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Luis Humberto Huerta |
En la calle Centenario ubicada en el barrio alto de nuestro querido y bello Colotlán, se realizaban los famosos rodeos, algunos pocos le llamaron coleaderos. Se hacían en esta calle porque su piso era de tierra, no había empedrado, era de las más anchas del pueblo y daba justo enfrente del templo de San Lorenzo.
Días antes, con vigas de madera, se construían tanto el toril como el coleadero, frente al templo de San Lorenzo (en ese tiempo todo el frente estaba despejado fue cementerio por décadas hasta mediados del siglo XIX y no estaba circulado el atrio) en ese espacio se formaba el corral de donde salían los toros corriendo para ser coleados y enseguida empezaban las barreras de vigas.
Las vigas se colocaban en la orilla de la banqueta, servían como base y se amarraban con sogas por medio de unos postes que estaban a determinada distancia; eran cuatro o cinco hileras de vigas de madera; separadas unas de otras, estas cubrían las calles de Zaragoza, Cuauhtémoc, Morelos y hasta la calle Independencia.
En las bocacalles la barrera de vigas era doble. Los toros salían del corral corriendo de norte a sur para ser coleados. En la calle independencia había otro corral hecho de vigas donde metían a los toros coleados. Cuando se acababan los toros en el toril eran llevados del otro corral y así sucesivamente todo el día, esta fiesta comenzaba como a las 11 de la mañana y terminaba hasta las 7 de la noche. No obstante las limitantes de aquellos primeros momentos se disfrutaba al igual que ahora la fiesta charra
Para premiar a los mejores coleadores eran invitadas varias jovencitas muy guapas, ellas mismas elaboraban los premios, hacían moños con listones de distintos colores y se los prendían en las mangas de la camisa de los gallardos charros que lo merecían por tumbar un toro frente al palco de honor de las reinas, se escuchaba la respectiva diana por los músicos más reconocidos de la época y el aplauso de los espectadores que se sentaban en las vigas a lo largo del coleadero.
El palco de honor de las reinas era colocado a madia cuadra, entre las calles Zaragoza y Cuauhtémoc, y en la acera de enfrente también había un palco para la música y si no lo había se subía a la azotea de una casa. Estas fiestas se celebraban en los meses de septiembre y octubre.
Don Simón Navarro Alejo contaba que ahí en el “Barrio Alto” había rodeos, el gobierno hacía un rodeo especial cada 16 de septiembre, a cada ranchero se le otorgaba una determinada cantidad de toros y se hacía el corredero partiendo de San Lorenzo hasta la Independencia.
A su papá Don José Encarnación Navarro le gustaba colear, al igual que a sus cuatro hermanos, hijos de Don José, charros también. En uno de los rodeos, un señor de Villa Guerrero se trajo un toro y le dijo a Don José que su hijo Avelino era el que iba a colear, bueno para colear, tenía 20 años, pero tenía miedo. Esa vez el toro cayó como si nunca lo hubieran coleado, todo el día seguían coleándolo los mejores coleadores, pero nadie podía con el toro. Les dieron reconocimiento a Don José y a su hijo Avelino. Fue un triunfo para ellos.
Amigos de unos charros de Guadalajara les organizaron un rodeo a todos los charros de Jalisco, se juntaron 100 toros, todo el día anduvieron coleando, sabían jinetear y lo que se refiere a la soga. Era puro toro escogido de 10 años para arriba. No podían con los toros, se les hicieron toros duros. Se trajeron caballos de Guadalajara y los que faltaron se los prestaron aquí mismo, se armaron a que colearan también los de Colotlán, personas grandes eran 10 y muchos como 15 o 20 charros, aficionados porque todavía no había asociación. Fueron los primeros piensos de lo que hoy conocemos como la asociación de charros de Colotlán.
Mientras tanto en la región había muchos charros muy buenos para colear, gracias a que en aquel entonces había mucha afición para los rodeos; había rodeos en el Hepazote, en el Sauz Tostado, don Luis Mayorga hacía uno en la Laguna. También había en el Carrizal, en los Tenascos y en Huacasco, así como en muchas otras rancherías. Cuando se formó la primer Asociación de Charros, como había socios dueños de ranchos, en cada uno de ellos hacían una práctica. En San Pedro, Fabio Ortega; en el Hepazote, Nacho Ortega; en el Sauz Tostado, Ramón Mayorga. En los Tenascos, Benjamín de Ávila. En Huacasco, los Ortega, Fernando y don Rodrigo. Así que cuando iban a Guadalajara estaban bien entrenados. Los rodeos de más lujo eran obviamente los de Colotlán.
En septiembre era la temporada de los rodeos, el más famoso era el del 14 de septiembre que se hacía precisamente en el Barrio Alto, en la calle del Centenario. Desde allá de San Lorenzo agarraban tres o cuatro cuadras, y clavaban palos en la quijada de la banqueta y nada más dejaban las banquetas para la gente.
Era tanta la gente que se apeñuscaba sobre las banquetas que los toros les pasaban “aquí de cerquitas”. La gente que iba a ver el rodeo se llenaba toda de tierra; los mismo las curras, que la demás gente del pueblo. A mitad de la empalizada quedaba el palco de las reinas, siempre muy concurrido. Después de que se formó la Asociación de Charros se levantó también el lienzo de Canoas, y se acabaron los famosos rodeos de la calle Centenario.
Con el presidente municipal Juan González en 1963 andaban poniendo el adoquinado de la calle en San Lorenzo, en la calle Centenario, dejó de ser tierra, era muy arenosa y le pusieron empedrado, luego lozas como está ahorita.
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