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Por: JORGE GÓMEZ NAREDO
A manera de introducción
A partir de 1945, en México, la historia matria comienza a tener adeptos; gran número de interesados en el pasado de pequeños núcleos poblacionales empiezan a escribir, aumentando sensiblemente las microhistorias. Ejércitos de historiadores profesionales hacen sus tesis sobre sus territorios, tratando de emular aquella pionera obra de Luis González y González, Pueblo en vilo. Nosotros pretendemos elaborar, de manera microhistórica, un ensayo.
Antes que nada, debemos justificar el porqué de este estudio, su importancia y su significación. En principio, es muy sabido que la zona norte de Jalisco es, actualmente, una de las regiones más conflictivas y pobres del estado. El descenso de su población es inmenso en estos últimos años; el caso más alarmante es el de Huejúcar, que en 1990 tenía 7,229 habitantes y en 2000, su número había descendido a 6,272. Entre tantos conflictos y no menos iniciativas gubernamentales, la región norte de Jalisco se ha pensado sin historia, con escaso patrimonio cultural que mostrar y con un inmenso abanico de problemas por resolver.
Sin embargo, la región norteña cuenta con una historia apasionante que sigue oculta en los archivos, pues el centralismo nacional y, más pesadamente, el estatal, han impedido a los historiadores voltear sus ojos a aquellas latitudes casi perdidas.
Si bien es cierto que Colotlán, parte de nuestro objeto de estudio, no tuvo ni tiene la importancia económica de Guadalajara, también es cierto que su historia, su vida social, su ideología, sus pesares, su economía, sus conflictos, sus mitos, sus monumentos, su gente ilustre, tienen el derecho a ser rescatados de las garras del olvido.
El tema escogido dentro del universo microhistórico de Colotlán fue la construcción del templo parroquial, que está dedicado a San Luis Obispo de Tolosa. Este tema nos pareció muy importante, pues en sociedades de antiguo régimen o en transformación a una nueva estructura moderna, los recintos religiosos juegan un papel preponderante. En los tiempos en que se edifica el templo colotlense, los individuos conviven en la iglesia: allí, platican los chismes y la actualidad de los temas
pueblerinos; allí, se conocían las personas y, durante toda su vida, asistían constantemente. Era este el lugar donde se bautizaban los niños, donde se casaban las parejas y donde los cuerpos inertes y sin vida, se despedían del mundo. Era, en sí, un espacio donde se tejían las relaciones sociales y se formaban los círculos de socialización.
El jefe de este recinto espiritual era el párroco, que en aquellos tiempos fungía como guía de la población y autoridad. A él se dirigía el vulgo cuando necesitaba un juez moral; sabía mucho de las vidas de los habitantes, pues la confesión así se lo permitía. En fin, el párroco, era un personaje imprescindible, con mucho poder y mando en las decisiones.
Por los anteriores motivos, nos parece significativo el estudio del templo parroquial colotlense. El periodo abarcado es largo, pues inicia en 1772 y termina en 1862. Estos lindes cronológicos obedecen a sucesos importantes: la primera fecha indica la reunión en que se acuerda construir el edificio; la segunda, su conclusión.
En este ensayo hemos utilizado documentos del Archivo del Arzobispado de Guadalajara, del cual sacamos grandes frutos. Allí se hallan dos cajas dedicadas al pueblo de Colotlán, de donde se desprenden varios documentos, todos relacionados con la correspondencia entre los párrocos y el obispo o el cabildo eclesiástico. Asimismo, obtuvimos algunos datos del Archivo General de Simancas, aunque, debe decirse, la información extraída allí fue poca.
Sobre la bibliografía, debemos mencionar la Historia de Colotlán, de Renato Haro Ortega y Bernardo Carlos Casas, quienes, sin rigor científico, elaboran una excelente obra que, pese a sus errores cronológicos y nula interpretación, hacen un recorrido descriptivo bastante ameno. Otra obra que nos sirvió mucho fueron las Lecturas históricas del Norte de Jalisco, donde varios artículos nos sacaron de muchas dudas.
Las historias generales, tanto estatales como nacionales, nos brindaron una amplia perspectiva del asunto tratado y de la época abordada. En diversos libros encontramos artículos relacionados con nuestro objeto de estudio, que nos facilitaron la contextualización del tema. Por último, de gran ayuda fue la ponencia que el maestro Arturo Camacho Becerra expuso en el Coloquio de la zona norte de Jalisco, donde, de manera sucinta, da algunos datos sobre la iglesia de San Luis Obispo.
Mucho nos sirvió haber visitado el templo del que hablamos, pues sintiendo la majestuosidad del edificio, pudimos reflexionar más concretamente su historia: pudimos casi ver a los albañiles resanando, a los canteros picando la piedra, al maestro de obras repartiendo órdenes y a toda la población ayudando de una u otra manera.
