miércoles, 12 de mayo de 2021

En merecido honor a la maestra Malena Macías

Mtra. Malena Macías con sus alumnos
Colotlán, Jalisco. 26 de enero de 2015.- Esta madrugada falleció en su casa a los 60 años de edad, la maestra Ma Elena Macías Ortega, originaria de Colotlán y que venía acomplejando un problema agudo en sus pulmones que la fueron debilitando hasta hoy.

Familiares y amigos se dieron cita en el lugar donde estuvo siendo velada y que fuera su domicilio por la calle Obregón, entre las calles Juárez y Ramón Corona, para darle un emotivo último adiós. Mañana martes 27 de enero, la comunidad magisterial, estudiantil y la sociedad en general se preparan para una serie de actividades que servirán para homenajear a la profesora.

A las 3:00 pm se recibirán sus restos en lo que fuera su "segundo hogar", la Escuela Secundaria Foránea de Colotlán, de la cual fue Directora por más de 30 años. Así mismo, la Escuela Preparatoria Regional de Colotlán se sumará al evento, donde ella también laboraba como maestra de Química.

La misa de cuerpo presente se tiene programada a las 4:30 PM del día martes. Descanse en Paz la Maestra Malena.

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Pensamientos en voz alta, lo que Facebook me recuerda desde 2016

* Hace cuatro años llegué a la Foránea, mis primeros encargos fueron en las reuniones de Directores, la maestra Malena, Rosamelia y el Profe Ramón Arana (hoy los tres descansan en paz) me brindaron su confianza junto con las religiosas que conforman la Zona 16 de Secundarias Generales. Mis oraciones a las dos maestras y hoy al Profe Arana que las encuentra nuevamente en el camino a la gloria eterna.

* Hace unos años llegué a trabajar a la Secundaria Foránea #13 de Colotlán, en esos días también llegaron computadoras, se acondicionó un aula para el salón de cómputo que quedó a mi cargo, la maestra Malena me dijo: “No los deje que hagan sus 'tertulias' ahí adentro”, porque sabía que nos gustaba reunirnos a convivir los buenos amigos y compañeros trabajadores de esta escuela; la palabra se respetó, nunca hicimos reuniones en ese lugar, pero las “tertulias” si siguieron.

* Les cuento... en 1999 conseguí mi primer empleo de reportero en Voz del Norte y sigo en el medio como encargado de proyectos especiales; desde 2004 fui director de comunicación social, en dos administraciones hasta que en la tercera un idiota me hostigó y mejor me salí, me dieron trabajo en Tlaltenango, donde estuve de lujo dos años, hice grandes amigos, di todo mi esfuerzo y buenos resultados, dejé el cargo porque tuve oportunidad como Tecnólogo en la ESF 13, donde llevo trabajando desde entonces, en 2013 la maestra Malena, me dijo que me iba a dedicar a esto (la docencia) así que me ayudó y comencé a dar clases de español en la EST 17, "lo gandaya" volvió a florecer en otra gente y como antes, le batallé!!! pero Diosito todo lo acomodó y comencé otra nueva aventura laboral como maestro frente a grupo, espero sea igual de exitosa que en mis anteriores trabajos. La vida da muchas vueltas y el idiota de arriba ahora está abajo, sin más, no se merece otra cosa.

PD. En todos mis trabajos he salido satisfecho, contento y agradecido con mis compañeros y jefes. Muy en especial con la Maestra Malena... ha sido genial.

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A continuación presento una de sus historias, ella la escribió de puño y letra, yo se la transcribí en 2015, me dijo que era para un libro sobre mujeres de Colotlán. Perdí la pista si se publicó o ya no dio tiempo... pero aquí la rescato para que no se pierda en la memoria.


