comisionado.

Al retirarse Felipe del Villar de la región fronteriza, hubo la necesidad de instalar a un funcionario sustituto que quedara al frente del gobierno de Colotlán. Para tal efecto, el virrey decidió que el más apropiado sería Luis Méndez de Liébana, teniente de caballería del Presidio de Nayarit, quien quedó al frente de Colotlán, y el propio Nayarit." El nuevo capitán protector tomó partido en el conflicto en favor de los indios caciques que tenían demandado a Del Villar. Méndez de Liébana, con la intención de dar seguimiento al litigio en contra de Del Villar, se dedicó, en contubernio con sus adeptos, los indios Juan de Córdoba, Calixto Pacheco y otros, a exigir fuertes cantidades de dinero que pasaban "de seis mil pesos" a los naturales de la frontera para dar seguimiento al juicio de Del Villar, a los que no contribuían los encarcelaba y les embargaba sus bienes. Tal como lo hizo con todas las tierras del pueblo fronterizo de Ostoc, que fueron vendidas a un vecino del Real de Bolaños de nombre Antonio Pérez, por la cantidad de treinta marcos de plata.

Ante los abusos de Méndez de Liébana, el gobernador y otros indios de Santiago Acaspulco se rebelaron, incluso contra su propio párroco, el Bachiller Isidro de Espino, cuando en defensa de un indio de nombre José Apolinario, partidario de Del Villar, que se había refugiado en la iglesia del pueblo, intentaron golpearlo en la cabeza con un palo, y echarle un lazo para arrastrarlo.

El indio Apolinario, con la finalidad de escapar de sus agresores, fue a refugiarse en lo alto del altar mayor del templo. Pero de ahí fue bajado a palos, y cuando el sacerdote intentó detenerlos, haciéndoles ver ...el respeto que se debía al lugar sagrado, y venerable atención a las Divinas Imágenes, respondiéndole estas palabras: que Santos, ni que porquerillitas que aquí no mandan ellos si no nosotros....

Al enterarse los indios de una muy probable represión por parte del capitán Méndez de Liébana, por lo menos tres pueblos de la frontera (Huejúcar, Santa María y Acaspulco), quedaron casi desiertos, ya que sus moradores se dieron a la fuga.

De tal manera, la situación en la frontera se tornó complicada, ante la división de los pueblos fronterizos en dos bandos: "al uno que llaman Villaristas y Padreros y a el otro Liébanistas". La acción de estos dos bandos hizo que la autoridad virreinal pusiera más atención en el territorio. Por tal motivo, y debido a la denuncia que pusieron los indios de Acaspulco en contra de Méndez de Liébana, éste fue obligado, al igual que Del Villar, a retirarse diez leguas de distancia de las fronteras.' Por lo que, de nueva cuenta, el gobierno de Colotlán quedaría sin un representante al frente.

El comisionado Jáuregui decidió entonces instalar interinamente a Manuel José de Aguayo "persona imparcial e idónea y actual vecino para que administre justicia hasta nueva orden. Sin embargo, Aguayo no aceptó dicho empleo por considerar que los alborotos eran causados por los mal entendidos de las partes en disputa." En consecuencia, quedó al frente del gobierno el indio gobernador de Colotlán.

Sin duda, tal situación no dejó de preocupar al gobierno central, pues el hecho de haber quedado un indio al frente del territorio colotlense significaba el riesgo de entrar a un estado de anarquía que podría agravar aún más la situación en la región fronteriza, por lo que el virrey decidió nombrar como capitán protector del gobierno de Colotlán, a Antonio Vivanco en junio de 1780.67 Tal decisión -como se verá en el siguiente capitulo traería serios conflictos del ámbito militar en dicho territorio fronterizo.

El caso de Luis Méndez de Liébana dio un giro de ciento ochenta grados, debido a que murió el dieciocho de abril de 1780,68 como resultado de una larga enfermedad producida, según se dijo, por los "grabes accidentes causados del trabajo que tuvo en procurar unir y reducir a los pueblos rebeldes".