Colotlán: pueblo nacido entre el correr de la frontera
Después de 1821, vendrían épocas conflictivas, en las que la Iglesia se enfrentaría al Estado. Pensamientos anticlericales lucharían fieramente por una desamortización de los bienes, repudiando el ideal antirrepublicano del clero. En esta dilatada época, en Colotlán, un pequeño poblado del actual norte de Jalisco, otros eran los acontecimientos que estaban en boca de todos: en particular la larga y tortuosa construcción de la parroquia.
Colotlán es un pueblo pequeño de Jalisco; su fundación es antigua y obedece a cuestiones bélicas, a estrategias militares de frontera y a una pacificación deseada y anhelada en los últimos años de la sangrienta guerra chichimeca. El hombre que fundó esta villa fue el capitán Miguel Caldera, símbolo del mestizaje por ser hijo de español y de india (El término bárbaro se refiere a chichimeca; no es empleado de manera peyorativa o despectiva, sino como una clasificación admitida por la mayoría de los historiadores del tema y que tiene su razón histórica, pues así nombraban los indios del centro del país a estos norteños). Corría el año de 1591; cerca del actual terreno donde se inauguraría la vida de Colotlán había una hacienda, perteneciente a don Lucas Téllez, español que acompañó a Juan de Tolosa en el descubrimiento de las minas de Zacatecas. Era este un lugar peligroso, pues los ataques de los indios bárbaros eran continuos y muy constantes las muertes de españoles y aborígenes aliados. Pero las medidas para terminar la guerra por parte de los hispanos ya no eran la violencia y la masacre; al contrario, el virrey Luis de Velasco hijo había optado por la diplomacia como medio para paliar la lucha: en este tenor, se establecieron presidios como contención para soportar los ataques chichimecas, llevando indios aliados (en especial tlaxcaltecas) para poblar los extensos territorios norteños. Este grupo indígena logró grandes prebendas y mercedes por la larga migración al dejar su lugar de origen. Así, con el contingente indígena tlaxcalteca, los aborígenes sojuzgados de la región y algunos españoles, el 21 de agosto de 1591, Miguel Caldera, a la sazón alcalde mayor de la villa de Jerez y Tlaltenango, acompañado del escribano Miguel Acuña, fundó Colotlán a escasos kilómetros de la hacienda de don Lucas Téllez.
En esta época de conquista y evangelización, muy importante era designar a un santo patrono para la adoración, pues a través del culto a una imagen, los frailes tendrían mayores oportunidades de concretar el inicio del indígena en la doctrina católica. Como Colotlán se dividió en tres barrios, a saber: el de Tlaxcala (habitado por tlaxcaltecas), el de Tochopa (poblado por españoles) y el de Soyatitán (donde se establecieron los indígenas de la región), era necesario que cada uno tuviera una imagen para venerar, por eso, se rifaron los santos y las vírgenes. Al primero le tocó La Purísima; al segundo, San Lorenzo Martin y al tercero, San Nicolas Tolentino. El patrono del pueblo fue San Luis Obispo de Tolosa. Pronto se construyeron un convento y diversas capillas para cada adoración.
Colotlán continuo su vida colonial apartado de la capital novogalaica, pues el difícil trayecto entre ambos centros hacía casi imposible la comunicación constante; además, estuvo desde sus inicios bajo la tutela del virrey, que en 1760 decidió controlar de manera más estricta esta región, pues los descubrimientos de las minas de Bolaños interesaron económicamente al centro del virreinato; esta dependencia terminó en 1793, pues con la decadencia de los minerales bolañenses, el virrey cedió el gobierno de Colotlán a la intendencia de Guadalajara. Por su parte, te, los franciscanos que administraban la villa, estaban más comunicados con el convento de Guadalupe en Zacatecas que con los émulos de San Francisco en Guadalajara.
Parece ser que los franciscanos salieron de Colotlán a mediados del siglo XVIII, pues para 1750 la administración de los santos sacramentos estaba en manos del clero secular. La primera visita del obispo de Guadalajara a esta región se realizó en 1716.
Un largo nacimiento
Para 1774, José de Santiago Belis, gobernador del barrio de Tlaxcala, hablando en nombre de toda la población colotlense, envió un documento al virrey don Antonio María de Bucareli y Ursúa, pidiéndole permiso para construir una nueva iglesia parroquial, pues la existente estaba "desplomándose, y amenazando ruina por su mucha antigüedad, y débil construcción". En tal documento, menciona los beneficios que traería un nuevo templo: se haría más grande y con mayor comodidad para la mucha feligresía del pueblo, de las comunidades y de los ranchos circundantes. La fábrica del edificio correría a cargo de todos los habitantes, tanto en la mano de obra como en los gastos pecuniarios que fueran necesarios. Santiago de Belis continúa su escrito al virrey pidiéndole informe al capitán protector de Colotlán y al cura del mismo pueblo su parecer sobre la petición (Este dato y otros más adelante fueron extraídos de la caja Colotlán, fecha 1774 del Archivo del Arzobispado de Guadalajara, varias carpetas componen la caja, las cuales no tienen numeración).
Debemos recordar que en este tiempo las minas de Bolaños producían mucho material y la cercanía de aquellos minerales irradiaba cierta riqueza a los pueblos de la zona. Asimismo, en ese entonces el poder del centro del virreinato estaba interesado en conocer las características de los lugares cercanos a tan ricas minas, como fueron las de Bolaños.