UNA HISTORIA ENTRE TANTAS

(RECUERDO Y TRIBUTO A MIS PADRES Y ABUELOS)

 Mtra. Ma. Elena Macías Ortega

Hace poco mi hija tuvo la necesidad de trasladarse a la Iglesia de Temastián a realizar un trámite, le preguntó el Señor Cura: ¿Cuál es su nombre? se lo da y le responde ¿Eres de los Macías ricos o de los pobres? De inmediato le dice: de los pobres, Padre.

Tanto por el apellido paterno (Macías) como por el materno (Ortega) el origen es similar; los primeros, se integran por  familias poco numerosas, mientras que los segundos, cuentan con muchos descendientes extendidos en varios lugares, geográficamente hablando. Estas familias, como todas las que conforman a Colotlán, tienen su propia historia y cosas que contar de interés social, económico y político, considerando a cada cual en su época y contextos propios.

En toda sociedad existen varias familias de un mismo apellido y generalmente de un mismo tronco; sin embargo, con el tiempo, a unas familias les dan el calificativo de “los Ricos” mientras que a otros, el de  “los pobres”… y Colotlán no es extraño a eso.

En este caso me sitúo en los últimos años de los cincuenta y los primeros de los sesenta, donde comienza mi infancia, con esas vivencias que no saben mentir, por tanto, habrá que ir hilvanando la narración y si me preguntan ¿Qué recuerdas de tus padres? Diré: de mi padre mucho, de mi madre menos, debido a su prematuro deceso,  pero no de menor importancia, pues siendo la mayor de seis hermanos la perdimos quedando entre ocho años y cinco meses nuestras edades.

Ahora pienso, qué dolor tan grande el de mamá al morir y dejar sus hijos tan chicos. De ella puedo decir que era una de las clásicas madres trabajadoras y abnegadas de ese tiempo, con una formación de principios sólidos y buenos modales, su nombre: Elena Ortega Valdivia, pero tanto ella como todas las Elenas que habemos en la familia, provenimos de la tía abuela materna Elena Ortega Huízar, hermana de mi Abuelo Francisco Ortega, hombre apacible, dedicado a su familia y trabajo, (quien por muchos años fue el tesorero del municipio).

Lo recuerdo con cariño, era muy consentidor y muy paciente con todos; en su familia eran varios hermanos varones y solo una mujer: Elena, mi tía Elena; mujer muy bonita, y debido a los movimientos que a principios del Siglo XX surgieron a consecuencia de la Revolución y posteriormente, del movimiento Cristero, mi tía Elena conoció al General José Lacarra, con quien más tarde se unió en matrimonio, yéndose a vivir a la Ciudad de México  y por consecuencia tuvo un nivel de vida muy diferente al que estaba acostumbrada, le tocó convivir de manera directa con algunos Presidentes de la República, y así se muestra en la fotografía con Manuel Ávila Camacho.


Procreó tres hijos: dos mujeres, un hombre, él muere siendo un jovencito, así que sus dos hijas: Elena y Margarita, son las que les dieron los nietos. Debo mencionar que tanto mi tía como sus hijas se distinguieron por ser personas altruistas, humanas y generosas, siempre trataron de ayudar a sus familiares aun cuando fueran de parentesco retirado, tal es el caso de Chilo Ramos (quien por muchos años tuvo una cenaduría en los portales de la plaza de esta ciudad).

Su cena era famosa, sobre todo, los tacos y las enchiladas, incluso, dudo que haya personas de edad que no la conocieran y sé que la recuerdan. Con Chilo vivía su mamá Angelita (hermana de Martinita Huízar, mamá de mi tía Elena grande) su hermana Consuelo y su sobrina Elenita Avila de quienes al final, después de que ya no pudieron trabajar, mi tía Elena Chica primero, y después Manolo, su hijo, se hicieron cargo de ellas y les prestaron la casa de mi tía Elena, situada en la esquina de Obregón y Ramón Corona, la que vendieron hasta que ellas murieron.

