sábado, 4 de junio de 2022

Tres estadísticas de Colotlán. Octavo cantón de Jalisco.

La fotografía llegó a México a mediados del siglo XIX. A tierras tapatías hizo su arribo en 1853 como novedad que don Jacobo Gálvez trajera a su regreso de Europa. Con el paso de los años aparecieron fotógrafos recorriendo calles y caminos en busca de clientes, pero, al parecer, hubo pocos artistas del lente con inquietudes paisajistas, y por ello las primeras décadas de ese arte no dejaron testimonios del aspecto de los pueblos y haciendas de aquel entonces.

Los archivos históricos y las bibliotecas no siempre cuentan con fondos fotográficos amplios, pero pueden ofrecer otros recursos para recrear paisajes y fisonomías de antaño: las descripciones de villas o ciudades y las estadísticas -locales, municipales o parroquiales- que con distintos motivos se levantaron, tanto durante los siglos coloniales, como después de consumada la Independencia. Documentos, en algunos casos tan cuidadosamente elaborados, que permiten reconstruir la ruta que seguían calles y caminos, ríos y barrancos y, algunas veces, hasta edificios, fachadas y huertas.

El Octavo cantón fue retratado varias veces -en este sentido figurado- hacia mediados de siglo XIX. Localizadas en la Biblioteca Nacional por el doctor José María Muria, las tres estadísticas de Colotlán a que haremos alusión en este trabajo, proporcionan una vista panorámica de la geografía y sociedad de la región. Visión que es, al mismo tiempo, el escenario sobre el que pueden ubicarse los hechos y personajes mencionados en diversas fuentes, y que contribuyen a la identificación de uno más de los numerosos “Méxicos” que integran, a través de su diversidad regional, el único México nacional.

La primera de estas estadísticas, que carece de título, está fechada en Colotlán el 24 de julio de 1839 y firmada por el prefecto del distrito, Ignacio Suárez, y su secretario, Diego Cortez.

La segunda, titulada “Noticias geográficas y estadísticas del Distrito de Colotlán, octavo del Departamento de Jalisco”, del 30 de junio de 1841, ostenta también las rúbricas de Ignacio Suárez y de Diego Cortéz.

Termina la serie con las Noticias estadísticas del Octavo Cantón de Colotlán dadas al Supremo Gobierno el 20 de enero de 1848, signado por Félix P. Maldonado y J. Rafael Ramírez, jefe político y secretario, respectivamente.

Los dos primeros documentos son producto del periodo centralista, durante el cual fueron suprimidas casi todos los gobiernos municipales del departamento de Jalisco. Mientras que en 1848 se mencionan, una vez restablecido el federalismo, las administraciones municipales, con sus ayuntamientos y sus rentas. Así, en 1839, Colotlán aparece como cabeza de un extenso distrito al norte del Departamento de Jalisco. Como consecuencia de la abrupta geografía y de las dificultades que experimentó la penetración española en la región, el contorno de las jurisdicciones coloniales de Bolaños y Colotlán seguía una línea muy irregular que se vio modificada por la irrupción de ganaderas y hacendados de las alcaldías mayores vecinas (Jerez, Sombrerete, Fresnillo), que adquirían tierras situadas entre y alrededor de las comunidades indígenas de esta región. Por este mismo proceso Mezquitic y Nostic tuvieron que defender sus límites contra el avance de aserraderos de Monte Escobedo y las tierras de los indios de Colotlán fueron invadidas por estancias y labores de españoles procedentes de Tlaltenango y Villa Nueva. Así fue como siete de los pueblos pertenecientes al Octavo cantón quedaron aislados del resto del distrito y rodeados por tierras de los departamentos vecinos de Zacatecas y Durango. Estos eran Mezquitic, San Nicolás, La Soledad, Tenzompa, Huejuquilla el Alto, San Andrés del Teul y Nueva Tlaxcala. Este último en realidad formaba un solo pueblo con Mineral de Chalchihuites, perteneciente a Zacatecas, teniendo como línea divisoria una de las calles del mismo poblado.

