Defensores y colonizadores de la frontera norte de Nueva Galicia
Las negociaciones entre el gobierno virreinal y los indios principales de Tlaxcala para el envío de 400 familias destinadas a establecer una serie de asentamientos en la zona chichimeca, iniciaron a finales de 1590 y no culminaron sino hasta tres meses después, cuando el Virrey Luis de Velasco hijo firmó, el 14 de marzo de 1591, las capitulaciones con los tlaxcaltecas, las cuales señalan:
[...] que todos los indios que fuesen de la ciudad de Tlaxcala a poblar de nuevo con los dichos chichimecas sean ellos y sus descendientes perpetuamente hidalgos [además, que sean] libres de tributo, y servicio personal [y que] las tierras, pastos, montes, ríos, pesquerías, molinos y otros géneros de hacienda estén señaladas a cada parte [además] que las tierras y estancias que se les diesen y repartiesen a los tlaxcaltecas así de particulares, como para comunidad no se les pueda quitar por despobladas [y] que los indios principales de la dicha ciudad [de Tlaxcala], que fueren a la población y sus descendientes puedan tener y traer armas, y andar a caballo ensillado sin incurrir en pena, y para hacer el viaje se les dé bastimento y ropa.
En la negociación para el otorgamiento de dichas prerrogativas cumplieron una notoria función mediadora los frailes franciscanos de la provincia de Tlaxcala, principalmente Fray Gerónimo de Mendieta, entonces guardián del convento de la ciudad de Tlaxcala. La intención era establecer ocho poblaciones de inmigrantes tlaxcaltecas en el camino de Tierra Adentro que se formarían a partir de una población mixta, tlaxcalteca y chichimeca; los tlaxcaltecas actuarían como "madrineros", es decir, como ejemplo de obediencia y cristiandad, según Cecilia Sheridan.
Eugene Sego subraya que las cualidades de los tlaxcaltecas eran por demás conocidas y apreciadas por los europeos, puesto que eran hábiles guerreros, de valentía indomable, de una lealtad comprobada, industriosos, sedentarios, agricultores, ahorrativos, regidos por estrictos códigos morales.
El Virrey sabía que los de Tlaxcala eran la solución para lograr finalmente la pacificación de la zona chichimeca y, por tanto, no escatimó las condiciones que éstos habían exigido para ir a la frontera, puesto que sin su ayuda no se lograría incorporar a los "indios bárbaros" al sistema español.
No obstante, hubo quienes se mostraron escépticos y desconfiados de dicho proyecto, tal fue el caso del propio Mendieta, quien tenía una relación estrecha con los tlaxcaltecas, por lo que "le desagradaba ver a sus amados tlaxcaltecas expuestos a los probables peligros de vivir entre pueblos tan bárbaros como los chichimecas", afirma Powell. El Fraile Mendieta no se equivocó del todo, pues ciertamente a la postre hubo noticias de que los chichimecas prácticamente habían acabado con una población tlaxcalteca en el norte novohispano.
Asimismo, intervino en dichas negociaciones el Capitán Miguel Caldera, un soldado mestizo hijo de padre español y madre guachichil. Sego destaca que Caldera puso todo su empeño en tal empresa, pues tenía la intención de ser nombrado alcalde mayor de una gran parte del territorio chichimeca, cargo que le fue concedido por el Virrey Velasco por la confianza que le tenía.
El Virrey Luis de Velasco sabía que Caldera gozaba de gran prestigio y respeto en la región chichimeca, por lo que decidió otorgarle el título de Capitán Protector y Justicia Mayor de las Fronteras de Colotlán y Sierra de Tepeque. Luis de Velasco llegó a la conclusión de que Caldera, siendo un individuo que tenía sangre mestiza, sería el indicado para tan importante cargo, puesto que conocía ambos mundos, el español y el chichimeca.
Por su parte, Juan Carlos Ruiz señala que Miguel Caldera no fue el puente hacia la paz con los nómadas, como han destacado los especialistas del tema, sino un soldado al servicio de la Corona interesado en crear las condiciones apropiadas de la dominación del territorio de frontera, situación necesaria para su aprovechamiento.