Igual había pasado con Chepina Raygoza, otra familiar muy conocida y prima de Chilo; Chepina fue media hermana de Elías y José Refugio Raygoza, éste último Presidente Municipal de Colotlán en tres ocasiones; a todas ellas las atendían muy bien, pues al margen de lo que he dicho, recuerdo que si estaban enfermas, las llevaban a México al médico, les  daban los tratamientos que necesitaran y les mandaban dinero para  sus gastos, lo menciono porque en muchos casos ni los hijos son responsables de sus padres, mucho menos de alguien que poco frecuentan.


El Abuelo Francisco, Mamá y tía Elena

Volviendo con la familia de mis abuelos maternos destaca una persona, que se convirtió en  un  pilar muy fuerte que en definitiva marcó nuestras vidas, y sobre todo para mí y mis hermanos: fue mi Abuela: Ma. Del Refugio Valdivia Ramos, mejor conocida como: Cuca Valdivia, mujer de estatura bajita, pero de pensamiento y criterio amplio y dinámico, Ella se queda con nosotros a la muerte de mi Mamá, atendiendo sobre todo al menor de cinco meses, y como tiene a su  hija  Consuelo  trabajando en México, en lo que era el Banco de Londres y México, después Serfín, con frecuencia se iba a visitarla por espacios de dos o tres meses, mismos que yo tenia que dejar de  asistir a la escuela porque mi papá, me dijo que, tenía que quedarme en la casa y estar al pendiente de las personas que trabajaban en ella; una orden que cumplía más por obligación que por voluntad, pues a mis escasos nueve y diez años, realmente era muy poco lo que podía aportar a esa tarea, pero sin embargo, cumplía sin protesta lo que papá me indicaba.

A mi abuela todos los nietos la llamábamos “Mamá Cuca”, ella tenía sus consentidos por diferentes razones y aparte de siempre haber sido ama de casa, contaba con tiempo para realizar otras actividades, como visitar la Iglesia diariamente, no tuvo mucho estudio, pues solo cursó su educación primaria hasta cuarto grado, y recuerdo que tenía conformado un grupo de teatro con muchachas jóvenes de esos años, quienes se tomen el tiempo de leer esta narración, tal vez, algunas Señoras dirá: “yo ensayaba en tal o cual obra”; casi todas eran dedicadas a cuestiones religiosas. Otra situación que siempre le admiré fue su preocupación por los presos, decía que eran personas privadas de su libertad, que en su mayoría los familiares abandonaban o las visitaban poco. Todos  los jueves iba a la cárcel pedía permiso para entrar y les leía la biblia, les cantaba alegorías religiosas y les platicaba de moral, y un día por mes les preparaba comida para todos, cómo recuerdo esos viernes, pues desde muy temprano se esmeraba en la elaboración de los alimentos, tal pareciera que fueran para ella y su familia. 

Fallece el 13 de noviembre de 1995, tenía 95 años de edad, había nacido con el siglo; el día de su muerte, acontecieron cuatro sucesos relevantes que han marcado esa fecha, que tienen que ver con personas por las que siempre se preocupó, los presos: ciertamente ese día uno de ellos obtuvo su libertad, lo cual no deja de asombrar; y estando en su velorio, ese día como a las once de la noche vimos llegar a un señor ya grande de edad y en muletas que nadie conocíamos, lo recibimos y nos comentó que venía de Fresnillo, Zacatecas a despedirse de la señora que junto con su esposo tanto lo habían ayudado cuando estuvo preso en Colotlán, años atrás, y toda la noche permaneció cerca del féretro, haciendo recuerdos, orando y hasta llorando, acción que nos da muestra de la sensibilidad que la caracterizaba; nos dijo que se había enterado de la muerte de mi abuela, porque otra persona de Colotlán le había avisado por teléfono a su casa.