El tan irregular perímetro ocasionaba que cuando se emprendía el viaje desde Colotlán a Guadalajara sólo se caminaban cuatro leguas en territorio jalisciense y todo el resto del trayecto, hasta llegar al paso de San Cristóbal, cruzaba territorio zacatecano.

Zona de orografía accidentada, la superficie del distrito de Colotlán fue descrita como "quebrada y desigual" y formada "en lo general de montes y serranías", donde los yacimientos minerales cran numerosos. Pese a la inundación de los tiros y otros problemas que dificultaban su explotación, las minas de plata en Bolaños, Chimaltitán y San Andrés del Teúl-, de cobre y plomo -también Bolaños-, y de cantera, salitre y cal, todavía empleaban a un pequeño sector de la población. En 1842 la estadística señalaba la existencia de una compañía inglesa trabajando en Bolaños, aunque seis años más tarde ya no se mencionó.

Sin embargo, para la época de las tres estadísticas, la mayoría de los habitantes del Octavo cantón ya no se dedicaba primordialmente a la extracción de materiales del subsuelo. La agricultura, maíz y frijol. principalmente, junto con la cría de algún ganado vacuno y caballar y "muy pocos cerdos” ocupaban y daban sustento a la mayor parte de los 41,000 colotlenses que había en 1839. Se necesitaban temporales de lluvia abundantes para obtener cosechas que, aun así, resultaban escasas, con rendimientos aproximados a las 80 y 100 fanegas de maíz por cada sembrada, y hasta 8 por una de frijol.

La dieta se complementaba con frutos silvestres según la región y época del año: pitayas, guamúchiles y tempisques para los vecinos de las zonas cálidas de Bolaños; bagres, truchas y boquinetes para los moradores de pueblos situados junto a un río, como Chimaltitán, Bolaños, Santa María de los Ángeles, Mezquitic y Colotlán; miel que se compraba a los huicholes, etc. Además, en algunos valles y planos se cultivaban hortalizas, caña de azúcar y diversos frutales.

A través de las tres estadísticas es notorio observar que en estas tierras áridas y de lluvias escasas, la presencia de ríos y arroyos constituía un elemento esencial para la vida de pueblos y ranchos, por una doble y contradictoria razón; el beneficio que podían representar para la agricultura y la ganadería, pero también por el riesgo de sus crecientes, que no sólo destruían lo que encontraban a su paso, sino que arrastraban las delgadas capas del suelo agrícola.


Las Noticias geográficas de 1842 aportan información hidrográfica más detallada. Por ellas se advierte que el río Bolaños constituía la cuenca más importante en la zona. Recibía las aguas de los ríos Colotlán y Mezquitic, después que estos habían regado huertas y abastecido los hogares de varios poblados, y después seguía su trayecto hacia el sur por la barranca tallada por sus propias aguas.

San Andrés Coamiata también contaba con un "hermoso río" y había ojos de agua dispersos por todo el Cantón que beneficiaban sembradíos y huertas situados en sus cercanías.

El aprovechamiento de las corrientes de ríos y arroyos era determinante en la vida de las comunidades colotlenses. Indígenas y particulares, pueblos y hacendados, protagonizaban frecuentemente pleitos y acuerdos, buscando siempre la dotación indispensable para sus cultivos y ganados, y aun para el uso doméstico. Las fuentes disponibles dan cuenta de los obstáculos y dificultades para controlar y utilizar los recursos fluviales, así como de la permanencia del problema. 

