Anteriormente, poner las herraduras a los caballos era como hoy hacerle sus “cariñitos” a los automóviles, de llevarlos a su afinación, su cambio de llantas, qué se yo; de eso era famoso el barrio de “La Gota de Agua” pero el cariño era para los caballos como medio de transporte de aquel tiempo; en la esquina de la Juárez y Nicolás Bravo de Colotlán, Jalisco se ponía la familia Campos a cambiar de “zapatos” a los equinos.
Fue una tradición que todavía hoy se recuerda en la tienda de la esquina, del golpeteo del marro con el yunque, queriendo poner en su punto algún metal forjado, en la única fragua que aún queda en el barrio, casi enfrente de la misma tienda, donde algún bisnieto de don Valeriano Campos prende el fuego y hace arte con los fierros.
Valeriano Campos Muro fue mi bisabuelo materno, padre de mi abuelo Juan Campos Pérez, que siguió su oficio y abuelo de mi señora madre Leticia Campos Gálvez junto a sus hermanos, algunos de ellos adquirieron el gusto por trabajar con sus manos alguna artesanía y otros pocos también siguieron la tradición del oficio familiar, como el tío Filiberto (que en paz descanse) hacía las mejores y más solicitadas herraduras (modestia aparte), se daba su tiempo para abastecer tantos pedidos.
A finales del siglo XVIII (1700 y tantos) llegó a Colotlán Manuel de Campos y su señora esposa Rita Cornejo, bisabuelos de mi bisabuelo, tuvieron un hijo llamado Ignacio Campos Cornejo, que se casó con Josefa González Moreno y ambos tuvieron al papá de mi bisabuelo.
En una nueva familia 100% Colotlense, Juan de la Cruz Campos González (hijo de Ignacio y Josefa) nacido en 1850, contrajo nupcias con María Merced Muro Carrillo; de esta estirpe surgió mi bisabuelo Valeriano Campos Muro, bautizado en la parroquia de Colotlán el 12 de septiembre de 1879 a 20 días de haber nacido.
Al paso de los años, Valeriano formó su propia familia con María Faustina Pérez Alejo, muy puntual a las nueve de la mañana del día 3 de agosto de 1904 en la casa 67 de la calle San Nicolás (hoy Nicolás Bravo) él de 25 años, herrero y católico, ella de 22 años y también vecina de este pueblo, se casaron.
Don Valeriano no solo era famoso por su fragua, tenía trabajando a sus hijos y daba trabajo a más personas; a la gente le gustaba ir a platicar con él, además de ocurrente y “mal hablado”, se le adjudican varias historias que hacen grato el recordarlo, incluso hay una anécdota plasmada en un libro de historias colotlenses que dice:
Otra historia muy recordada en la familia fue cuando en sus quehaceres Don Valeriano le pidió a su esposa Faustina una herramienta que estaba colgada en la pared, lejos de donde él estaba y quería que se la alcanzara para poder continuar con su labor sin soltar lo que estaba haciendo, Faustina se apresuró hacia las herramientas pero al no ubicarla, le dijo a su marido que no sabía cuál era, poco entraba a la fragua y menos conocía el nombre de las herramientas; Valeriano le exclamó con sus respectivas malas palabras: “Has de ser de Francia...” (por no conocer el nombre de las cosas que usaban en la fragua); claro, suena más chistoso cuando lo platican los que saben.
Faustina Pérez de Campos (mi bisabuela y “con su nombre de casada” como se usaba en aquel tiempo al sumar el apellido de su esposo) murió el día 26 de septiembre de 1963 a las 21 horas en la casa número 59 de la calle Nicolás Bravo, a consecuencia de senilidad, sin profesión pero dedicada a la gobernanza del hogar (que es mucho más al decir de una profesión en el seno familiar), dejó este mundo a los 78 años de edad.
Siendo las 7:30 de la mañana del día 27 de febrero de 1965 también falleció Don Valeriano Campos, en la misma casa, a consecuencia de paro cardiaco, producto de hipertensión arterial y enfisema pulmonar que agravaron su salud, a los 84 años de vida, dejando unos hijos por demás trabajadores, que hicieron también sus propias familias y que siempre esas pequeñas ramitas de los de apellido Campos lo recuerdan.
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