En esas mismas fechas sucedió que el esposo de una de sus nietas (Alejandra Ortega Verdín) se encontraba preso en la ciudad de México y al mismo tiempo, un hijo de Doña Chilo Avila de Márquez, estaba preso en San Luis Potosí; tres días posteriores al fallecimiento de mi abuela, queda en libertad el esposo de mi prima, y antes de que finalizara el novenario de sus rosarios, salió de la cárcel el hijo de Doña Chilo; al respecto esta señora nos comentó a los nietos: “Doña Cuca, llegó al cielo abriendo las puertas de la cárcel”, porque ella le había encomendado la libertad de su hijo a Doña Cuca.

Fotografía de Mamá Cuca

De los Abuelos paternos: Felipe Macías Romero y Esperanza Rodríguez, tengo menos recuerdos, para empezar a la Abuela no la conocimos y al Abuelo lo veíamos poco, pues vivía en Momax, con un negocio de abarrotes y casado en segundas nupcias con Domitila Huerta con la cual ya no tuvo hijos. Con la primera procreo tres hombres: Humberto, Ubaldo y Manuel; y una mujer, Elia (mejor conocida como la Nena de Don Felipe).

El mayor de los hijos, Humberto siendo muy joven se fue de su casa y jamás volvieron a saber de él, el segundo, Ubaldo fue mi Padre, a quien adoré en todo el sentido de la palabra y más allá…; Manuel, era muy enfermizo y al final se refugio con su hermana Elia, quien se había casado con Antonio Maldonado Santacruz, originario de Villanueva Zacatecas. Sin embargo, aun cuando en físico no conocimos a la Abuela Esperanza si sabemos por pláticas que era una señora que le gustaba andar muy bien presentada, y que por las mañanas cuando salía de su recámara ya estaba lista para iniciar sus labores, la persona de su confianza era su cocinero (Pancho) quien estaba al pendiente de Ella y su familia.

Mi abuela Esperanza al parecer provenía de una familia acomodada y que no veía con muy buenos ojos al abuelo; pero como suele suceder, entablaron un noviazgo por cartas, de las cuales se plasman algunos fragmentos originales de ellas; cartas que permiten hacer un comparativo de cómo las cosas han venido cambiando a través del tiempo, pues en sus letras puede observarse un romanticismo puro, el uso de palabras no comunes en nuestros días y esa letra manuscrita bien hecha, exquisita, que ante todo, denota respeto, tal vez, encontremos algunas faltas de ortografía, pero eso nada importa junto al cariño impregnado en sus letras, cartas que han sido conservadas por años y años, gracias a mi hermano Ubaldo, quien tiene “el bonito defecto” de conservar todo lo antiguo, cartas que datan de inicios del Siglo XX, pues mis abuelos se casarón en el año de 1919.  

        

  

Abuelos paternos y tío Humberto

 

Fragmentos de las cartas de los abuelos (1917-1918)

Ya antes había mencionado que mi tía Elia Macías (única hermana de mi Papá) contrajo matrimonio con Antonio Maldonado; ellos  vivían en la propiedad donde actualmente se encuentra el Molino Santa Isabel, lugar en donde de niños jugábamos junto con los primos, sus hijos; tenían una alberca y baños públicos, en la esquina que forman la calle Paseo y el callejón de Quiteria, en este lugar nacía la alameda del barrio de Chihuahua, que era muy hermosa, además se organizaban unas tardeadas muy concurridas por lo agradable del lugar, misma que con el tiempo y la construcción de casas que ahora pueblan este barrio se terminó.