La respuesta del virrey no se hizo esperar y ese mismo año concedió la licencia, pidiendo fuera Rafael Hernán el maestro de arquitectura en la nueva construcción. El virrey, además, ordenó al capitán protector de Colotlán, José Xavier Gatuno, indicar el lugar donde debía construirse la nueva iglesia.
La licencia del virrey también fue recibida por Miguel Antonio Gómez, párroco de Colotlán, quien hizo nueva petición de permiso para la construcción de la iglesia, esta vez al obispo de Guadalajara, fray Antonio Alcalde. La venia del obispo tapatío se dio el 7 de junio de 1774, y el pueblo de Colotlán fincó sus esperanzas en la edificación de una bella parroquia.
Cabe resaltar aquí la manera tan rápida en que se despachó el asunto. En 1774 se envió la petición al virrey, ese mismo año fue contestada y se reenvió al obispo de Guadalajara. Recuérdese que los caminos en esta época eran lentos y las resoluciones también. En este caso, debemos tomar con cierta prudencia la licencia del virrey, pues puede ser una falsificación de los colotlenses para recibir rápido la licencia de Alcalde, la cual, es fidedigna por hallarse una copia en el Archivo del Arzobispado, con la firma del obispo. Sea lo que fuere, la iglesia nueva comenzó a construirse.
La edificación de la parroquia fue estable durante doce años, pues en 1786 se interrumpió por falta de recursos económicos. Parece ser, en tal año ya se llevaba mucho adelantado; en ese entonces, las misas y diversas festividades religiosas se realizaban en la antigua capilla franciscana, convertida en templo con advocación a San Luis Obispo; además, existían los centros de culto en los barrios de Tochopa y Soyatitán.
En su visita a las Fronteras de Colotlán, en 1791, don Félix María Calleja del Rey habla del templo construido por los franciscanos y de la nueva edificación, en ese entonces, paralizada:
En Colotlán, la iglesia es muy regular y muy bueno su ornamento, cada uno de los dos tiene su iglesia [Soyatitán y Tochopa] particular, decente y en buen estado. Hay empezada y bastante adelantada una muy grande y demasiado costosa, fabricada de piedra que hace cinco años que se suspendió su obra por falta de dinero, si se concluye podría aprovecharse la antigua en hacer de ella granero público y escuela de primeras letras, que ni uno ni otro hay en el pueblo.
La nueva parroquia se planeó como algo majestuoso, como un templo digno de la admiración del visitante. Es de notar que Calleja, quien conoció la capital del virreinato, Puebla y muchas ciudades de España, donde había grandes y bellas construcciones, se expresara de esta manera, tan impresionado por la fábrica del inconcluso templo. Esto nos indica el empeño del pueblo en tener un monumento de dilatadas dimensiones, pese a no tener recursos para sufragar los altos costos.
Antes de iniciar la guerra de Independencia, el pueblo colotlense sufrió un infeliz acontecimiento: la capilla construida por los frailes franciscanos se derrumbó el 12 de diciembre de 1803. Esta era de adobe y de techo de paja, en sus cimientos, las hormigas arrieras habían cavado grandes hoyos y con las lluvias de octubre y noviembre de aquel alto, la iglesia no soportó más. El culto se transportó a una capilla que se salvó del infausto acontecimiento y a las dos iglesias del poblado.
No había dinero para proseguir la obra de la nueva iglesia; en esos años las condiciones climáticas arruinaron muchas cosechas y en 1806 una sequía azotó Colotlán, dejando a la gente con hambre; además, los acontecimientos nacionales impedirían la pronta conclusión del templo.
La penuria económica del pueblo de Colotlán se agravó a raíz de la independencia; este fenómeno político y bélico causó grandes estragos en la edificación monumental nacional, pues "la construcción se interrumpe drásticamente [ya que] fueron años aciagos para la economía del país [...] disminuye la renta nacional: la producción de plata, por ejemplo, se reduce a una cuarta parte comparada con la de fines del virreinato".
La guerra de Independencia fue cruenta y dinámica en Colotlán y poblados aledaños; sin embargo, poco se ha estudiado en la región: los historiadores a duras penas mencionan algo de lo ocurrido en dichos terrenos." La guerra iniciada por el padre Hidalgo tuvo efectos inmediatos en Colotlán, pues a finales del mes de septiembre de 1811, José María Calvillo, criollo nacido en Huejúcar y antiguo vicario del pueblo de Teúl (actualmente en el estado de Zacatecas), organizó un baile donde instó a los concurrentes a tomar las armas en favor del cura de Dolores. La masa siguió inmediatamente al padre Calvillo y apresaron al gobernador del pueblo.