Aunque ya en 1798 se habían expedido disposiciones para regular el uso común de las aguas del río Colotlán entre los habitantes de esa villa, los de Santa María y los indígenas de Santiago Tlatelolco, éstas eran quebrantadas constantemente. Todavía en 1892 seguían suscitándose quejas debido a que los empleados de Santa María de los Ángeles contenían el caudal del río. Y en 1905, era el ayuntamiento de Santa María de los Ángeles el que mostraba sus títulos de derecho sobre las aguas, protestando contra el jefe político y el ayuntamiento de Colotlán por haber mandado romper los bordos y cortinas de los ríos de Jerez y Tenasco. En todos los casos se trataba de corrientes muy variables de una época a otra, que al llegar el temporal de lluvias crecían peligrosamente. 

Pese a que desde 1824 se había construido un desagüe para disminuir el peligro de inundaciones en Colotlán, en 1826 las aguas del río llegaron hasta la iglesia de San Nicolás, donde alcanzaron dos varas de altura y afectaron gravemente sus cimientos. Los esfuerzos por disminuir los daños ocasionados por temporales muy abundantes resultaban infructuosos, y todavía en 1876 y 1884 el río Colotlán desbordado destruyó la Alameda y las huertas del barrio llamado Chihuahua, respectivamente. Nuevas avenidas que se llevaron los sembradíos, el 29 de septiembre del siguiente año, decidieron a los vecinos a edificar un dique que redujera el peligro, para lo cual solicitaron el apoyo del gobierno estatal.

A lo largo del periodo 1839-1848 se mantuvo la división de la jurisdicción en dos partidos: el de Colotlán y el de Bolaños, según la capital de cada uno. Aun cuando en 1846 el distrito de Colotlán recuperó su denominación como Octavo cantón del estado de Jalisco, el río Cartagena siguió marcando el límite entre los ahora departamentos de Colotlán y Bolaños.

De acuerdo con las estadísticas, al regresar el federalismo, en la capital del Cantón funcionaban: un juzgado de letras, dos de paz, una administración de correos y otra de rentas, de la que dependían las subreceptoras de toda la región. Funcionaba también una escuela municipal "de primer orden para niños, y había un acueducto que, durante el verano, surtía a la población.

Su iglesia parroquial era atendida por dos sacerdotes, mientras que sus dependencias en Santa María y en Huejúcar contaban con un clérigo residente en cada una. En 1835, a iniciativa del presbítero José Tadeo Suárez, habían continuado los trabajos de construcción de una iglesia de piedra comenzada años atrás, para lo cual los feligreses ayudaban con trabajo, carretas para acarreo de material y limosnas.

Para esa época la fisonomía de la ciudad de Colotlán se transformaba. Parte del curato y la huerta adyacentes al antiguo convento franciscano habían sido vendidos desde 1827 por el señor cura Ignacio Suárez, por estar convertidos en “terrenos tirados” sin beneficio para el aumento y hermosura del pueblo. Aunque el señor Suárez murió sin concluir los trámites de la venta, en 1831, gracias al testimonio de los indígenas más ancianos, hijos del pueblo, como Gregorio Saldaña, de 87 años, labrador viudo y Marcos Marcelo Escobedo, de 73 años, se confirmó que esos terrenos siempre se habían reconocido como propiedad de la iglesia y nunca del fondo de la comunidad, y con ello los compradores españoles pudieron construir sus casas dentro del perímetro del pueblo; entre ellos: Rafael del Real, Rafael Rivera, don Vicente Sánchez y Francisco Casillas.

Por lo demás, Colotlán mantenía la división de su población indígena en los tres cuarteles coloniales: Tlaxcala, Soyatitán y Tochopa, bien organizados y con autoridad para presentar peticiones y realizar trámites ante las instancias civiles y eclesiásticas.

Huejúcar, una de las localidades más afectadas por la violencia de la década insurgente -cuya iglesia había sido asaltada en 1816 por la gavilla de Hermosillo, que se llevó todos los fondos de las cofradías, de bulas y de la fábrica material del templo, y que a consecuencia del incendio de casas, semillas y telares había quedado prácticamente desierto- en 1839 contaba con 2,334 habitantes, ayuntamiento propio, subreceptora de rentas, fielato de tabaco, administración de correos y había proyectos de construir dos naves laterales a la iglesia, que resultaba ya insuficiente para dar cabida a los creyentes.