Mi tío, Antonio Maldonado fue el primero que inicia a querer poner luz eléctrica en Colotlán mediante una planta alimentadora (que él manejaba), y que dotaba de luz hasta las once de la noche en las calles de Colotlán. Desde antes de casarse, en  su casa tenían negocio de molino de nixtamal y tortillería, y un buen día deciden irse a vivir a la ciudad de México y continuar con este ramo, al principio le batallaron un poco, pero después les fue muy bien; ya murieron los dos. La propiedad en donde está el Molino Santa Isabel se la vendieron al Sr. Jaime Haro, ojalá las Autoridades Municipales a través de la Secretaría de Cultura o cualquier instancia pertinente pudieran rescatarla como un patrimonio cultural de Colotlán, y que no sea refugio de muchachos vagos que solo lo están destruyendo y rayando con grafiti. Entre los hijos de mis tíos Elia y Antonio; recuerdo con cariño y agradecimiento al mayor de ellos: Humberto Antonio Maldonado Macías, se interesó por rescatar algunos datos históricos de Colotlán, siendo Maestro Investigador en la UNAM, mismos que presentó en un coloquio dentro de los festejos por el Aniversario del Cuarto Centenario de la fundación (1991); en el año de 1994, muere de cáncer. Terminando así una vida fructífera en el mundo de las letras.


Los tíos Maldonado

Ahora bien, regreso con la historia de mis papás: Ubaldo y Elena, tengo entendido que ellos eran novios desde 1947 ó 1948 y que por diversas circunstancias se enfrentaban a situaciones problemáticas, lo que era común en los noviazgos de esa época; supe también, que en el año de 1948, tenían pensado casarse, habiendo realizado los preparativos de la boda, entre otros: la adquisición del vestido de novia y lo que le llamaban las donas; mi madre se arrepintió de casarse, motivo por el cual mis abuelos se la llevan a México y mi papá según platicaba su hermana quemó todo.

Sin embargo, con el paso de los meses y los años siguientes reanudan su relación y se casan por fin en octubre de 1950; fui la primera de seis hermanos, al parecer fui una hija muy deseada ya que nací casi cinco años después, de esta unión matrimonial se procrearon tres mujeres y tres hombres. De mi Mamá recuerdo que era sencilla, tranquila, sufrida y muy valiente, nunca la escuché quejarse pero recuerdo que en ocasiones su mirada era triste; ella gozaba arreglando sus niñas, nos hacía vestidos, nos peinaba y poco a poco nos iba haciendo responsables de quehaceres pequeños.


Teniendo yo escasos dos años, recuerdo que nos fuimos a vivir al rancho del Hepazote, en lo que llamaban “la Casa Grande”, ahora casco de la hacienda, pues la dueña era una tía hermana de mi abuelo paterno, de hecho una de mis hermanas nació en este lugar; tengo en mi memoria una etapa bonita y sobre todo que logro recordarla, me gustaba que me llevarán a ver ordeñar las vacas, porque me sentaba en una cerca; Don Petronilo y Doña Lupe siempre estaban al pendiente de lo que se ofrecía y ayudaban mucho a mis papás en los trabajos de la casa y del campo.

Era un placer ver las pinturas que las recámaras tenían en las paredes, el patio central con arcos en los cuatro lados, los zarzos en donde secaban y guardaban los quesos, una tienda de abarrotes que tenía mi papá a un lado de la casa en la que me daban chicles “Yucatán”, las tortillas recién torteadas, en fin, con mi corta edad (entre dos y tres años) son pasajes que tengo grabados y que es difícil de olvidar por lo significativo en mi existencia.

No se en que momento pasó, pero ya vivíamos nuevamente en Colotlán, siguió transcurriendo la vida y naciendo mis hermanos varones que son los menores, yo empezaba a asistir al kínder y la primaria del Colegio Jalisco que en este tiempo era atendido por otra congregación religiosa, seguida posteriormente por mis hermanas;  estaba en tercer grado cuando mi Mamá se enferma y en el transcurso de mes y medio pierde la vida el 24 de febrero de 1964, quedando el más pequeño de mis hermanos de cinco meses; ese día con la impresión y la pena que había en los miembros de la familia, Doña Amelia Martínez de De Santiago se llevó a mi hermano más pequeño a su casa para atenderlo, mis otros hermanos y yo no alcanzábamos a medir la dimensión del suceso; recuerdo que había mucha gente, familiares y amigos, en fin, lo típico que suele pasar en estos casos.

