viernes, 4 de febrero de 2022

San Luis de Colotlán en la colonia

A los historiadores y antropólogos nos gustan las paradojas, las vueltas y las ironías de la vida humana. Las buscamos con convicción y, cuando las encontramos, solemos cultivarlas con deleite, presentándolas como el plato fuerte de nuestro banquete histórico. En esta ocasión, en la celebración del cuarto centenario de la fundación oficial de San Luis de Colotlán, Clío nos ha complacido con una paradoja singularmente interesante y relevante. Me refiero al hecho de que hoy vivimos una época de perestroika, glasnot, solidaridad y modernización, palabras y lemas que hablan de una supuesta nueva relación entre el gobierno y el pueblo, específicamente de un adelgazamiento del aparato burocrático gubernamental y de una disminución de la injerencia del poder central en los asuntos políticos y económicos de la gente.

Si fuéramos a subir a una cápsula de tiempo y viajar hacia el pasado para presenciar los eventos que hoy conmemoramos, divisaríamos que, en la época de la fundación de San Luis de Colotlán, las brisas políticas soplaban justamente al revés. Es decir, la Corona española se encontraba en un momento histórico ascendente en cuanto a su voluntad y a su capacidad de dominar y vigilar la vida política de sus distintas provincias en ultramar.

De hecho, en ningún lugar es más evidente este proceso que en el del Gobierno de las Fronteras de San Luis de Colotlán. Establecido a fines de los 1580, por orden del virrey Luis de Velasco II, casi al terminar la famosa Guerra Chichimeca, que tanto había estorbado a los españoles en la frontera norteña de Nueva España. el Gobierno de Colotlán poseía dos funciones principales: una de índole militar, otra administrativa. Militarmente el Gobierno de Colotlán estaba encargado de la responsabilidad de proteger los asentamientos españoles y los "caminos de plata" contra las amenazas e incursiones de los "indios bárbaros" que aún se mantenían impunes al control español. La segunda razón de ser del Gobierno de Colotlán era la administración y el gobierno de los indios sedentarios de la región que ya habían sido sometidos, pro que todavía no estaban cristianizados ni hispanizados. Para cumplir estos propósitos se concedió a las autoridades de Colotlán, quienes fueron nombradas directamente por el Virrey, un conjunto de poderes civiles y militares de gran alcance, rara vez otorgados en la Colonia. En fin, el Gobierno de Colotlán implantó en tierras fronterizas un aparato político-militar que administraba y vigilaba directamente los intereses del gobierno central y que no toleraba la injerencia de las autoridades civiles locales. Institucionalmente, pues, el Gobierno de Colotlán era el producto de una política fronteriza avanzada, creada por un gobierno central en plena expansión. A continuación, me gustaría explorar algunas características de este aparato administrativo, así como describir brevemente la transformación de la región de Colotlán, de un área netamente indígena a una mayoritariamente mestiza y criolla, en su cultura e identidad.

Después de la conquista militar de las sociedades agrícolas del centro y oeste de México en1530, los conquistadores españoles, ayudados por sus aliados indígenas tlaxcaltecas y purépechas en su mayoría se dirigieron hacia el norte para explorar las tierras áridas que se localizaban más allá del río Lerma-Santiago. Conocido como la Gran Chichimeca, este vasto territorio de llanos desérticos estaba habitado por grupos no agrícolas que vivían de la recolección y la cacería de las abundantes plantas y animales silvestres de la región. Obstinadamente independientes, maestros en el arte de la guerrilla, y capaces de sobrevivir en terrenos considerados inhabitables por los pueblos del sur, los chichimecas resistieron tercamente la invasión euro-indígena por más de cuatro décadas (1550-1590). Ciertamente, los chichimecas fueron vencidos y eventualmente exterminados, pero esto les costó mucho a los perpetradores y sólo lo lograron después de que cl gobierno central asumiera la responsabilidad directa de financiar y planear las estrategias de la guerra fronteriza.