Por esa misma época, en las cercanías de Huejúcar, se había vuelto popular la celebración del carnaval en la hacienda de La Labor "con pretexto de celebrar una imagen de Nuestra Señora".

La fiesta daba lugar a excesos en al juego y al consumo de alcohol, que llegaron a preocupar a las autoridades civiles y, aún más, a las eclesiásticas, ya que en alguna ocasión las corridas de toros se prolongaron hasta la segunda semana de la cuaresma.

Bolaños, población con agua en abundancia, según las “Noticias estadísticas de 1848”, sobresalía en varios aspectos, como herencia de su riqueza de tiempos pasados dos escuelas municipales para niños, un juez de letras y tres de paz, y administración de correos a la que debía llegar semanalmente la valija reglamentaria. Sin embargo, sus mejores tiempos ya habían quedado atrás.

Gracias a su clima cálido y a la disponibilidad de agua suficiente, en sus huertas se cultivaban sandías, melones, plátanos, ciruelas y cacahuates.

En lo eclesiástico, el territorio del Octavo cantón estaba dividido en siete curatos: Colotlán, Mezquitic, Huejuquilla, San Andrés, Bolaños, Chimaltitán y Totatiche. Además, hacia mediados del siglo, los franciscanos colaboraron para el servicio de las almas visitando las "misiones nayaritas", como Santa Catarina, San Andrés Coamiata y San Sebastián, donde los huicholes tenían sus iglesias. Aunque pertenecían a la parroquia de Bolaños, estos lugares habían sido atendidos durante la Colonia por un sacerdote costeado por el gobierno español, que alternaba sus residencias entre los tres pueblos.

Los totales de población que proporcionan las estadísticas de 1839 y 1848 deben tomarse con ciertas reservas, por las dificultades que representaba censar una población tan dispersa en una geografía tan accidentada. Para 1839 se calcularon 41,361 habitantes que, casi una década más tarde, habían aumentado a 43,050. Estudios basados en los registros de bautismos y entierros en varias parroquias del Octavo cantón encontraron que en las primeras décadas del siglo XIX la población experimentaba un lento ascenso, aunque con diferencias de un curato a otro, al parecer relacionadas con la cantidad de tierras laborables disponibles.

Aunque la comparación de la población por localidad es arriesgada, porque en varios casos no queda claro en qué lugares las cifras incluyen a los habitantes de pueblos y rancherías junto con los de la cabecera, el aumento más notable fue el que mostró Totatiche, que pasó de 2,918 habitantes, incluyendo los ranchos que se localizaban en su municipalidad, a 6,885. Esto podría explicarse por la influencia que la bonanza minera de Bolaños había ejercido décadas atrás sobre la demografía de esta área que le proporcionaba avíos y alimentos, y porque se asentaba en una zona donde se localizaban las mejores tierras. La parroquia de Santiago de Totatiche comprendía los actuales municipios de Totatiche y Villa Guerrero.

De todo el Cantón, las ciudades de Colotlán y Bolaños concentraban mayor número de habitantes en 1839, pero para 1848 esta última había perdido más de la mitad de sus vecinos, convirtiéndose en una población de apenas 2,000 habitantes. En 1842 todavía trabajaba allí una compañía inglesa, pero para 1848 la minería se clasificó ya como industria muy pequeña a causa de la inundación de las minas y el fracaso de la empresa extranjera.

Detrás de las cifras están, seguramente, varias crisis y epidemias, como el cólera morbus que llegó al Octavo Cantón en agosto de 1833, según testimonio de uno de los sacerdotes de Totatiche, quien recordaba que tuvo que "emprender correrías y sufrir impetuosos aguaceros pernoctando en casas de los heridos de la epidemia", resultando insuficiente los dos ministros de la parroquia para auxiliar a los moribundos. Asimismo, existen fuentes que hablan de una "desgraciada circunstancia” hacia 1842 en la zona, que debe estar relacionada con la decadencia minera y cosechas escasas, señalando que los fieles preferían pagar bautismos y entierros con alguna cabeza de ganado en lugar de efectivo, por no haber quien se las comprara ni en la mitad de su valor real.