Cuando ya nos vimos solos con papá, mi abuela materna (Mamá Cuca) se incorporó a vivir en nuestra casa, y sobre todo para atender al niño, y así estuvimos; entre sus vueltas que hacía a la Ciudad de México y lo que pasaba con nosotros transcurren tres años, hasta que mi papá vuelve a contraer nupcias con la señorita Tersa Ortega Olague. Al respecto, quiero aprovechar este espacio para reconocer la importante y bien llevada labor de papá, quien siempre estuvo al pendiente de sus chiquillos, se preocupaba porque nada nos faltara, por atendernos si nos enfermábamos, por vigilarnos los tiempos libres; en las noches frías de diciembre, enero y febrero se levantaba y nos cobijaba ayudándose de una lámpara de mano, etc. 

Detalles como estos había a diario y de diferente manera, dependiendo de las propias necesidades. Mi Papá tenía un Bar, del que hablaré más adelante y diario yo, como la mayor, lo esperaba vestida con mi ropa normal del día para ver si quería cenar, la mayoría de las veces aceptaba, le servía, cenaba; él se iba a su recámara y yo a la que compartía con mis hermanas. Fue un padre increíble, donde su prioridad siempre era su familia.

La segunda esposa de papá era prima de mi mamá, a quien también le reconocemos y brindamos el mayor de los agradecimientos, pues le tocó formarnos en la edad más difícil, la adolescencia. A las mujeres nos enseñó a ser responsables de todas las actividades que se nos asignaban, tanto en la escuela como en la casa, nos inculcó cómo debíamos portarnos, siempre con base en valores y principios. A los hombres, por igual, con un poco de más libertad, como parte de la cultura que desde hace años nos ha tocado vivir.

La quisimos mucho, la llamábamos Tía Teresa, porque se dedicó a esta familia como si mis hermanos y yo, fuéramos sus hijos, le teníamos la confianza de platicarle nuestros problemas y nos orientaba y aconsejaba; y también, cuando consideraba que se requería nos jalaba las orejas, ubicándonos y haciéndonos recapacitar. Tras las adversidades de la vida, tuvimos al final tres Mamás: Mamá Elena, la Abuela materna  (Mamá Cuca) y mi tía Teresa.

Tía Teresa

Como mencioné, mi papá tenía el Bar “La Fuente”, que actualmente lo sigue trabajando Ubaldo, mi hermano. Aquí se han gestado muchas anécdotas tales como:

Una anécdota de esta historia

El bar de mi papá, desde que se abrió, siempre ha estado en la esquina que forman las calles de Ramón Corona y Marcos Escobedo, es una cantina propia de pueblo; antes, tenía un reservado, en donde solían pasar personas que iban a tratar algún asunto; ya no está igual, pero no ha perdido su ambiente pueblerino; ese bar siempre lo atendió mi padre y cuando él murió, quedó en manos de mi hermano Ubaldo Macías, quien incluso hasta la actualidad, lo sigue conservando; desde siempre se ha llamado Bar La Fuente, en el tiempo en que se fundó, mi abuelo, Felipe Macías, vivía en la Población de Momax, Zacatecas, él ya sabía que mi padre había abierto ese negocio; y, sucede que un buen día, dos amigos de mi abuelo de quienes no tengo sus nombres, fueron a Momax y platicando con mi abuelo, le dijeron, entre otras muchas cosas: Fíjese Don Felipe, que Ubaldo ya tiene un negocio en Colotlán; a lo que mi abuelo les contestó: ah, sí, y ¿cómo se llama el negocio? Aquellos le contestaron: La Pila de Oro. Mi abuelo sonrió y entre dientes dijo: La Pila de Ca... que se meten ahí. Esa cantina fue muy famosa por aquellos años, en ella, estuvieron casi todos los hombres que vivieron en esos años en Colotlán y sus alrededores, quienes gustaban de entretenerse creo yo, tomando su bebida y, dicen, que tirando balazos, dicen los viejos que a la cantina la bautizaron como La Capilla, y es que por esos tiempos, mi padre adoptó el mote de Padre Damián. Entonces decían aquellos hombres, cuando salían de sus casas, al preguntarles sus esposas, que a donde iban... "vamos a la capilla del padre Damián, y dicen que las mujeres se quedaban muy contentas de ver a sus maridos tan entrados en las cuestiones religiosas; sin embargo, pasado un espacio de tiempo muy pequeño, pero suficiente para crear costumbre, aquellas nobles mujeres descubrieron que en realidad, sus maridos, iban a la cantina.