Una de las piezas centrales en la política gubernamental era el establecimiento de una presencia militar permanente a lo largo de la frontera chichimeca y, entre 1570 y 1600, los virreyes de Nueva España comisionaron más de cincuenta presidios y comandancias militares entre Guanajuato y Coahuila. El Gobierno de San Luis de Colotlán resulta de interés especial no sólo por haber sido uno de las últimos en fundarse, sino también por ser uno de los más insólitos.

En primer lugar, estaba situado dentro de un área ocupada, en tiempos prehispánicos, por pueblos agrícolas, y era uno de los pocos comandos del norte cuya defensa dependía principalmente de una población indígena local. Con una o dos excepciones, todos los otros presidios se construyeron en localidades áridas. habitadas por pequeñas bandas de los mismos chichimecas; y tanto la defensa como el abastecimiento de estos pueblos estaban a cargo de los soldados-colonos españoles asentados en el presidio, así como de los indios aliados traídos de Tlaxcala y Michoacán. 

En contraste, el presidio y la misión franciscana de Colotlán se localizaron en la parte central de un largo y angosto valle de clima semiárido que recibe lluvias suficientes como para sostener una agricultura de temporal, cuando menos en sus partes central y sur. Especialmente productivas son las tierras de aluvión, depositadas por los ríos Tlaltenango y Jerez-Colotlán. Como es de suponer, estas tierras fueron las que más atrajeron a los españoles y, aun antes de la fundación del Gobierno de Colotlán, ya se habían transformado porciones del extremo norte y sur del valle (donde se fincaron, respectivamente, las villas de Jerez y Tlaltenango) en pequeños pero importantes centros maiceros, suministradores de la ciudad y de las minas de Zacatecas.

Pese a su unidad topográfica, el valle que corre entre Teúl y Jerez no posee una ecología uniforme y en tiempos precortesianos abrigaba poblaciones indígenas de distintas etnias y organizaciones socioeconómicas. En el área de Jerez, al extremo norte del valle, vivían grupos de zacatecos, gente semisedentaria y semiagrícola, cuya dieta se formó de una combinación de productos silvestres y cultivados. Como chichimecas "ligeramente civilizados”, estos zacatecos representaron un grupo de transición que ligaba a las sociedades más sedentarias y complejas del sur del valle (los cazcanes) con los nómadas del desierto. La economía mixta de los zacatecos se relacionaba estrechamente con el régimen pluvial. Hoy día esta área recibe, en promedio, entre 320 y 500 mm de lluvia anualmente, una cantidad insuficiente para mantener una agricultura de temporal. Se supone que los zacatecos producían poco excedente económico y que carecían totalmente de clases sociales. Según las Relaciones Geográficas del siglo XVI los zacatecos del rededor de Jerez vivían en cuatro "pueblos" en el momento del contacto con los europeos; ninguno sobrevivió los primeros cincuenta años de dominación extranjera.

En la parte central del valle en lo que vino a ser el núcleo de la jurisdicción de Colotlán la precipitación aumentó. Aunque de ninguna manera copiosa, la lluvia en esta zona llega a niveles adecuados para sostener la agricultura temporalera, unos 600 a 700 mm anuales. A principios del siglo XVI el área fue ocupada por grupos de tepehuanos y tepecanos. Vivían en rancherías dispersas y debían su subsistencia principalmente a las actividades agrícolas. En contraste con los zacatecos, los tepecanos parecen haber poseído una cultura más "civilizada", pero aún con rasgos usualmente considerados como chichimecas, como son el arco y la flecha.

Igual que el norte del valle, la parte central sufrió un profundo cambio en la composición étnica y en la densidad de la población en las primeras cinco décadas de contacto. De hecho, la destrucción de la sociedad aborigen llegó a tal punto que, en1580, el valle entre Jerez y Tlaltenango fue descrito como un despoblado, ocupado sólo por los restos de unos veinte asentamientos indígenas, todos abandonados.