Rodeado de 4 mil indígenas, se dirigió a Zacatecas. De regreso en Colotlán, los aborígenes insurrectos se pusieron a las órdenes de don Marcos Escobedo, quien, en apoyo a Hidalgo, se trasladó a Guadalajara para participar en la batalla que se libraría contra las fuerzas realistas de Félix Calleja. El 13 de enero de 1811 se dio la batalla del Puente de Calderón, donde los indios flecheros de Colotlán tuvieron gran participación, pese a la derrota. Don Marcos Escobedo regresó con sus tropas a Colotlán, que había sido tomado por los realistas, pero con una pequeña batalla, los insurgentes lograron recuperar la plaza.
En febrero de 1811, una expedición punitiva hizo su aparición en las inmediaciones de Colotlán, era el cura José Francisco Álvarez, realista combativo "a quien apodaban el chicharronero en razón de su costumbre de quemar los cadáveres de sus enemigos. Álvarez vino a Colotlán a poner la paz, según el: pero como el dicho dice que el que mete paz, saca más, al cura chicharronero no le fue muy bien en esta ocasión".
Así pues, el padre Álvarez fue derrotado por las tropas de Marcos Escobedo. Para marzo de 1811, el intendente de Guadalajara, José de la Cruz, en su tarea pacificadora, envió a Pedro Celestino Negrete a tomar Colotlán. La resistencia insurgente no logró contener el ataque realista y el 7 de abril de 1812, Marcos Escobedo y el padre Calvillo huyeron junto con tres mil o cuatro mil indios. Después de tomado Colotlán, la lucha continuó en las serranías, con ataques insurgentes en gavillas, siempre esporádicos.
En 1814, una peste azotó Colotlán; con ella, murieron muchos individuos. En 1815, una tormenta de rayos y centellas se observó y varios personajes de la población fenecieron. Para 1818, Marcos Escobedo reaparece y durante tres años se hace de aliados. En 1821, lograda la independencia, se hacen festejos en Colotlán.
Durante estos arios aciagos de lucha por la emancipación de la nación, la construcción de la iglesia se detuvo totalmente; la guerra, la falta de mano de obra y de capital, las constantes tomas de la ciudad y las catástrofes naturales, además de las pestes, impidieron se concluyera el nuevo templo. No hubo ni siquiera mantenimiento: las arcas del pueblo y las de la parroquia estaban vacías.
Pese a esta decadente situación, los cimientos de la nueva iglesia estaban puestos. Los colotlenses, esperaban un momento de calma y prosperidad económica para terminar lo iniciado muchos años atrás; además, con todo y el descuido de la edificación, la mole de piedra todavía era admirada por los que pasaban por Colotlán, claro ejemplo de esto fue el informe que Victoriano Roa realizó, con apuntes y datos de 1821 y 1822: "la iglesia parroquial de Colotlán, esta arruinada, y solo quedó una capilla de bóveda muy corta que sirve actualmente de parroquia. Hace 40 años se empezó a construir una nueva, y si llega a concluirse, será magnifica según su capacidad y la forma que se le ha dado".
En el ámbito nacional, cuando finalizó la guerra de Independencia, las tendencias para reformar las propiedades corporativas no se hicieron esperar; estos intentos no eran algo nuevo en América, pues anteriormente, con los reinados de Carlos III y Carlos IV, los ataques al clero y a las corporaciones civiles habían tenido eco.
En el primer Congreso Constituyente mexicano, en 1822, los diputados esgrimieron "cuestiones de la propiedad y de la iglesia [que] ejemplificaron el pensamiento liberal de la época". Por ejemplo, Carlos María de Bustamante arguyó que el bienestar de la mayoría de la población solo se podía lograr haciendo circular las tierras y las riquezas en manos muertas, y que el gobierno debía promover las iniciativas conducentes. Por su parte, el diputado Manuel Terán, creyente recalcitrante del individualismo, expresó que las tierras en manos de las corporaciones no eran trabajadas tan bien como lo harían los propietarios particulares. En fin, los hombres que planeaban el futuro de la naciente nación dejaron ver visos de una posterior particularización de los bienes de las corporaciones. En los primeros años independientes, la oposición conservadora y la clerical lo impidieron, ya que influyeron en la mayor parte de la constitución de 1824, donde se respetaban los bienes de la iglesia y sus respectivos fueros.
En el estado de Jalisco, donde existía cierta inclinación a perjudicar a las corporaciones, se dio un escenario de grandes luchas entre el poder estatal y el poder eclesiástico. El primer conflicto surgió por el artículo séptimo de la primigenia constitución jalisciense, donde el Ejecutivo tomaba "el derecho de fijar los gastos del culto y de manejar los dineros eclesiásticos". El cabildo del obispado alzó la voz y pidió se respetara la autonomía de la Iglesia, pero el congreso estatal no menguó en sus objetivos. La lucha continuó en libelos y opúsculos difamatorios de ambos bandos.
Los clérigos, tomando medidas más fuertes, se negaron a jurar la conflictiva constitución, que el congreso fijó el día 30 de noviembre de 1824. El asunto lo resolvió el gobierno federal, que dio su apoyo al clero. Pese a este arreglo, los conflictos entre la Iglesia y el congreso estatal continuaron.
