sábado, 28 de enero de 2023

Adolfo López Mateos visitó Colotlán en 1958

Por: José Alonso Serrano Campos
Existen rollos fotográficos bien conservados en el archivo de la Fototeca Nacional de diversos acontecimientos de la vida nacional, en particular aquí compartimos uno muy interesante del año 1958, donde quedó plasmada la visita que hiciera el entonces candidato a la Presidencia de México, Licenciado Adolfo López Mateos, durante su campaña electoral en Colotlán, Jalisco; hizo un recorrido por las principales calles del pueblo y las muestras de afecto quedaron plasmadas en dicha película fotográfica.

Las imágenes son del fotógrafo Gustavo Casasola, sucesor de su padre, el también fotógrafo Agustín Víctor Casasola, gran periodista, tipógrafo y redactor, cuyo trabajo desde finales del siglo XIX le valió la conformación de un archivo de más de doce mil imágenes que, desde 1976, se resguardan en la Fototeca Nacional de Pachuca, considerado uno de los archivos más importantes en Latinoamérica.

Colotlán se desbordó de júbilo en aquella época con muestras de afecto, adoptó un cariño singular al candidato, muestra de ello en este microfilme, el cariño que los contemporáneos de aquella época le demostraron a quien ocupó la silla presidencial en el periodo de 1958 a 1964 se narra en sus rostros mejor que mil palabras. Cabe recordar que incluso una escuela lleva su nombre en Colotlán, por la calle Centenario.

Enseguida mostramos las láminas emanadas de aquella visita en 1958.

Grupo familiar dando la bienvenida a Adolfo López Mateos en Colotlán, Jalisco.

Niños en la azotea de una casa dando la bienvenida

Adolfo López Mateos en un recorrido por Colotlán

Campesinos dando la bienvenida

Mujeres dando la bienvenida 

Gente en los balcones de un edificio durante la bienvenida

Niñas dando la bienvenida a Adolfo López Mateos 



 Adolfo López Mateos durante su campaña electoral en Colotlán


Adolfo López Mateos acompañado de mujeres a bordo de un camión de carga 

Adolfo López Mateos agradeciendo la bienvenida 

 Adolfo López Mateos caminando por una avenida durante su campaña electoral en Colotlán, Jalisco

Manifestación política en Colotlán apoyando a Adolfo López Mateos como candidato presidencial

A bordo de una camioneta durante su campaña electoral por Colotlán

Adolfo López Mateos es aplaudido

Adolfo López Mateos agradeciendo el apoyo 

A bordo de una camioneta saludando al pueblo de Colotlán

Adolfo López Mateos y mujeres a bordo de camión durante su campaña
 

Imágenes de la autoría de Casasola, fecha: 1958, lugar de origen: Colotlán, Jalisco, México. Tópico: campañas electorales; grupos familiares; edificios; PRI; partidarios; fotoperiodismo. Colección mediateca, acervo de fotografías. Colección Archivo Casasola - Fototeca Nacional INAH.

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ANÉCDOTA DE TLALTENANGO

Los parientes de López Mateos en Tlaltenango

Por cierto de las fotos arriba publicadas, recuerdo que, durante mi estancia en Tlaltenango, como Director de Comunicación Social, allá por 2011, había escuchado en más de una ocasión, esta historia popular que quedó plasmada en diversos textos como la revista “Niuki” de CUNorte y en el libro “Estirpe de Cazcanes” de Luis Sandoval Godoy, donde se cuenta algo del origen del señor Mariano Gerardo López Murillo, padre del Licenciado Adolfo López Mateos.

Adolfo López Mateos con un grupo de políticos en su visita al pueblo de Tlaltenango "tierra de sus antepasados"

En sus andanzas como candidato a la Presidencia de México tuvo que ver con Tlaltenango y en el supuesto origen de sus mayores en este pueblo. Vamos a traer aquí esa historia contada por las voces de aquellos personajes, gente de Tlaltenango. Es la historia de la relación que tuvo el Lic. Adolfo López Mateos con Tlaltenango, cuando “políticamente” se le dieron raíces de parentela en este lugar.