Los factores que produjeron esa transformación fueron la guerra, las enfermedades, la esclavitud, y la huida y dispersión de los indígenas. Debido a que las tropas del infame Nuño de Guzmán no llegaron hasta esta parte del valle, el despoblamiento de la zona no puede atribuirse a la acción directa de esta primera entrada de 1530. Los que parecen haber sido más significativos fueron la rebelión del Mixtón en 1541-42 y la serie de epidemias que asolaron el área después de la derrota indígena. La primera de estas últimas sobrevino en 1545, produciendo la muerte de un sinnúmero de indios. Luego, en los sesenta, los tepecanos participaban en la rebelión de los guachichiles, la cual dejó otro saldo impresionante de muertos y refugiados. En fin, el resultado de este ciclo de guerra, represión y enfermedad fue el despoblamiento masivo del valle central. Como veremos, no fue sino hasta fines de la década de los ochenta que la zona volvió a habitarse.

En el extremo sur del valle, en la tierra de los cazcanes, la historia de desalojamiento y destrucción fue similar, y aún más grave de lo sucedido entre los zacatecos y tepecanos. A diferencia de estos últimos, sin embargo, los cazcanes tuvieron la mala suerte de estar justo en el camino de la primera penetración española del valle en 1530. Comandada por Pedro Alméndez Chirinos, un teniente del ejército de Nuño de Guzmán, esta expedición llegó a Teúl, una de las "capitales regionales cazcanas, pero encontró el sitio abandonado. Obviamente, los cazcanes, informados de las atrocidades perpetradas sobre sus similares de Juchipila, decidieron que era inútil enfrentarse con las fuerzas de Chirinos y, al enterarse de los movimientos de la columna invasora, huyeron hacia el oeste, a los cañones y mesetas de la Sierra Madre. Chirinos, con típico celo imperialista y religioso, incendió el pueblo después de un breve reconocimiento. Por los informes escritos por los conquistadores sabemos que Teúl poseía varias pirámides impresionantes, así como una arquitectura monumental; sin embargo, la población residente en el centro ceremonial no era muy grande. Parece, entonces, que Teúl era un asentamiento especializado, ocupado por un pequeño grupo de líderes sociorreligiosos quienes "servían" y estaban sostenidos por una población que vivía a su alrededor en pequeñas aldeas agrícolas.

De los tres grupos étnicos que habitaban el valle de Teúl-Jerez a principios del siglo XVI, los cazcanes, sin duda, poseían la densidad de población más alta, y la organización sociopolítica más compleja y diferenciada. Un factor que explica esto es el ecológico: los recursos en la parte sureña del valle tienden a ser más abundantes. Por ejemplo, la lluvia en la región del Teúl-Tlaltenango alcanza los 700-800 mm anuales en promedio, dos veces más de la que cae en Jerez. Además, existen en la parte sur numerosos arroyos y riachuelos que brotan de la Sierra Morones y que proporcionan una cantidad de agua superficial muy superior a la que se encuentra en el norte. Estos factores, junto con la presencia de tierras planas susceptibles al riego, dieron a la región de Teúl una potencialidad agrícola mucho más alta que la de las partes central y norte.

Pero si los cazcanes lograron niveles de población y de organización sociopolítica superiores a los de sus corresidentes en el valle, les sirvieron muy poco frente a las embestidas de los europeos. Como consecuencia de la Guerra del Mixtón y de la gran epidemia de 1542, la población indígena de toda la jurisdicción de Tlaltenango se estimaba en apenas 3,000, una cifra muy reducida respecto a la de los años anteriores. Para el año de 1650 la población nativa se calculaba en menos de 1,800 y ésta ya estaba bastante hispanizada. A fines de la Colonia, los cazcanes compartían la misma suerte de los zacatecos: habían dejado de funcionar como entes sociales distintivos.

Así es que la ocupación española del valle se inició al terminar la Guerra del Mixtón. El primer asentamiento fue el pueblo-presidio de Tlaltenango, establecido en 1542, a unos cuantos kilómetros al norte de Teúl. La colonización definitiva del norte del valle, en contraste, no empezó sino hasta un cuarto de siglo más tarde, cuando se fundó Jerez de la Frontera, en 1569. Debido a la inseguridad militar de la región, y a la ausencia de recursos atractivos, Jerez creció poco en las primeras décadas de su vida. Por el año de 1584 sólo contaba con 12 europeos residentes.