Cuando Prisciliano Sánchez encabezó el gobierno jalisciense, su ideología liberal le granjeó conflictos con el clero. Sánchez atacó a los conventos en 1825, impidiéndoles adquirir capitales y ordenándoles pagar 1% sobre propiedad. Además, inició una campaña para repartir pasquines, en los cuales se difamaba al cabildo eclesiástico y todo lo que tuviera que ver con él. La Iglesia se defendió y al año siguiente logró, gracias a la presión realizada, que el congreso abrogara los decretos anticlericales. Sin embargo, Sánchez y su gobierno crearon una ley que impedía fundar nuevas capellanías, cuestión que no afectó una pasajera calma en los conflictos.
En el año de 1826 Prisciliano Sánchez volvió al ataque, emitiendo una ley que daba al gobierno la facultad de sugerir sacerdotes en sedes vacantes e impedir que otros (puestos por el cabildo eclesiástico) accedieran a tales puestos. El entonces líder de la mitra, José Miguel Gordoa, se opuso al decreto, pero el empuje estatal fue tanto que la ley continuó en funciones.
Entre tanto, en Colotlán, el padre Ignacio Suarez estaba enterado de los conflictos habidos en el centro del país y en la capital del estado. Con una visión muy clara de lo que se acercaba y, para no ser partícipe de venideros problemas, intentó vender los bienes que no necesitaba para el culto, acción que le traería fondos para terminar la nueva parroquia y evitar situaciones de desventaja en el futuro. Sin embargo, la viruela llegó a Colotlán trayendo muerte; además las crecientes del rio, fueron tan grandes que afectaron los cimientos de la iglesia de San Nicolás Tolentino. Ante estas catástrofes, el cura decidió invertir el dinero en reedificar tal templo y no en terminar la nueva parroquia. Aunque, debe decirse, si hubo adelanto en la fábrica de la inconclusa iglesia, pues se derruyó el frontispicio de la nueva parroquia, que era de estilo barroco, "tan tallado como el de la catedral de Zacatecas", para edificarse otro de estilo clásico, obedeciendo a las influencias clasicistas emanadas desde la fundación de la Academia de San Carlos. Esta corriente estilística existía en el siglo XVIII, pero es en la centuria decimonónica cuando "se le unen otros elementos también clásicos, no empleados anteriormente y la tendencia sigue como predominante hasta 1880". El proyecto de seguir vendiendo posesiones de la iglesia e invertir los fondos en la construcción de la nueva iglesia hubiera continuado si el padre Ignacio Suarez no hubiera muerto en 1829.
Pero en Guadalajara, 1827 fue el año en que el gobierno logró intervenir en los diezmos. Para 1829, el gobernador, José Ignacio Cañedo, impidió que la iglesia adquiriera nuevos bienes raíces. La Mitra tapatía estaba sin obispo desde la muerte de Juan Ruiz de Cabañas y Crespo, en 1824, por tal motivo, los ataques del gobierno surtieron mayor efecto en el obispado acéfalo. Solo hasta 1831, el papa nombró obispo a José Miguel Gordoa, pero este murió al año siguiente, dejando la situación casi igual.
En 1833, es el año de las reformas anticlericales fructificadas en el mandato nacional de Valentín Gómez Farias, donde la incautación de los bienes de la iglesia se discutía plenamente. En el estado de Jalisco, se expidió una ley sobre la desamortización de los bienes en manos muertas, "se declaraba la incapacidad de las corporaciones para poseer bienes raíces, se ordenaba la venta de fincas urbanas que poseyesen en remate judicial dentro de setenta días, y los que no se vendiesen en ese término, serían denunciables". La situación era caótica para la iglesia. Los conflictos, la intervención en los diezmos y la inestabilidad política impedían pensar en otra cosa que no fuera defenderse.
En Colotlán, el año de 1833 fue testigo de graves estragos en la población, pues el colera morbo llegó por primera vez a la región; fue un año aciago, pues "eran tantos los muertos que no bastaban las sepulturas, sino que abrían vallados, y hubo casos que venían muertos de los ranchos y los que venían cargando eran sepultados juntamente con el cadáver que venían cargando". De esta epidemia murió el héroe local de la independencia, don Marcos Escobedo, a la sazón alcalde del pueblo.
Dos años después, la población todavía se acordaba del cólera morbo, pero se recuperaba, tanto que se piensa en continuar la fábrica del templo inconcluso. El párroco de ese entonces, José Tadeo Suárez, informa al obispo que se reanudarán las obras, pues las arcas parroquiales tienen mil pesos y a través de una "invitación" al pueblo, logró que los colotlenses ayudaran con trabajo personal, carretas y limosnas. En este punto podemos ver la fe que el pueblo tenía en Dios y en su Santo Patrono, además del miedo característico a la divinidad por parte de una sociedad antigua, todavía muy arraigada en la concepción religiosa de la época colonial: después de haber sufrido una epidemia, los pobladores del pueblo, como gracia por haberlos dejado vivir, o como un sacrificio para no volver a recibir tales males, reanudan la edificación del templo. La construcción fue ágil e intensa en esos años, tanto, que el 5 de noviembre de 1836 se le pide al obispado un ayudante de párroco, pues este, con los trabajos de la edificación, no tiene tiempo para cumplir con los pobladores en los oficios del culto. En 1837, los habitantes de Colotlán, con su iglesia un poco adelantada, recibieron la visita del obispo de Guadalajara, don Diego Aranda. El jefe de la mitra tapatía realizó las actividades del culto y admiró la iglesia inconclusa.