En adelante, fueron sus partidarios, los indios Córdoba, y Pacheco, quienes tuvieron que responder a las acusaciones que se les imputaban, correspondiéndole al entonces jefe absoluto de los indios flecheros de las fronteras, el coronel Antonio Vivanco. enjuiciar a los inculpados en una Junta de Guerra, por ser militares fronterizos. Los integrantes de la Junta dictaminaron que los reos fueran enviados a la Real Cárcel de La ciudad de México, para ser puestos a disposición del virrey."

En cuanto al caso de Del Villar, se puede decir que se complicó aún más a partir del descubrimiento, por parte del visitador de Hacienda, del fraude que cometió cuando era administrador del Real Estanco del Tabaco en Aguascalientes, pues "en ocacion que le tomaba cuenta el Visitador, quiso con tercios llenos de pedasos de madera, y con caxones y Botes de tierra fingir tabaco en rama". Tal situación vino a desembocar en la renuncia de dicho funcionario. No sin antes resarcir el daño que había causado a la Real Hacienda, por lo que, de los 14,000 pesos que sumaba el desfalco, 8,000 tuvo que pagarlos el propio Vivanco, pues era su fiador y protector.

Enterado el virrey Mayorga, por medio del Auditor General Domingo Valcarcer, del contenido de las diligencias practicadas en la zona fronteriza, dictaminó en 1780, sobre los casos Méndez de Liébana y Del Villar, que se librase despacho para que los principales adeptos de ambos grupos se remitieran presos a la ciudad de México, "por inobedientes, y cabezas de los movimientos de Colotlán."

Del Villar fue enviado a México, donde fue puesto preso en el cuartel de milicias; sin embargo, al poco tiempo quebrantó el arresto paseándose públicamente por las calles de la capital, concurriendo a todas las diversiones públicas."

En lo tocante al resto de los cabecillas del partido de Liébana, como ya se mencionó, fueron enviados a la ciudad de México, y las penas que se les impusieron, fueron de cuatro años de cárcel, al principal, Juan Vicencio de Córdova, al trabajo de las obras reales de Puerto Rico, y los demás al Castillo de San Juan de Ulúa. Pero por el motivo de la publicación del indulto por el nacimiento del infante español, se les perdonó el destierro y fueron destinados a la ciudad de Guadalajara. Pero con la prohibición de volver a la frontera."

Sin embargo, Juan Vicencio no cumplió con lo acordado, pues para 1783 se encontraba en una fiesta que se celebraba en una casa del pueblo de Totatiche y, cuando estaba bebiendo "una taza de vino mescal," fue arrestado, no sin oposición, por Mariano de la Concha, Comisario del Real Tribunal de la Acordada, por considerar que su presencia en la frontera era perjudicial para la paz y quietud de los naturales de ella, y de los vecinos españoles que viven en sus campos, y tienen arrendadas algunas tierras.

El reo fue trasladado de nueva cuenta a la ciudad de México y recluido en la cárcel de la Acordada, donde estuvo nueve meses y siete días "con dos pares de grillos y en una bartolina obscura", para después ser enviado, en el mes de junio de 1784, a la Real Cárcel de Corte, donde estuvo hasta noviembre de 1785. Entonces, haciendo valer por segunda ocasión el Real Indulto, Juan Vicencio fue de nueva cuenta puesto en libertad con la condición de que, si volvía a las fronteras de Colotlán, sería enviado irremediablemente al presidio de Puerto Rico.

Otra de las disposiciones que Mayorga tomó, en lo referente al gobierno de Colotlán, fue la de ordenar que a los indios del pueblo de Ostoc se les devolvieran sus tierras.

Las constantes sublevaciones en la región fronteriza y sus razones de ser, hicieron que el gobierno virreinal, en el año de 1791, iniciara la aplicación de un plan de reformas a la estructura del gobierno colotlense, entre las que se encontraba el repartimiento de tierras indígenas a españoles, con la intención de que los indios fueran más dóciles y con mejores sentimientos de religión, así como promover el florecimiento del comercio." A este respecto, Shadow señala que, en las comunidades de Huejúcar, Santiago Tlatelolco, y Santa María de los Ángeles, se dio una integración a la economía mercantil, desde 1780, y que por tal motivo, éstas comunidades indias fueron las primeras que perdieron sus tierras, su identidad y su cultura indígena.