Pero, sobre todo, esa "desgraciada circunstancia" estuvo relacionada con un proceso que en esos momentos afectaba a todo el estado y aun al país, si bien con matices propios en cada región: el deterioro de las condiciones de vida originadas por el reparto de los bienes de comunidades que se había iniciado a raíz de la Independencia. 

Poco sabemos hasta ahora sobre el impacto de este proceso en el Octavo cantón, que en los primeros siglos coloniales constituyó un territorio casi exclusivamente habitado por indígenas, que mantuvieron sus instituciones y propiedades a lo largo de la Colonia, favorecidos por sus privilegios como defensores de la frontera. 

A través de las tres descripciones que aquí se han venido manejando, la importancia de la población indígena se manifiesta a través del número de localidades clasificadas como "pueblos de indios" que se mencionan: Santiago Tlatelolco, San Nicolás, Tenzompa, Soledad Pochotitán, Tepisuac, Temastián, Acaspulco, Azquetlán, Santa Catarina, San Andrés Coamiata, San Sebastián y Huilacatitán, todas ellas distribuidas a todo lo largo y ancho del Cantón. Pero, además, había también comunidades indígenas formalmente constituidas en todos los pueblos y villas, a excepción del Real de Bolaños y todas ellas vieron llegar el siglo XIX contando todavía con sus títulos de mercedes de tierras y de fundo legal, con sus cofradías y con sus cajas de comunidad.

La cofradía más antigua de la región que aparece en los archivos eclesiásticos de Guadalajara es la de la Concepción de la Virgen Santísima, formada por los naturales del pueblo de Santiago de Totatiche. Se desconoce la fecha exacta de su fundación, pero en la visita pastoral del obispo Verdín y Molina, en 1672, se informa de la pérdida del libro donde se hacían las anotaciones referentes a sus bienes, ordenando se iniciara uno nuevo, lo que se llevó a efecto por parte del alcalde, indio natural de ese pueblo, Miguel Hernández.

En Mezquitic existían, todavía en 1817, cinco cofradías con bienes y ganados y gastos anuales, que en el caso de la Cofradía de las Animas llegaban a los 163 pesos con cinco y medio reales por año. Nostic sostenía por lo menos una cofradía, la de San Pedro, patrono de los indios, aunque ésta había perdido sus bienes cuando les quitaron las pertenencias de su iglesia por "haber sido malos al principio de la insurrección".

De acuerdo con sus registros parroquiales, a principios del siglo XIX, los curatos de Santa María de los Ángeles y Huejúcar estaban habitados por una mayoría indígena -75 por ciento-, mientras que Colotlán y Totatiche eran las parroquias con mayor porcentaje de población española.

Además, la distribución étnica seguía un patrón especial: los españoles preferían vivir en ranchos y haciendas, mientras los indígenas permanecían en los pueblos, villas y antiguas comunidades.

La proporción de la población indígena no se menciona en ninguna de las estadísticas, aunque es de suponerse su predominio en los pueblos de indios. Por otra parte, existen ciertos indicios que hablan de porcentajes importantes de indios en la documentación eclesiástica que, todavía a mediados del siglo XIX, distinguía los bautismos, matrimonios y defunciones de cada etnia al hacer los reportes periódicos, cosa que no sucedía en otras regiones del estado. En la documentación civil el caso es la mención de matrículas de indios existentes todavía en algunas municipalidades en 1848.

Entonces, si en todas las municipalidades se localizaban uno o más "pueblos de indios", puede hablarse de una región donde el indígena no fuera tan vulnerable al despojo atestiguado en otras áreas de la Nueva Galicia. La presencia indígena tuvo el peso y fortaleza suficiente como para conseguir una situación menos desventajosa de la que sufrieron comunidades de otras regiones del estado y del país.