Comienza el relator de aquella historia y entre la sorna y la seriedad, nos cuenta cómo se tramó la farsa de la que todavía habrá algún político que pueda sentirse cómplice y quiera voltearse disimuladamente al oír esto. Alguien dijo que había nacido en Tuxpan de Zaragoza, del Estado de México y que su padre declaró a la prensa haber nacido en un pueblo de nombre Tlaltenango, Zac. (ciertamente nació en Jesús María, Jalisco) Por parte de la oposición se sostenía, según eso con mucha firmeza, que había nacido en Guatemala, que no era mexicano por nacimiento y que estaba inhabilitado para ocupar la alta dirección del país.

Le sugirieron al candidato si no sería conveniente que visitara la tierra de sus mayores y con eso demostrara de una vez, con palpable evidencia, que aquello de Guatemala eran infundios. Sus gentes, sus raíces, sus antepasados, eran de Tlaltenango. Así fueron las cosas. La noticia corrió en Tlaltenango como chisporroteo de pólvora de luces: López Mateos va a visitar la tierra de sus mayores…

Para eso, Toño Salinas que era presidente municipal; Bernardo del Real, hombre de mucha influencia; Chito León, político de colmillo duro, se vieron uno a los otros: ¿ahora qué hacemos? Pronto pensaron hacer lo que hicieron: fueron con el señor Cura Quintanar. “Ándile, señor Cura, ayúdenos a salir de este compromiso y sacarle raja, ¿porque si no qué?”

Quintanar que era ingenioso; y muy dinámico y muy vivaz y con mucho sentido de la organización, sobre todo cuando se trataba de algo que podría beneficiar al pueblo, en un dos por tres les esbozó el qué y el cómo del recibimiento de López Mateos.

No, señor Cura, todavía falta: nos van a preguntar cuáles son los parientes del candidato. Acuérdese que van a venir políticos, gente de la prensa y van a querer indagar en esta cuestión: quiénes son esos parientes, dónde viven, qué recuerdan acerca de don Adolfo o de su padre, de su familia… Los señores aquellos estaban nerviosos. Quintanar no, para Quintanar la cosa era simple y se las tramó en el momento aquel.

Les dijo: miren, ¿conocen a Ticha, la viejita que vive por la calle del molino, a la salida, para llegar al río? Eso es todo: arreglen la casita donde vive, prepárenla diciendo que va a venir un sobrino a quien tal vez ya había olvidado; díganle que ella resulta la prima-hermana de su padre, y que eso tal vez no lo recuerde.

Fueron aquellos hombres, pero Ticha no podía acordarse; les decía que la estaban confundiendo seguramente, que ella no tenía ningún sobrino. No, señores, no; yo tuve un sobrino, se llamó Justito, pero uh, hace añales que se murió; ya ni su madre ni nadie queda, y ahora me salen con esto.

Los señores le insistían: sí, Ticha, lo que pasa es que está perdiendo la memoria. Fíjese, su sobrino va a ser Presidente de la República y se siente solo; no conoce mucha familia y por eso quiere conocerla.

Pos no, oigan, no. Bien firme la Ticha. En la familia no tuve otro pariente fuera de Trine mi hermana, señorita toda su vida, porque nomás tuvo al Justito éste, que se murió cuando le empezaban a salir los dientes.

Los comisionados se vieron: bueno, pos entonces. Si usted dice que no, bueno. Es que traíamos aquí estas cositas para que arregle su casa, y esta ropa para usted, y este sobrecito con billetes que su sobrino nos encargó que le trajéramos, pero si no…

A la viejita parece que se le cortó el resuello; se acomodó su rebozo, trastabilló un poco y luego se apresuró a decir:

Pérense, pérense: se me hace que ya me estoy acordando. Sí cómo no; claro. Tantos años sin saber nada de este muchacho… Se le olvidan a uno las cosas, no crean.

¿Y cómo dicen que se llama mi sobrino? ah, sí, muy cierto: Adolfo.  Cómo no; parece que lo estoy viendo con su cabello güerito, ¿no? y medio picado de viruelas, bueno muy poco.

No se preocupen, al contrario, muchas gracias porque me dan este gusto, miren nomás. Andiles, pasen las cosas; el dinero aquí en mi mano.

Díganle a. ¿Cómo dijeron que se nombra este muchacho? Díganle que su tía está muerta de gusto y con unas ganas de verlo.