Sin embargo, la terminación de la iglesia tuvo que esperar aún otros años. Esto propició que se diera mucho empeño por parte del párroco y su feligresía en la edificación del nuevo templo, y por tales motivos, los terrenos del antiguo convento franciscano pertenecientes todavía al clero, se descuidaron, quedando ruinosas las viejas edificaciones y poco cuidadas en su mantenimiento.
En la capital del estado, las reformas de 1833 fueron abrogadas por los conservadores en un movimiento nacional encabezado por Antonio López de Santa Anna. Cabe resaltar que se suscitaron varios conflictos entre los liberales jaliscienses y los conservadores, y a tanto llegó la problemática que el mismo Santa Anna decidió trasladarse a reprimir a los inconformes tapatíos, llegando a Guadalajara el 6 de marzo de 1835. Pero la llama de la reforma en los bienes estaba prendida y algunos continuaron elucubrando planes para llegar a tal fin.
En Colotlán hubo personas interesadas en la desamortización de los bienes, claro ejemplo de esto sucedió en marzo de 1839, cuando Alejo Campos, avecindado en la villa norteña, denunció algunos predios "que corresponden a la nación", y "en el día lo más están arruinándose". Además, argüía en su favor que tales terrenos habían pertenecido a los frailes, pero que el clero secular se había adueñado de estos sin derecho alguno, pues no tenían los títulos y, los fines a que estuvieron destinados esos predios (es decir, la evangelización) habían desaparecido. Por tales motivos, Alejo Campos ofrece "rendir pruebas hasta convencer el derecho de la hacienda pública, en cuyo obsequio se servirá usted mandar practicar las diligencias de estilo, dando por presentada y admitida esta mi denuncia que apoyo en la ley su virtud pido justicia".
La denuncia fue hecha al juez de Distrito, quien mandó la información al juez de Primera Instancia, del partido de Colotlán para que hiciera lo necesario y continuara la investigación. Este, ordenó llamar a uno de los vecinos más antiguos del pueblo para que diera declaración sobre los predios. El agraciado fue don Agustín Ramos, quien dijo que todo terreno señalado por Alejo Campos era de los antiguos evangelizadores, además de incluir en estos los predios donde se construía la nueva iglesia.
Agrega que los seculares habían abandonado los cuidados de los terrenos citados (a excepción de donde se construye el templo) y que, sin títulos, se han apropiado de ellos, claro, sin consentimiento del gobierno. La información fue enviada al juez de Distrito, que inmediatamente mandó el caso al juez de capellanías y obras pías, para que este "dicte las providencias que corresponden".
El juez de capellanías y obras pías decidió que el párroco de Colotlán diera un informe sobre el asunto. Así, el 12 de agosto de 1839, el cura don José Tadeo Suarez elaboró un escrito en el cual defendía la propiedad del terreno de la nueva iglesia; con respecto a los otros, argumento que se podrían vender, como anteriormente lo había hecho su antecesor, el padre Ignacio Suarez.
Con esta respuesta, José Tadeo Suarez logró defender los bienes del clero en la localidad de Colotlán, pues además de su rápida resolución, tenia de su lado el apoyo conservador del gobierno jalisciense encabezado por Antonio Escobedo, "a quien le correspondió dar a conocer las llamadas Siete Leyes Constitucionales, que fueron proclamadas en la ciudad de México el 30 de diciembre de 1836". Esta coyuntura de un poder estatal conservador y de unas leyes en favor del clero y en contra de la reforma liberal, impidió que Alejo Campos lograra su propósito de quedarse con los bienes de la iglesia colotlense.
El fin de un largo recorrido
Los años siguientes fueron de mucha inestabilidad en el ámbito nacional, cuestión que llegó a afectar la construcción de la parroquia de San Luis Obispo y al mismo pueblo de Colotlán. En 1845, la guerra con Estados Unidos paralizó las tareas en la edificación del nuevo templo: la mano de obra y los dineros escasearon. La leva resultó dañina para el pueblo, pues no fueron pocas las que se hicieron en la región.
México perdió la guerra con Estados Unidos, y en los Tratados de Guadalupe, la antigua colonia española perdió los territorios de Texas, Nuevo México y Nueva California, a cambio de una mísera indemnización desembolsada por el engrandecido vecino del norte. La situación se volvió caótica; los cenáculos de intelectuales discutían algún remedio y varios trataron de poner fin al caos en que se vivía, por ejemplo, Lucas Alamán, que dijo: "perdidos somos sin remedio si la Europa no viene pronto en nuestro auxilio".