El repoblamiento de la parte central del valle, que fue dirigido desde Colotlán, tardó aún más, ya que no comenzó hasta la década de 1580. El primer paso de este proceso consistió en la concentración de los tepecanos -literalmente indios serranos- en un pueblo localizado cerca del futuro sitio de Colotlán. Alrededor de 1589 se construyó el presidio y, dos años más tarde, o sea justo hace 400 años, llegaron los famosos colonos tlaxcaltecas, cuya función era ayudar a los españoles en el control político e ideológico de los indios fronterizos.

Otras reducciones de tepecanos, así como de los remanentes de los zacatecos y cazcanes, se llevaron a cabo en Santiago Tlatelolco, en Santa María de los Ángeles, y en Huejúcar, al norte de Colotlán, en Tlacasahua hacia el sur, y en Totatiche, Temastián, Ascapulco y Azqueltán al suroeste. Estas ocho comunidades, junto con Colotlán, formaron el núcleo del Gobierno de la Frontera de San Luis de Colotlán, y en total cerca de 25 pueblos indígenas, esparcidos entre Chalchihuites en el norte y Chimaltitán en el sur, fueron incorporados dentro de la provincia.

Colectivamente, los indios de estos pueblos se conocieron como los “colotlecos", pero hay que señalar que este término no implicaba ninguna uniformidad étnica. Los informes españoles del último cuarto del siglo XVIII distinguían tres etnias principales: huichol/cora en los pueblos del extremo oeste (San Andrés, San Sebastián, Santa Catarina, y Huejuquilla el Alto); tepehuan/tepecano en las comunidades centrales de Totatiche, Temastián, Ascapulco y Azqueltán; y finalmente los mexicaneros, descendientes de los colonos tlaxcaltecas (y/o cazcanes), asentados en los pueblos restantes.

Como ya se ha dicho, uno de los objetivos básicos del Gobierno de Colotlán era la defensa de la frontera contra las incursiones de los nayaritas y chichimecas. Para cumplir con ello se organizaba la población masculina de cada pueblo colotleco (y en el caso de Colotlán, los hombres de cada uno de los tres barrios indígenas del pueblo) en una milicia. Como consecuencia de su estatus de milicianos, los colotlecos fueron gobernados por las autoridades militares, quienes desempeñaban sus funciones independientemente de los oficiales civiles regionales. La máxima autoridad en Colotlán era el Capitán General y Protector, nombrado para el puesto por el mismo Virrey. Ayudado por varios tenientes, el Capitán General poseía, en teoría, un poder casi absoluto sobre los colotlecos, no sólo en cuestiones militares sino también en materia política, administrativa y judicial. Los únicos oficiales que tenían la competencia jurídica de intervenir en los asuntos internos de Colotlán, y de supeditar las decisiones del Capitán General, eran las autoridades virreinales; incluso la Audiencia de Guadalajara carecía de facultades para entrometerse en los litigios de Colotlán. Hay que notar, sin embargo, que la jurisdicción de los oficiales de Colotlán se extendía sólo a los veintitantos pueblos y comunidades indígenas, y no incluía a la población no indígena, o sea los vecinos, hacendados, arrendatarios o peones que radicaban en los ranchos, estancias, y diversos puestos que empezaron a aparecer en medio de las tierras de los pueblos indígenas.

Es decir, el Gobierno de Colotlán era una institución étnicamente exclusiva, y la amplia autoridad poseída por los oficiales militares se aplicaba solamente a los residentes de los pueblos colotlecos. Los españoles, criollos, mestizos, negros y mulatos que vivían en los ranchos y estancias fuera de estas comunidades, estaban sujetos, en lo político y administrativo, a las autoridades civiles regionales, como el alcalde mayor de Tlaltenango.