¿Cuándo dicen que va a venir? Yo creo que se vendrá a comer aquí conmigo. ¿Qué les parece si le preparo unas tortitas de huachal? Oigan, y un champurrado colado en pura leche, ¿quihubo? Nomás que si se queda a dormir, miren mi tapeiste, ya está re pando; pero no le hace, con los parientes ha de sentirse confianza, ¿verdá?

Esa Ticha resultó que ni mandada hacer. Allí estaba el testimonio, sangre y vida, calor y amor de una mujer que iba a dar ante el país la mejor prueba del arraigo, de la incuestionable calidad de mexicano del candidato.

Ahora toca su turno al señor Quintanar que tuvo mucho que ver y dio mucho que decir en aquella visita de López Mateos a Tlaltenango, sobre todo porque se registró aquí un hecho inusitado: el mismo párroco daba la bienvenida al candidato oficial.

Pero no adelantemos las cosas, dejemos que lo cuente él mismo en sus apuntes biográficos, “Una brecha en el muro” en un tono de amenidad y de sinceridad que atraen a los lectores:

“Los políticos volvieron de la convención del PRI locos de contento: el candidato, Lic. Adolfo López Mateos los había saludado con sumo afecto, diciéndoles: Pronto, muy pronto nos veremos por allá. Mis mayores fueron de Tlaltenango de donde salió mi padre desde muy pequeño y jamás volvió.

Como dejó dicho, los políticos de hoy habían tomado parte muy activa en el Puente de la Santísima Virgen, así que con la mayor naturalidad me convidaron a sus reuniones. En una de ellas les dije:

Hombre, muchachos, es necesario que ya nos unamos; nada de odios por conservadores y liberales, derechas e izquierdas. Basta de hacer el juego a los gringos que bien se han aprovechado de nuestras divisiones. Juárez y Miramón, Mejía y González Ortega fueron grandes mexicanos y lo que a ellos desunió: separación entre la Iglesia y el Estado, etc., hoy nos une a nosotros. No carguemos ya cadáveres.

Se levantó muy entusiasmado mi amigo, un amigo de corazón, Bernardo del Real y me dijo:

Señor Cura, ¿por qué no expone esas ideas en un discurso ante el candidato?

Hombre, hombre, Bernardo, no me ponga tamaña tentación. Porque ¿qué tribuna mejor para lanzar estas ideas por todos los ámbitos de México?

Creo que en ninguna parte recibió el candidato esa recepción tan entusiasta; como se habían unido las dos autoridades, la civil y la eclesiástica, el pueblo entero tomó parte, fue verdaderamente popular y de una manera desbordante. López Mateos lloraba de alegría.

Luego de las referencias históricas que convenían a mi propósito, terminé el discurso que pronuncié ante el Candidato, en el mismo kiosko de la plaza, diciendo de esta manera:

“Señor Licenciado Adolfo López Mateos, cuando usted ya no oiga el repicar de estas campanas, recuerde que ha dejado un pueblo donde no hay conservadores ni liberales, derechas ni izquierdas, sino mexicanos que luchamos por la grandeza de la patria”.

López Mateos se emocionó y, con lágrimas en los ojos, dijo: “Muy bien, muy bien”.  Como estaba cerca del micrófono, el pueblo oyó y rompió en un aplauso atronador. Me dio un abrazo muy efusivo y pronunció un discurso cargado de sentimiento.

Los muchísimos reporteros de los grandes diarios de la capital me arrebataron el discurso. En sus reportes captaron bien mi pensamiento que provocó muchos comentarios y editoriales muy buenos.

Cartas durísimas y congratulaciones muy efusivas. De todo hubo. Ya tenía miedo al correo, porque superabundaron las de reproche, donde me llamaban traidor, Lutero, Calvino, etc.”

En sus recuerdos, el señor Cura Quintanar no hace alusión a la historia de “la tía del candidato”, pero las voces que componen este suceso, tienen detalles al respecto. Hablan del recibimiento en efecto cálido y de una solemnidad y brillantez que nunca se habían visto.