De mi padre recuerdo que fue un hombre muy recto, trabajador, serio y honrado; en este aspecto, Don Luis Robles Santoyo, que fue compadre de mi papá, me platicó que, en esa cantina se tomaba a gusto y seguro, porque decía que mi padre era una persona muy honrada; me confió dos pláticas que aquí las comparto: la primera, me dijo que él, para ir a tomar vino a la cantina de mi padre, jamás necesitó dinero, que solamente acudía, tomaba y escuchaba música y que al día siguiente, pasaba a pagar exactamente el consumo y la música realmente tocada. La segunda, me dijo la propia persona que una persona de la cual él mismo desconocía su nombre, en cierta ocasión llegó a la cantina de mi papá, tomó tanto que no supo de él; dice que traía consigo un maletín; que al día siguiente acudió a la cantina, con la resaca, preocupado porque se le había extraviado su maletín y que pidió una cerveza; que mi padre entonces le dijo, amigo, aquí olvidó este maletín ayer; al hombre aquel le volvió la sangre al cuerpo, porque en su interior, traía una suma de dinero considerable. Me dijo que el maletín era de fácil acceso, pues no tenía ninguna clase de seguridad.

Anécdotas como estas fueron cosa común en aquellos tiempos, y es que entonces los valores y principios eran cosas que se respetaban por encima de todo, para esos hombres su palabra y su prestigio, tenían que estar a salvo de cualquier indicio de duda sobre ellas.