A cambio de su apoyo militar al gobierno español, los colotlecos fueron liberados del pago de tributo y, además, contaban con un conjunto de privilegios, como el derecho de portar armas, montar a caballo y vestir como "hidalgos". Así es que los milicianos colotlecos, cuando menos los tlaxcaltecas y los otros indios que vivían en las comunidades más cercanas a Colotlán, formaban parte de lo que podemos llamar una "aristocracia indígena" bastante comprometida con, y entregada a la empresa colonial. Esta integración es, sin duda, uno de los factores que explican la transculturación de los indios colotlecos y que nos ayuda a entender cómo el núcleo de la zona colotleca, que originalmente era una región netamente indígena, se transformó rápidamente en dominio de los españoles, en donde la herencia indígena sólo llegó a sobrevivir en las orillas de la zona. Para considerar este punto pasmos ahora a una breve consideración de los cambios demográficos y étnicos ocurridos en Colotlán durante el siglo XVIII, basándonos en los libros de bautismos de las parroquias de Colotlán, Totatiche, Santa María de los Ángeles y Huejúcar. 

A principios del siglo XVIII, en el quinquenio de 1726 a 1730, se registraron aproximadamente 899 bautizos en estas cuatro jurisdicciones eclesiásticas. De éstos, el 86% correspondía a niños indígenas, el 9% a españoles, el 3% a mulatos, y apenas el 1.2% a los llamados mestizos. Obviamente en aquellos años Colotlán fue una región muy india y poco hispana, lo cual contrasta fuertemente con su condición cultural actual. Es claro, pues, que desde la fundación de Colotlán, a finales del siglo XVI, hasta el primer cuarto del siglo XVIII, los españoles y mestizos tuvieron un peso demográfico reducido en la región. ¿Cómo y cuándo, entonces, se convirtió Colotlán en la región tan ranchera e hispana que conocemos hoy día? Básicamente, el proceso comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII y se debió a la combinación de una mayor tasa de mortalidad entre la población indígena con una inmigración de gente no indígena, atraída a la zona por el auge de las minas en Bolaños y/o por la disponibilidad de agostaderos y tierras cultivables. Resulta interesante constatar que la hispanización de la región no procedió de manera uniforme en las cuatro parroquias de las cuales tenemos datos, sino que avanzó más rápido en las feligresías de Colotlán, especialmente en Totatiche cercanas a las minas de Bolaños que contaban con mayores extensiones de tierras agroganaderas.

Por ejemplo, entre 1726 y 1820, la proporción de niños españoles bautizados en Colotlán aumentó desde el 15 hasta el 37%: un crecimiento importante. Pero en Totatiche el aumento fue aún más notable. En el mismo periodo, los españoles llegaron a aportar hasta el 54% de todos los bautizados. Rápidamente la población indígena se estaba convirtiendo en una minoría demográfica en ese lugar. En Colotlán, en vísperas de la Independencia, todavía más de la mitad de los bautizos registrados (el 56%) fueron de niños considerados indios. En las otras dos parroquias la población indígena era aún más numerosa en términos relativos: tanto en Huejúcar como en Santa María los indios aportaron entre el 65 y el 72% de todos los niños bautizados.

En general, las parroquias que crecieron más durante el siglo XVIII, tanto en términos absolutos como en la proporción de españoles, fueron Totatiche y Colotlán; es decir, las jurisdicciones más grandes y dotadas con las mayores extensiones de tierras cultivables. Desde luego, en una sociedad agrícola la relación entre tamaño de población y disponibilidad de tierras no es nada sorprendente, pero nos conviene poner en claro los factores operantes en la evolución demográfica de cada parroquia. En la feligresía de Santa María, por ejemplo, que fue la más pequeña de todas -abarcando 260 km- el aumento de la población a lo largo del siglo fue el más restringido y, el número de españoles que residieron ahí, el más reducido de cualquier parroquia. Demográficamente era la jurisdicción más atrasada y étnicamente la más conservadora. Huejúcar, dos veces el tamaño de Santa María y provisto de una mayor cantidad de tierras laborables, sustentó un aumento poblacional más vigoroso. Entre 1760 y 1770 excedía aun al de Colotlán. Sin embargo, a finales del siglo dejó de contender con este último, debido, suponemos, a la ocupación de las mejores tierras. Colotlán abarcaba aproximadamente la misma extensión que Huejúcar -alrededor de 500 Km- pero poseía una mayor proporción de tierras fértiles. Además, como centro de la sociedad europea, ocupaba un lugar clave en el comercio y en la jerarquía administrativa regional. Así pues, Colotlán dominó durante los primeros 25 años del siglo XVIII a las demás parroquias, tanto en el número de habitantes como en la cantidad de españoles. Sin embargo, a mediados del siglo empezó a ver minada su primacía por el crecimiento de Totatiche.