En Colotlán, los acontecimientos que marcaban la conciencia de la población eran otros: en 1849 llegó al pueblo Andrés López de Nava, el nuevo párroco. Poco antes había arribado Basilio Terán, presbítero que dejaría huella en la gente de esta región. El padre Andrés López tuvo cierta fama en la región, pues sus conflictos con el general Jesús González Ortega, liberal y reformador recalcitrante, llegaron a tener mucha difusión en los estados de Zacatecas y Jalisco. Pero el inicio de su periodo como párroco fue difícil, pues en 1850, solo un año después de haber tomado el puesto, el cólera invade por segunda vez Colotlán. La gente se siente aterrada y organiza muchas procesiones para paliar los males. Entonces sucede un milagro para la sociedad colotlense: San Nicolas Tolentino, el santo de uno de los barrios del pueblo comienza a llorar. Los testigos avisan al cura López de Nava el portento, pero este, jugando billar, no les hace caso. A fuerza de insistencia lo hacen salir del local donde se encontraba y lo llevan al templo. Al ver a la Virgen llorando, el cura decide hacer rogativas e investigaciones sobre el caso. Este milagro sirvió para animar a los colotlenses, pues la situación en el pueblo era caótica, las muertes y las enfermedades eran comunes.
La construcción de la iglesia estaba totalmente parada; para colmo de los males, dos años después del cólera, hubo una inundación a causa del rompimiento de una presa, que se llevó varias huertas, casas y cosechas. Pero la población todavía tenía interés en terminar el templo parroquial; sin embargo, durante esos años, la posible mano de obra en la construcción escaseaba, ya que el gobierno del estado ordenó se formara, en 1852, una cuadrilla para tratar de capturar a Manuel Lozada, que en esa época andaba por la región. Muchos de los hombres del pueblo fueron enviados a los poblados cercanos, llegando a 800 el número de habitantes empleados en tales tareas. Esto es alarmante, si consideramos que Colotlán contaba con 2,758 habitantes. Así, pues, quedaron solo 1,985 pobladores, entre hombres, mujeres y niños.
En 1855, en Guadalajara se expedía la Ley Degollado, que ordenaban la desamortización de los bienes de las corporaciones solo en la antigua capital novogalaica, pero un año después, la Ley Lerdo, emitida en junio, ordenó "la venta de bienes raíces de todas las corporaciones, ya fueran civiles o eclesiásticas", en todo el territorio nacional. Esta ley provocó la ira de la Iglesia. El obispado de Guadalajara, en principio, no reclamó, pero poco después, alzó la voz en contra del mandato.
El clero en Colotlán, como ya hemos visto, no era ajeno a vender sus bienes, por tales motivos, pensamos que el párroco Andrés López de Nava y el presbítero Basilio Terán, aprovecharon la Ley Lerdo para vender las propiedades más arruinadas e iniciar la terminación del nuevo templo, pues siete años después, la edificación estaba ya concluida. No hemos encontrado testimonio que nos aclare si se vendieron o no los predios en esta época, pero a manera de hipótesis, es posible pensar que las ventas de los terrenos hayan contribuido a la anhelada terminación del templo.
Fueron siete años los que pasaron de la Ley Lerdo a la conclusión del templo. Basilio Terán estuvo a cargo de la obra, mientras Andrés López de Nava se peleaba en folletos con Jesús González Ortega. El arquitecto encargado de la fábrica fue José María Martínez, que retocó la fachada dándole la apariencia neoclásica que antaño se le había intentado dar. El 27 de junio de 1862 el padre Basilio Terán pide al arzobispado de Guadalajara la autorización para bendecir el templo, la cual fue concedida el 8 de septiembre del mismo año. Así, en ceremonia solemne, en medio de la algarabía
del pueblo por la culminación de una historia iniciada muchos años atrás, Basilio Terán bendijo la parroquia. El cura Andrés López de Nava, no fue quien solicitó la licencia, pues su estado de salud era muy delicado y, poco antes de llegar la venia del obispo, falleció; este hecho se verificó el 19 de agosto de 1862, "a las dos de la tarde"; la causa de la expiración fue "una fuerte vasca y evacuación de sangre, originados sin duda ambas cosas de lo mucho que tuvo que sufrir en la malhadada sierra de Álica". Pese al luto, la sociedad colotlense tenía lo que muchos años había anhelado, lo que largo tiempo peleó: el templo de San Luis Obispo estaba totalmente concluido.
Algunas palabras finales
Varios son los puntos genitivos de reflexión en este trabajo. En principio, es necesario resaltar la importancia de la construcción del templo parroquial colotlense: desde la época colonial hasta pasada la primera mitad del siglo XIX, varias generaciones hicieron suya la tarea de edificar la iglesia; esto nos conduce a creer que la tradición y el ideario colectivo se heredaron por lo cual, el interés por concluir el recinto espiritual continuó en la población de Colotlán. Desde su nacimiento, el colotlense vivía con la inquietud de tener terminada una majestuosa obra arquitectónica; durante toda su existencia tenía presente esa ilusión y, a pesar de su impotencia para ver el templo concluido, no perdía las esperanzas y heredaba tal ideal a sus hijos. En sí, la terminación de la iglesia de San Luis Obispo no se hubiera hecho realidad sin la transmisión del padre al crío. Esto se asemeja a la transmisión de los conceptos, de la moral, de la ideología, del modo de pensar, etcétera. Durante esos 88 años que duró la construcción de la iglesia, cada colotlense tenía una misión hereditaria: estaba predestinado a concluir la fábrica del templo.