Sabemos que en la región vecina de los Cañones del sur de Zacatecas y en Teocaltiche, los fundos legales que se otorgaron en la Nueva Galicia eran más extensos que los del centro de México y que hubo pueblos capaces de sostener litigios costosos y largos para proteger sus tierras, y que la escasa presencia española pudo favorecerles de alguna manera.

Documentar los pasos que siguió la desincorporación de las tierras comunales en la zona norte de Jalisco es una tarea que aún está por hacerse y que reviste gran importancia ya que, dado el peso que tenía la población indígena de acuerdo con las fuentes de la primera mitad decimonónica aquí analizadas, ese proceso debió afectar todas las esferas de la vida en la región.

Afortunadamente, los archivos estatales parecen ofrecer buenas posibilidades para la realización de esta tarea. Por ellos sabemos que la primera denuncia que recibió la Audiencia de la Nueva Galicia, por invasión de un particular a tierras indígenas en lo que sería el Octavo cantón, fue presentada por los indios de San Francisco de Huejúcar y Tesosticacán contra Pedro Castillo que afirmaba que el puesto de Echenquique era de la Corona, cuando los naturales ya habían recibido el título de propiedad.

Posteriormente la labor de trigo de El Cuidado debió ser usurpada también a los indios dando origen a la hacienda del mismo nombre. Este puede considerarse el punto de partida de una larga lucha por la tierra que tal vez todavía no termina.

Tras la consumación de la Independencia. en 1822, el Gobernador de la Frontera de San Luis Colotlán, coronel Mariano Urea, recibió instrucciones para repartir el fundo legal de los pueblos entre los indios, según los solares necesarios para su mantenimiento, y conservar los restantes para los ayuntamientos. Sin embargo, la transformación de la propiedad comunal en propiedad individual no resultó ni sencilla, ni rápida.

No tardaron en aparecer numerosas dudas acerca del procedimiento y surgieron peticiones e interesados no indígenas en obtener solares.

Las autoridades municipales se vieron precisadas a recurrir a la Diputación Provincial en busca de orientación, sin que esto fuera obstáculo para que en la práctica se despojara a los legítimos dueños.

Llegando hasta el caso de la venta de un terreno de los indígenas de Santa María de los Ángeles en el que se ubicaba el camposanto.

Así las cosas, en el cantón de Colotlán, el reparto de las tierras comunales no había concluido para 1848, cuando un informe de los ayuntamientos mostraba avances muy desiguales.

En ciertos lugares, como Mezquitic, ya no quedaba nada más por repartir, en Mamatla se había dotado a 77 indígenas; pero en otros, Colotlán entre ellos, pretextando no contar con fondos para pagar las medidas de las tierras, prácticamente no había iniciado el reparto.

En otros casos eran los hacendados y otros particulares quienes impedían la división de los antiguos fundos legales al mantener amplias extensiones de ellos invadidos.

La hacienda de San Antonio de Padua usurpaba el de Huejuquilla, las de Huacasco y El Cuidado, el de Tlalcosahua; la Encarnación y el Epazote, el de Colotlán, etcétera.

Aunque no conocemos con exactitud cuál fue la extensión de labores y montes concedida "por razón de pueblo" a las comunidades que aparecen en estadísticas decimonónicas; el proceso afectó, aparentemente, en mayor medida las tierras que para ellos eran más valiosas. los bosques de donde obtenían pastos y leña, indispensables para su subsistencia.

Sólo contando con evidencias que permitan responder si las comunidades del Norte de Jalisco alguna vez estuvieron en condiciones de defender sus propiedades, si tuvo algún significado para ellas la Independencia como oportunidad para que un número cada vez mayor de españoles ejerciera presión y cómo se presentó su desintegración comunal, podrá verse más claro el escenario que los estados nos ofrecen.

Escrito por Celina Guadalupe Becerra - UdeG

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