Coincidimos con la postura de Ruiz, en el sentido de que en el gobierno virreinal existía la urgencia de acceder a los metales preciosos localizados de la región norte, pues de ello dependía el sostenimiento del propio sistema colonial. Por tal razón, no importó quién o quiénes se vieran perjudicados con dicha medida.
Por ello, podemos decir que la negociación y firma de las capitulaciones da cuenta de la naturaleza jurídica y política del proceso de colonización emprendido hacia el septentrión novohispano a partir de 1591. Asimismo, debe tenerse en consideración que la presencia tlaxcalteca en el norte no se limitó a la fundación de las colonias originales de 1591, donde destacan casos exitosos como San Luis de Colotlán -en el actual norte de Jalisco-, el de San Esteban de la Nueva Tlaxcala -en Saltillo-, donde los tlaxcaltecas defendieron por mucho tiempo el estado noble que la Corona les otorgó por su apoyo vehemente para conquistar la región de Coahuila, -según lo traducido de Patricia Martínez-, o el pueblo de Santa María de las Parras -en La Laguna-; sino que fue un proceso de expansión que se prolongó a lo largo de los siglos XVII al XVIII y territorialmente abarcó los actuales estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Jalisco, Nuevo León, Coahuila y en territorio estadunidense Texas y Nuevo México.
María Isabel Monroy y Tomás Calvillo señalan que mientras los tlaxcaltecas estaban dispersándose rumbo a sus nuevos asentamientos en la frontera chichimeca, fueron incorporados al proceso de proveeduría del Rey. En la Caja Real de Zacatecas, el 16 de septiembre de 1591 el jefe Abastecedor de la Frontera, Antonio López de Zepeda, recibió mil pesos para comprar carretas, bueyes, arados y otras cosas para los nuevos colonos. Trompetas, chirimías y flautas les fueron enviadas para sus ceremonias y diversiones; también recibieron por lo menos 4.500 ovejas, miles de cuchillos de carnicero, agujas de zapatero y pagos de la tesorería real para la construcción de casas. Y aun después del tiempo estipulado en su carta de privilegios, contaron ayuda real siempre que tuvieron dificultades.
Empero, la tarea asignada a los tlaxcaltecas como "madrineros", según Sheridan, continuó siendo fortalecida con la presencia de los franciscanos, pues para el año de 1678 se reportó la existencia de una doctrina activa conformada de tres poblaciones de indios chichimecas llamadas Nuestra Señora de Guadalupe, Santa Rosa y San Ildefonso (Coahuila), y en la provincia de Zacatecas se documentaron tres doctrinas con dos pueblos de indios, muy probablemente de origen chichimeca. Además, que, cinco o seis años atrás se habían establecido las doctrinas llamadas Santa Teresa del Alamillo y Casas Grandes (Chihuahua), con pueblos de indios chichimecas, donde los frailes doctrineros vivían con mucha pobreza y sin estipendio alguno.
Así las cosas, una vez conformes ambas partes y no habiendo más qué organizar y negociar, en los primeros días junio de 1591, dio inicio el éxodo de los primeros colonos, quienes salieron del Ex Convento de Nuestra Señora de las Nieves de Totolac en Tlaxcala. Para el 6 de julio, la caravana tlaxcalteca había llegado al río San Juan, a mitad del camino entre Jilotepec y el centro otomí de Querétaro; mientras acampaban allí, se levantó un padrón, el cual arrojó que esta primera oleada de colonos estuvo conformada por 932 tlaxcaltecas, procedentes de los señoríos de Quiahuistlán, Ocotelolco, Tiztlán y Tepetícpac. Del total del grupo 690 eran casados, 187 niños, 55 solteros y viudos; se utilizaron para el viaje cerca de 100 carretas, según Carlos Casas y Renato Haro.
Uno de los grupos que se caracterizó por el éxito en dicha encomienda colonizadora fue el que pertenecía al señorío de Quiahuistlán, con un total de 205 migrantes, de acuerdo con Tomás Martínez; se distinguía, además, por sus famosos capitanes indios quienes eran muy diestros en las artes de la guerra, y fue con este grupo con el que, el 21 de agosto de 1591, se fundó el poblado de Colotlán con cien familias tlaxcaltecas.
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