Sin embargo, para el caso de Huejúcar, no se puede decir que haya ocurrido lo que señala Shadow, pues para el año de 1801, en la Audiencia de Guadalajara todavía se ventilaba un caso de rebelión ante la invasión de tierras indígenas por parte de Antonio José González, propietario de las haciendas El Cuidado y La Quemada.

Para el caso de los pueblos de Santa María de los Ángeles y Santiago Tlatelolco, tal y como se vio en el anterior capítulo, los indios de dichos lugares sí perdieron de forma temprana sus tierras, debido a la constante interrelación de sus habitantes con las autoridades de la cabecera del gobierno de Colotlán. En consecuencia, su integración a la economía mercantilista como empleados en las haciendas o en las minas, fue un logro de la política de los borbones, cuya finalidad era la de incrementar la producción del reino."


Conclusiones

En resumen, se puede decir que prácticamente durante todo el período de vida del gobierno de Colotlán, se dio una presión sobre la tierra, sin embargo, con el despegue de la producción minera de Bolaños, a partir de la séptima década del XVIII, y más específicamente con el inicio del ascenso del grupo de poder de Antonio Vivanco en 1776, se aprecia una intensificación de la misma, debido a que los mineros necesitaron de un mayor número de tierras cultivables y boscosas para cubrir las necesidades de sus minas.

Lo anterior, trajo como consecuencia que los ricos mineros, en confabulación con comerciantes y funcionarios de la Corona, se dieran a la tarea de despojar a los indios fronterizos de sus tierras, haciendo uso de su fuerza política, económica y militar.

En respuesta a la embestida de la élite fronteriza, los indígenas buscaron la forma de defenderse haciendo valer sus privilegios de fronterizos, los cuales, en teoría les daba todo el derecho sobre sus tierras. Sin embargo, a los mineros y sus partidarios, no les importó pisotear dichas preeminencias, por los beneficios que las tierras indias podían significar para sus minas.

El sentimiento de pertenencia y arraigo de las tierras norteñas por parte de los indígenas y los españoles, como pudo apreciarse es totalmente opuesto. En los primeros se puede percibir un sentimiento de arraigo a sus tierras independientemente de si eran o no productivas, ya que éstas formaban parte de su status de fronterizos.

En contraste, para los patricios fronterizos, la tierra era un elemento de prestigio, pero más que eso, un recurso estratégico por el cual buscaron tener abastecidas sus minas de alimentos, ganado y recursos madereros. Por lo que, una vez que las minas dejaban de ser productivas, las tierras cultivables ya no eran importantes para los mineros. En consecuencia, las vendían a otros españoles con vocación de hacendados que sí tenían interés en ellas.

Estos dos distintos modos de concebir la tenencia de la tierra, ocasionaron una serie de sublevaciones indígenas que pusieron en alerta no sólo a la élite de la frontera, sino al mismo gobierno virreinal que debió tomar cartas en el asunto, pues estaban en riesgo los intereses que la Corona tenía en esa región. Por ello, muchas de las resoluciones de la autoridad virreinal fueron a favor de los indios, siempre y cuando no afectaran la producción de plata de Bolaños, como sucedió con Vivanco cuando recibió por parte de la Corona un amparo que le permitió conservar las tierras de Azqueltán."

La situación cambió cuando el real minero de Bolaños dejó de ser rentable para la Corona española, por lo que dio inicio la aplicación de la política de los borbones en la región fronteriza, siendo uno de los objetivos principales el lograr hacer más productivo el territorio colotlense, mediante la reactivación e intensificación de la actividad agrícola y ganadera.

Para tal efecto, era necesario, entre otras cosas, que una buena parte de las tierras de los indios norteños fueran repartidas a españoles, finalidad que se logró en los pueblos más cercanos a la cabecera del gobierno colotlense, no así, en los más lejanos, donde continuaron presentes sublevaciones indígenas.

Las tierras que los hacendados españoles lograron obtener del repartimiento que realizó la Corona en tiempo de los borbones, y que emplearon para la cría de ganado y la agricultura, así como las propiedades que los indígenas lograron de alguna manera conservar, son sin duda la raíz de la organización territorial de la región norte de Jalisco, así como de los conflictos que sobre tierras aún hoy día están presentes entre huicholes y mestizos.

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