Tres kilómetros más allá, por el camino que viene de Jalpa, colocaron las monjas del Colegio, arcos de flores, palmas y leyendas alusivas a la persona del candidato. En una valla de rosas, de jazmines; entre muchachas risueñas, y más acá de cientos y cientos de charros en buenos caballos, en ordenada fila, así arribó López Mateos.

Al acto de recepción propiamente tal, con el discurso del señor Cura, siguió el recorrido del ilustre visitante por algunos sitios. Le mostraron a un lado de la plaza de armas, una casa que previamente había sido arreglada, y le dijeron que en esa casa había vivido su padre; lo cual fue inventado. Le mostraron una de las escuelas que lucía en letras enormes el nombre: Escuela Gerardo López Murillo, nombre del papá de don Adolfo.

Para esto, unos días antes habían borrado el nombre que llevaba esa escuela: Prof. Juan Pablo González, un maestro ameritado de aquí. Cuando se murió López Mateos, borraron el nombre de don Gerardo y quedó en Escuela Juárez, como fue en su origen.

Luego la escena del encuentro tierno, emocionante con la tía que lo esperaba ya, temblorosa y tartamuda por el susto, la cual, en medio de tanto gentío no supo a la buena hora decir una sola palabra. El candidato sonrió complacido de la timidez de aquella mujer y la sintió de veras como de su familia. A todo esto, preguntamos al Prof. Amador Rodríguez Sandoval:

¿Cómo es posible que el señor Cura haya participado en esta farsa; cómo se puede creer que personas representativas del pueblo hayan tomado parte en ella; y cómo el pueblo dejó correr lo que bien conocía como una falsedad? Y la respuesta pronta, incisiva, del maestro:

No te asustes. No te llame la atención. Cuántas de esas mentiras se montan todos los días desde los andamios políticos donde se maneja la vida del país… Aquella fue la farsa de la esperanza, el sainete del hambre, el teatro de la limosna. Todos pensaron que, a partir de este hecho, Tlaltenango recibiría copiosos beneficios del gobierno, en obras, en servicios, en avances de todo orden.

Le preguntamos entonces por qué el mismo candidato se prestó al juego.

No se prestó; el creyó que las cosas eran así. Acuérdate que los candidatos se convierten en muñecos; dejan de ser ellos mismos y se transforman en actores de un papel que tienen que representar, empujados por fuerzas, por grupos, por intereses.

Entonces valdría la pena conocer los beneficios que se obtuvieron a cambio de prestar desde aquí raíces de sangre a quien era atacado como originario de otro país. ¿De qué manera le correspondió López Mateos a Tlaltenango?

Nada, absolutamente nada. Parece que ya como presidente de la República sintió que había hecho aquí un papel tonto; y sintió pena, sintió disgusto de haberse prestado a él; porque nunca se acordó de Tlaltenango, ni nunca tuvo el municipio qué agradecerle una sola obra, un solo beneficio al gobierno federal durante ese régimen.

Que a doña Ticha después que aceptó ser la tía del Lic. López Mateos, le llegaron remordimientos de conciencia. Mire, señor Cura, le aseguro que no. De veras le aseguro; verdá de Diosito santo que no me los quise hacer majes; el hambre, usté sabe, el hambre es canija. Ya mero iba a andar diciendo lo que no, nomás porque sí. Hasta pienso que Justito se ha de haber estado riendo en el cielo, cuando yo dije de ese sobrino que no era.

Se ha de haber estado riendo con su boca sin dientes, o sólo que a los angelitos les salgan después, ya después en el cielo, les salgan los dientes. Porque Justito cuando se fue. Eh, qué bonito quedó con su roponcito blanco y cubierto de lirios… Cuando Justito se fue, todavía no le salían los dientes. Le andaban saliendo, y Trine mi hermana decía que era re molón y necio, que una de morder todo lo que podía.

Eh, mi hermana. Señorita se fue a los pocos días de Justito. Yo digo que señorita porque nomás tuvo a Justito. Y murió como socia de las Piadosas Marías con su listón azul y todo…

Si anduviera aquí doña Ticha, segurísimo que se pondría a pensar: "Los hubiera visto: Eh, qué cosas. Hubiera visto a Justito y a ese que dijeron mi sobrino, los dos agarraditos de la mano, caminando ahí por la sombra de la pared, rumbo a la doctrina".

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