Por otra parte, en varios momentos del desarrollo de este trabajo, notamos una conciencia histórica de gran raigambre en el pueblo colotlense. Los informes de Calleja y de Victoriano Roa, basados en pláticas con los habitantes, nos hacen pensar que los pobladores de dicha región tenían un conocimiento amplio de su universo microhistórico. Los mismos Alejo Campos y José Tadeo Suarez, en sus declaraciones, hablan de los antiguos franciscanos y de la evangelización, cuestión que nos demuestra una conciencia bastante avanzada del pasado local. Debemos recordar que, en estos tiempos, no existían historiadores preocupados en la historia matria y el conocimiento se transmitía por tradición oral o por el interés del pueblo en los archivos, practica, esta última, muy dudosa. Asimismo, atisbamos en el trayecto de la edificación una sociedad jerarquizada por la autoridad parroquial, además de un respeto a los ancianos sabedores del pasado que, incluso, intervienen en asuntos jurídicos, como fue el caso de Agustín Ramos, quien declaró, como persona de saber, todo lo respectivo a los predios en conflicto.
El templo de San Luis Obispo también es un testimonio de la historia de la arquitectura en México, ya que su largo recorrido para llegar a su conclusión, es un ejemplo de los momentos estilísticos de la época. Cuando inicia su construcción, la principal vertiente era la barroca, pero poco después, el clasicismo comienza a tomar auge. Seguramente, los pobladores de Colotlán, por su cercanía con Zacatecas y los magníficos ejemplos que allí hay del barroco, pensaron en hacer su iglesia de acuerdo a dicho estilo, pero, con el embate neoclasicista, trocaron el estilo arquitectónico.
En sí, podemos ver en la iglesia de Colotlán un neoclásico, pero, debemos recordar que en un principio se planeó y se llegó a tener un frontispicio barroco. La moda estilística reinante en el siglo XIX impidió se concluyera con la primigenia apariencia barroca. En este punto podemos concluir que el templo de San Luis Obispo es un ejemplo de la transición de dos estilos arquitectónicos.
Antes de terminar los comentarios sobre el estilo arquitectónico del templo, debemos aclarar que el neoclásico colotlense, como muchos otros de la República, no fue estrictamente tal, ya que "toda arquitectura del siglo XIX es ecléctica, aun la llamada neoclásica, se trata pues de grandes parentescos.
En el templo de San Luis Obispo podemos ver un recinto religioso, pero también, un núcleo de tradición. Las costumbres que ancestralmente se realizaban, continúan hoy en día. En el templo es donde se resguardan las raíces del pueblo; el Santo Patrono, con su significación evangelizadora impuesta por los franciscanos, es vivo ejemplo de aquellos tiempos azarosos donde los españoles peleaban fieramente con los indios indómitos chichimecas.
En el desarrollo de este trabajo pudimos observar los momentos de convergencia y divergencia entre la historia nacional y la local. Es de notar que los acontecimientos del país influyeron en el devenir del pueblo, pero debemos subrayar que los hechos que marcaron con mayor impronta el universo micro histórico, fueron los de corte bélico y religioso. Esto porque la guerra, como proceso nacional, afecta las vías de comunicación y los intereses locales. Por su parte, las cuestiones religiosas (desamortización de los bienes) influyeron en Colotlán porque era un centro espiritual católico: lo que afecta al obispado de alguna manera llega a modificar algunas cosas en las parroquias. Fuera de estos rubros, el desarrollo histórico de Colotlán marchó con cierta independencia; las particularidades climáticas y económicas regionales, fueron las que marcaron el devenir de nuestro objeto de estudio. Así, podemos concluir con la frase de Pilippe Ariés: "La historia particular es muy distinta de la historia total o colectiva".
También es necesario hacer notar la importancia de la economía en la creación artística, pues a los momentos de superávit local o regional, corresponde un mayor adelanto de la construcción. Debemos tomar muy en cuenta la participación civil en la edificación, pero, sobre todo, las sumas aportadas por el clero colotlense, sin ninguna participación del obispado. Podemos decir entonces que la iglesia de San Luis Obispo fue comunal y local. Por último, queremos recalcar que la edificación del templo de San Luis Obispo significa para el pueblo colotlense un monumento de identidad, una obra arquitectónica digna de presunción. El empeño y los tantos años gastados en la construcción, valían la pena, pues al quedar terminada la iglesia, la gente tendría una mole de piedra que perduraría, que trascendería y tendría vida propia, mucho más larga que la de los constructores. Esto es, el templo de San Luis Obispo significó la inmortalidad de sus creadores.
Fuentes
Archivo del Arzobispado de Guadalajara. Cajas correspondientes a la parroquia de Colotlán.
Archivo General de Simancas, legajos 7050, expediente.
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