De aquellos tiempos se recuerda como clientes de ese bar a Don Benjamín Márquez Huízar, quien además fue entrañable amigo de mi padre; a Don Fernando de la Torre, persona oriunda de Santa María de los Ángeles, Jalisco, que por cierto vivía en Irapuato, Guanajuato, pero que cada que venía a Colotlán, inevitablemente tenía que visitar la cantina de mi padre, porque según él decía, venir a Colotlán y no estar en la cantina del Padre Damián, era como no venir. A propósito de este señor, en cierta ocasión estaba en la cantina de mi padre y tomaba, según me dijeron, un ron Bacardí, que por cierto saboreada como pocas bebidas se pueden saborear y que él se lo preparada, limón, hielo, Bacardí añejo, coca cola, y una pizca de sal. Ese día dicen que Don Fernando presumía unas aguas termales que se encuentra en una propiedad de la que era dueño y que se ubican en el municipio de Santa Marta de los Ángeles, Jalisco, y que le decía a mi padre que aquellas aguas tenían el poder de curar cualquier enfermedad, que eran milagrosas; estaba también en esa ocasión en la cantina Arturo Navarro, hombre de mil anécdotas, que al escuchar el comentario, se entrometió en la charla y dijo: ¡Mire Don Fernando, aguas milagrosas éstas (alzando su copa de vino), estas si curan! Clientes de esa cantina fueron Don Chema de León Sánchez, de quien por cierto guardo gratos recuerdos, persona recta, seria y muy sociable, Jaime de León, Elías Raygoza, y muchas gentes de todos los ranchos visitaron esta cantina; Proto Pérez, otro de los personajes que formaron parte de la interminable lista de personas amigas de mi padre que siempre visitaron esa cantina; recuerdo aquellos sábados de box, en donde se reunían entre muchas otras gentes, los trabajadores de Jaime de León, Julián a quien apodaban el Bombón, el Pato, y no podía faltarles Serafín a quien apodaban La Chiva, hombres muy trabajadores que gustaban de divertirse después de una semana de arduo trabajo. Aquellos tiempos eran distintos, la gente se divertía con más poco dinero que ahora; los hermanos Dávila fueron amigos de mi papá, Germán, Oscar, Saúl y René; éste último hizo una buena amistad con mi padre, Juanito Calderón, Julio aquel que hacía cuartas; Román García Mimán que venía siendo como un distintivo de la cantina; Don Luis Pinedo, que era célebre por sus bromas tan afinadas y de muy buen gusto; mis tíos Los Ortega eran clientes de ese negocio. Cuántas historias se han de haber cocido a la oscuridad de la noche, cuantas historias se han de haber tejido; ya en tiempos más recientes, Fabio Huizar Flores y su hermano Jaime, que muy seguido andaban acompañados de mi primo Eliseo Navarro Ortega, hijo de mi tía Chabela Ortega. En aquellos entonces la cantina se abarrotaba de clientes desde el viernes hasta el domingo; Salvador Castañeda, Hermenegildo Gutiérrez, Francisco Mercado que era de las confianzas de mi papá. Había un señor, de por allá de la Ciénega de los Alejo, que se llamaba Juan Vela; esta persona cada domingo venía a surtir el mandado para la semana, recuerdo que traía un burro que era su medio de transporte, en él, llevaba el mandado para la semana; pero, muchas de esas veces, ese mandado no llegaba a su hogar, porque Juan se emborrachaba y duraba días y días en Colotlán, hasta que venían a buscarlo y se lo llevaban, y para este tiempo, el mandado, todito estaba echado a perder. Chencho Pinedo fue otro cliente y amigo personal de  mi padre; Chencho fue papá del General Raúl Pinedo, y me contaba mi papá que en cierta ocasión que estaba en la cantina Chencho, llegó su hijo Raúl con otros amigos y pidió entrar al reservado, a lo cual accedió mi padre; que cuando iba pasando hacia el reservado, Chencho que estaba sentado por fuera de la barra, le dijo: “Párese ahí… mire, usted ahorita es Teniente del ejército, al rato va a ser Capitán y tal vez llegue

a General, pero nunca se le olvide que yo sigo siendo su padre…”; Chencho era un señor de unos sesenta y cinco años en ese entonces, era muy dicharachero y decía mi papá, que su dicho era gritar: "me siento el dandy de la juventud”; cosas así de irrelevantes, pero impregnadas de humor, eran cosa de diario en la cantina de mi padre; el sacerdote  Timoteo muy querido en Colotlán que se hizo cargo de las iglesias allá por los años setenta y cinco, también era una persona que gustaba de ir con mi padre a tomar su tequilita, decía mi papa que tomaba Sauza Hornitos, este sacerdote siempre se dirigía a él, como señor cura, en clara referencia al apodo que antes les dije tenía mi papá, de Padre Damián; tiempo después por razones de ministerio, el padre Timoteo fue trasladado a la Ciudad de Zacatecas, llegando nada menos que a Catedral, en cierta ocasión que visitó Colotlán, acudió a la cantina, era uno de esos días en que había mucha gente, y me comentaba mi papá, que el sacerdote Timoteo le dijo en esa ocasión: “Oiga, debería de dejarme la cantina en días como este”, a lo cual mi padre le contestó: “Con mucho gusto padre, se la cambio por la charola de Catedral en la Misa de domingo”, y que el padre Timoteo sin pensarlo Le contestó, “No hay trato”. Tereso Gándara, Ángel Campos, muchos, muchos fueron clientes de esa cantina y todos, amigos de mi padre.

De estos hombres, ya casi todos se han ido, como se va la gente que va cumpliendo su misión en esta vida, pero todos han dejado motivos y razones para que se les recuerde, como respetuosamente lo hago ahora en este trabajo, hombre que se han ido, como algún día me iré yo misma…

   María Elena Macías Ortega


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