El dinamismo exhibido por Totatiche resulta particularmente interesante, ya que fue la primera parroquia separada de Colotlán, cosa que ocurrió en 1755. En parte, esta fragmentación de la antigua Colotlán fue el resultado de la explosión demográfica ocasionada en esos rumbos por la noticia de los nuevos hallazgos de plata en Bolaños, a mediados del siglo. Pero también hay que notar que la jurisdicción de Totatiche abarcaba más de 1600 Km, tres veces la extensión de Colotlán. Así es que bajo el influjo del imán de la economía minera. y junto con la disponibilidad de importantes cantidades de tierras agrícolas, el centro de gravedad demográfico de la zona de Colotlán se trasladó hacia el suroeste. Aunque Colotlán nunca perdió su primacía dentro de la región como centro administrativo y comercial, el giro hacia la zona de Totatiche y la barranca del río Bolaños, a partir de 1750, puso en marcha un leve proceso de reorientación demográfica y económica que, en cierto grado, ha continuado hasta nuestros días.

El único municipio establecido durante el siglo XX en toda la zona Norte de Jalisco fue el de Villa Guerrero, creado en 1921 y conformado por lo que era la parte occidental de Totatiche. La creación de este municipio respondió, en cierta medida, a las fuerzas económicas y a los intereses políticos generados por un paulatino aumento poblacional en esta área, cuyo origen data de la segunda mitad del siglo XVIII.

Para los indios de Totatiche -tepecanos en su mayoría- la llegada de los colonos españoles -criollos en este periodo- puso fin a su relativo aislamiento y rompió el equilibrio que se había establecido entre indios y españoles después de la Guerra Chichimeca, unos 150 años antes. En comparación con los indios de Huejúcar y Colotlán, los de Totatiche fueron considerados más "puros” y más reacios a los españoles. Varios informes, compilados en 1783, hacen patentes las diferencias culturales que existían entre los indios del norte del distrito y los del sur o del oeste debido a su contacto diferencial con la sociedad hispana. Por esta fecha los indios en, y alrededor de Colotlán, ya muy influenciados por su cercanía con el sector blanco y por el hecho de que muchos laboraban en las haciendas y empresas españolas, fueron descritos como muy "ladinos y castellanizados" mientras que los de la parroquia de Totatiche recibían etiquetas de "poco cultos”, "indómitos" y de lengua mexicana o tepehuana. Sin embargo, mientras que perduró el régimen colonial, las dos poblaciones seguían siendo reconocidas como "indias” puesto que los criterios para definirlas como tales fueron de índole político-legal, y no cultural. Es decir, los indios de la provincia del Gobierno de Colotlán se consideraban así porque residían dentro de las comunidades designadas como pueblos indígenas, y no porque fueran portadores de ciertos patrones culturales. "indio colotleco" era un status jurídico con un contenido social independiente de su expresión cultural.

Además, es evidente que los colotlecos, a diferencia de muchos grupos indígenas de otras regiones de la Nueva España, realmente luchaban por preservar su identidad como "indios", aun cuando había mermado mucho la cultura autóctona. Esto es comprensible cuando recordamos los varios privilegios de que gozaban los colotlecos. Para ellos, pues, su identidad político-social no fue un elemento pasivo, expresado por la posesión de ciertos patrones culturales, sino una herramienta de defensa y de lucha colectiva empicada para minimizar su explotación en manos de la sociedad blanca y para maximizar su autonomía y su control sobre recursos estratégicos, especialmente la tierra.

Aunque todavía existe mucho trabajo por hacer respecto a la historia y la extensión de las comunidades colotlecas, los datos dispersos que se han recopilado hasta la fecha sugieren que los colotlecos pudieron preservar, cuando menos, las partes centrales de aquellas tierras cedidas a ellos por la Corona española, y parecen haber logrado impedir, hasta cierto grado, que sus pueblos se convirtiesen en residencias de españoles. La información contenida en los libros de bautismos sobre el lugar de residencia de los padres de los bautizados, por ejemplo, nos habla de una fuerte tendencia hacia la segregación residencial de indios y no indios. De hecho, lo sobresaliente de la expansión española después de los años cincuenta es que no estaba asociada con una rápida invasión de los asentamientos colotlecos. Aun tan tarde como en 1810, en la parroquia de Totatiche, se registraron únicamente 20 niños no indios nacidos dentro del pueblo mismo de Totatiche; o sea, sólo el 22% de todos los registrados. La mayor parte del crecimiento español, entonces, tuvo lugar no en los pueblos colotlecos, sino en los puestos rurales -en los ranchos- que iban fundándose y poblándose en los intersticios de las tierras de las comunidades colotlecas. A lo largo del siglo XVIII el número de estos ranchos aumentó en forma continua, y muchos, organizados alrededor de una o dos familias extensas, llegaron a poseer poblaciones sustanciales a principios del siglo XIX.

Vemos, pues, que mientras existían las vallas protectoras del estado colonial los colotlecos contaban con instrumentos legales para resguardar sus tierras y para preservar su identidad social. Por lo tanto, los colonos, frente a las barreras jurídicas que amparaban a los indios en su espacio geoeconómico, hallándose en una región donde había cantidades importantes de tierras laborables por aprovechar, optaron por seguir el camino de menos resistencia: fincar sus casas y establecer sus labores en las localidades que se encontraban más allá de los pueblos colotlecos. 

Pero una vez que el estado colonial se vino abajo, tanto las restricciones contra la corresidencia de españoles e indios, como las prohibiciones contra la enajenación de tierras comunales a la gente no indígena, desaparecieron. Además, dejaron de existir los privilegios y el peculiar estatus jurídico administrativo que los colotlecos habían poseído. Por ende, al terminar la Colonia, ese grupo, ya bastante hispanizado en la esfera cultural y ahora desamparado por la pérdida de su indianidad ante la expansión del liberalismo, vio sus tierras pasar a las manos de la sociedad ranchera, y entró en un periodo de descomposición en una entidad social distintiva.

Este proceso avanzó con mayor rapidez en las comarcas cercanas a Colotlán, pero aun los tepecanos del sur y oeste sufrieron una merma tremenda en tierras y extensión geográfica. Cuando Carl Lumholtz viajó por esta región, a finales del siglo XIX, las únicas comunidades de las cuatro parroquias que todavía preservaban rasgos de su herencia indígena fueron las que se encontraban más distantes de Colotlán, como San Lorenzo de Azqueltán, enclavada en la barranca del río Bolaños en el extremo occidental de la provincia. Con el desmantelamiento del “antiguo régimen” todos los demás pueblos colotlecos -Colotlán, Santa María, Huejúcar y Totatiche- eventualmente se convirtieron en asentamientos hispanos, y en poco tiempo se borró la tradición indígena colotleca. De hecho, tanto se perdió en la cabecera de Colotlán que, durante el tiempo que estuve en el pueblo recopilando datos del archivo parroquial, no pude localizar ningún residente que pudiera identificar la ubicación del antiguo barrio indígena de Tlaxcala, fundado por aquellas familias que llegaron aquí hace justo 400 años. Sólo después, averigüé por documentos que había estado situado en el mismo centro del pueblo.


Robert D. Shadow

Universidad de las Américas-Puebla

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